De no creer. Tenemos un increíble y premiado café. Al campeón mundial de baristas. Miles de hectáreas de tierras sembradas con cafetales. Una próspera industria que goza de amplio reconocimiento internacional. Anunciamos con bombos y platillos que tenemos el mejor café del mundo. ¿Lo paradójico? La mayoría de los colombianos tomamos café de mala calidad y, además, se lo servimos a turistas. Y esto no es noticia nueva.
Estuve en días pasados en Medellín y el del hotel era intomable. Quemado, amargo, sin aroma, sin sabor a café. De llorar. Lo más seguro es que ni siquiera era colombiano, sino pasilla importada; es decir, granos de café defectuosos y más baratos. Y ante el paladar de los comensales, ese brebaje era café colombiano.
Quedé preocupada. De un tiempo para acá, Colombia se encuentra en el mapa gastronómico del mundo. Somos destino para foodies y amantes de la buena mesa. Los grandes logros y reconocimientos de nuestros cocineros –tal es el caso de Leonor Espinosa, galardonada como la mejor chef del mundo– sin lugar a duda hacen que se incremente el turismo en busca de sabores. Permanentemente vienen periodistas invitados por restaurantes, cocineros, ferias y congresos. Qué vergüenza que tengan que beber esa inmunda bebida, que produce más daños gástricos que placer. Se desaprovecha una gran oportunidad en términos de difusión y promoción para atraer más turismo, el cual genera importantes ingresos.
He oído decir que ‘es que los colombianos tenemos el paladar mal acostumbrado y mal enseñado’ porque fuimos criados tomando café de mala calidad. Y por culpa de nuestra ignorancia y usando esa excusa, no exigimos. Pero ya es hora de cambiar.
Para empezar, es inaceptable que el café que se consume masivamente en el país sea tan feo y que no tengamos el paladar adiestrado para conocer la diferencia. Nos falta cultura y educación del café. Los colombianos tenemos el derecho a que el mejor café del mundo, nuestra bebida nacional, haga parte de la mesa de todos y que no sea un lujo que se puedan dar los consumidores en otros países. Cabe aclarar que cada día es más creciente la preocupación de algunos empresarios particulares que se esfuerzan por ampliar y mejorar la oferta local con cafés de origen –con increíbles perfiles de sabor y aroma y con los más altos estándares de calidad–. De aplaudir su gestión.
Es importante que desde las entidades estatales responsables y la Federación Nacional de Cafeteros pongan el foco en la industria hotelera y de turismo para que la oferta no solo gastronómica, sino cafetera sea consistente y coherente con la imagen de país que se cuenta al mundo.
Se debe eliminar la mentalidad de que ‘como lo regalan, hay que comprar el café más barato’. Con esa pobre estrategia, corta de mente y visión, no se seduce al turista ni se construye en beneficio del país. Pero no se puede quedar solo en buenas intenciones y campañas publicitarias. Hay que educar más y mejor al colombiano y, por supuesto, garantizarnos una rica taza de café en la mesa nacional. Buen provecho.
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MARGARITA BERNAL
Para EL TIEMPO