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Murió John Castles, el último gran escultor de la generación de Ramírez Villamizar
El artista plástico, fallecido en Bogotá, había hecho su 'Autorretrato' para EL TIEMPO este año.
Artista colombiano John Castles Foto: Fernando Gómez Echeverri
John Castles falleció este jueves en Bogotá por complicaciones de salud, fue el artista más joven de una generación de monstruos del arte colombiano. Su obra tenía tanta fuerza y tanta potencia como la de sus contemporáneos más cercanos y mucho mayores que él: Édgar Negret, Ramírez Villamizar, Feliza Burzstyn y Carlos Rojas.
Fue un maestro del hierro; sus esculturas ‘pequeñas’ no pesan menos de 200 kilos y logran un equilibrio fantástico y misterioso. Era un hombre discreto, de pocas palabras, pero con una memoria enciclopédica sorprendente y una generosidad sin límites, por su trabajo como curador, por ejemplo, se reivinidicó la obra de Marco Ospina (1912-1983) como uno de los pioneros del arte abstracto colombiano.
Castles (Barranquilla, 1946) estaba casado con la artista Consuelo Gómez; dejó varias obras públicas como la estupenda escultura en la entrada de la Compensar de la Avenida 68 en Bogotá o la de las escaleras del Museo de Arte del Banco de la República. En un artículo de la revista ArtNexus, Miguel González citaba un texto del también crítico Eduardo Serrano que resumía la importancia de Castles en la historia del arte colombiano: “John Castles es el escultor más relevante de Colombia en las últimas décadas. No hay esculturas en el panorama del arte nacional que puedan compararse con su obra en términos tanto de osadía como de mesura, y tanto de sutileza como de presencia”.
El año pasado hizo una exposición en la galería Nueveochenta de Bogotá y, en ese momento, hizo su autorretrato para EL TIEMPO. Aquí lo recordamos en sus propias palabras.
John Castles era uno de los monstruos del hierro y del acero; durante varias décadas lidió con piezas de 200 kilos de peso que, en sus manos, que terminaban convertidas en esculturas que parecen flotar en el aire o doblarse y doblegarse por la fuerza del viento. Era parte de una cofradía que, desde comienzos del siglo XX, desde que Julio González y Picasso decidieron abandonar el bronce y ponerse un overol y unas gafas para trabajar con el hierro, el fuego y los puntos de soldadura, ha dejado una estela de obras maestras de artistas como Chillida, David Smith, Richard Serra o Ramírez Villamizar. Y él.
Castles era una de las figuras más enigmáticas y emblemáticas del arte colombiano; pero solo mencionarle la palabra ‘genio’ le provocaba una mueca y una sonrisa. Era un artista discreto, tranquilo y sin estridencias, hablar con él era enfrentarse con un volcán de conocimientos de primera mano. No había un artista vivo o muerto del que no conociera su obra; siempre tenía una anécdota o una historia reveladora para contar con su delicado acento antioqueño (nació en Barranquilla, pero estudió en Medellín y vive hace varias décadas en Bogotá).
“Pasé mi juventud en Medellín”, le dijo a EL TIEMPO este año en la última entrevista que dio. Empezó su vida artística como estudiante de arquitectura, pero en 1970 mandó todo al demonio para dedicarse al arte. Fue premiado en un Salón de Arte Joven de la Universidad Javeriana y empezó su camino en la escultura, obtuvo un premio en el Salón Nacional de 1974 y, desde sus inicios, no era raro verlo en muestras colectivas al lado de Ramírez Villamizar y Édgar Negret –los monstruos sagrados del momento–, quienes, entre otras cosas, le llevaban más de 20 años. Hoy sus esculturas –en esa misma discreción– conviven felizmente con la ciudad, como la obra que instaló en la entrada del Museo de Arte del Banco de la República: una maravillosa pieza de hierro que se desliza escalones abajo y en la que no es raro ver estudiantes sentados a su sombra.
Su exposición este año en la Galería Nueveochenta (diagonal 68 n.º 12-42) fue tan sólida que no necesita muchas palabras; entrar en la sala fue encontrarse con el equilibro y la misteriosa ligereza del hierro. Castles logra que sus impresionantes esculturas –siempre sin base– se acomoden en el piso y den la sensación de estar paradas con vida propia. Las curvas que logra en el taller de fundición tienen una elegancia y una delicadeza impropias del metal. Algunas maquetas las hace en cartón y luego las lleva al taller de fundición; saca las placas en camiones y en su taller termina de ensamblar entre chispas y óxidos sus maravillas flotantes. Este es su ‘autorretrato’.
Artista colombiano John Castles Foto:Fernando Gómez Echeverri
¿A qué artista vivo o muerto le encargaría que hiciera su retrato?
A Carlos Rojas o a Juan Antonio Roda.
¿Cuál es la escultura más grande que ha hecho?
En dimensiones, Américas, una obra de 1997 que se encuentra en la entrada de Compensar de la avenida 68, en Bogotá, y en peso, la que está en el actual Banco Itaú, en San Diego.
¿Y la más pequeña?
Una construcción en papel que toma como base un sistema tradicional e infantil de pliegues.
¿Cuál es el momento que más disfruta de su trabajo?
Cuando me sorprende el resultado.
¿Cuál ha sido su peor crisis creativa?
La de todos los días.
¿Ha destruido alguna pieza?
Sí, algunas que con el tiempo he replanteado y que no satisfacían mis propósitos.
¿Por qué escogió el hierro como ‘su’ material?
Inicialmente empecé con láminas porque me permitían tener superficies más grandes, más holgadas y así tener menos elementos. Después de trabajar volúmenes vacíos en su interior opté por el hierro fundido, que me permitió tener volúmenes más pequeños pero sólidos, más pesados y densos.
¿Cómo se le da forma al hierro?
Trabajo en un taller industrial. Llevo las maquetas y trabajan con máquinas hidráulicas dobladoras o roladoras que ejercen presiones sobre el metal y mediante procesos combinados se obtienen las formas; luego, en el taller, hago las soldaduras, las uniones que son posibles para exaltar la relación con el piso como soporte del peso; también las dejo oxidar naturalmente o con chorros de arena; también, en algunos casos, las pinto para que tengan el color original del acero.
¿Cuál es, hasta ahora, su obra maestra?
La que no se ha producido y está próxima a realizarse.
¿Cómo nace cada escultura?
Es un proceso; un problema lleva a otro; una obra conduce a otra. Es un conjunto de variaciones.
¿Duchamp o Picasso?
Los dos.
¿Recuerda quién compró su primera obra?
Leonel Estrada, una obra en la III Bienal de Arte Coltejer en 1972.
¿Qué significa tener una obra pública?
Una responsabilidad con el espacio público y con sus transeúntes.
¿Cuál fue la primera obra de arte que vio en su vida?
Un cuadro de un paisaje de Honda que siempre estuvo en la casa familiar.
¿Conserva sus dibujos de niño?
No.
¿Cuántos años lleva de carrera?
Desde 1970, con unos relieves de madera pintada que todavía se conservan.
¿Cuál es la crítica que más le ha molestado?
No la recuerdo.
¿Y la que más lo ha hecho feliz?
Una sobre 'Sinuosas', en 2009, en la que Eduardo Serrano establece de manera muy clara la relación entre la materialidad y el suelo como soporte.