Fernando Uhia es un enfermo de la pintura; sus dedos siempre tienen alguna mancha oculta entre sus huellas dactilares o entre las uñas, Uhia no solo pinta, Uhia se mezcla con las pinturas, sueña con ellas, imagina cómo van a estar en la tela y no duerme bien, o mejor: duerme entre imágenes abstractas, entre pinceladas y olor a acrílico.
Replicantas, su exposición en La casita (Calle 86 No. 27-85), es otra vuelta de tuerca al ejercicio de pintar. Uhia tomó como punto de partida una escultura de Gabriel Sierra -en la que dos piezas de madera se enfrentan en una especie de espejo- y decidió hacer un hermana ‘gemela’ de cada una sus pinturas.
El proceso era salvaje, Uhia imaginaba cada cuadro, lo pintaba en su cabeza y luego se enfrentaba con la tela con toda la furia del mundo, la terminaba y antes de que se secara, pegaba otra tela encima y así nacía cada ‘replicanta’.
La potencia de la muestra -más allá de la idea- está en la variedad de parejas; no hay un par parecido a otro. Uhia confiensa que pensaba cada cuadro -o cada pareja- una semana entera antes de lanzarse a ejecutarlo. La muestra está hasta hoy, pero Uhia dejó su autorretrato para EL TIEMPO.
¿Cuál es, hasta ahora, su obra maestra?
Los clones de Botero que pinté en 1997.
¿Cuál ha sido su peor crisis creativa?
Sufro de hiperactividad, no tendré crisis creativas nunca.
¿Ha llorado frente a alguna obra de arte?
Solamente lloro con las carreras de ciclismo cuando gana un colombiano.
¿Recuerda quién compró su primera obra?
Carlos Rojas me compró dos obras sobre papel en 1992.
¿Cuál fue la primera obra de arte que vió en su vida?
Recordaré para siempre la exposición de Alexander Calder en el Mambo en 1970, en el edificio de Bavaria del centro de Bogotá. Me llevó mi padre y había obras para jugar. Yo tenía 3 años.
¿Por qué decidió convertirse en artista?
Lo decidí desde siempre, no recuerdo vivir sin estar haciendo o consumiendo algo visual.
¿Conserva sus dibujos de niño?
Sí, aunque los niños no hacen arte sino terapia.
¿Cuántos años lleva de carrera?
Me gradué en 1990 y al mes hice mi primera muestra individual en galería Diners
¿Cuál es la crítica que más le ha molestado?
Que mi obra es una farsa, pero luego lo pensé e hice de la farsa una profesión. Me sirvió mucho.
¿Y la que más le ha hecho feliz?
Una que decía que mis pinturas son objetos.
¿Tiene alguna obra que no haya querido vender?
Vendo todas, aunque dejo una de cada serie para mí.
¿Cuántas piezas cree que ha producido?
Unas 500, aunque destruyo bastantes piezas mientras pinto. Soy malgeniado.
¿Considera que es un genio?
Soy diferente.
¿Cuáles son sus materiales de trabajo favoritos?
Los que se consiguen en ferreterías.
¿Qué tan ordenado es su taller?
Los colores permanecen en perfecto orden, el resto no tanto.
¿Tiene horarios de trabajo?
De diez de la mañana a 10 de la noche, de lunes a jueves.
¿Cómo nació su 'estilo'?
Destruyendo la noción de estilo.
¿Colecciona obras de otros artistas?
Sí. De artistas jóvenes.
¿Cuál es el artista que más ira en Colombia?
La vida y obra de Álvaro Herrán me parecen fascinantes.
¿Para usted cuál es el artista vivo más importante del mundo?
Gerhard Richter.
¿Con qué artista le gustaría exponer en la misma sala?
Con los que pintaron los hipogeos de Tierradentro, Cauca.
¿Qué obra del arte universal le gustaría tener en la sala de su casa?
Cualquier pintura de Morris Louis.
¿Cuál es el artista que más lo ha inspirado y el que más ha estudiado?
Jackson Pollock, sin duda.
¿El arte digital es el futuro?, ¿Ya tiene NFT's?
Estoy trabajando en un proyecto para hackear NFT's.
¿Cuál es su libro de arte de cabecera?
Tú, que deliras, de Andrés Arias, sobre la vida y obra de Carolina Cárdenas.
¿Por qué vale la pena comprar una obra suya?
Un día la ves como la máxima realización humana y al siguiente como nada. Son obras-vértigo.
Fernando Gómez Echeverri
Editor de Cultura de EL TIEMPO
@LaFeriaDelArte