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Las maravillosas Gráficas Molinari y su clic con Beatriz González
Se lanza en el libro 'Naturaleza casi muerta', de José Ruiz, en la galería Casas Riegner.
Uno de los cuadros de González influenciados por los afiches. Foto: cortesía galería Casas Reiegner
Las encontró en un almacén del centro de Bogotá. Calle doce con carrera sexta. En esa zona donde reinaban –reinan todavía– las tiendas de objetos religiosos. Beatriz González acababa de ganar un premio en el Salón Nacional de Artistas con 'Los suicidas del Sisga' y ya tenía claro su objetivo: seguir trabajando con base en imágenes impresas, “mal impresas”. Por eso había salido en busca de modelos que le sirvieran de inspiración. En el almacén vio montones: de santos, de mártires, de la Virgen, de ángeles, de Jesucristo. En fin. El universo que perseguía estaba ahí, en forma de láminas que tenían una marca: Gráficas Molinari.
Eran los años sesenta y el taller gráfico fundado por un español exiliado de la Guerra Civil llevaba más de diez años funcionando en Cali. Los productos de Molinari –que iban desde impresiones del tamaño de un pliego que adornaban paredes hasta figuras diminutas usadas en escapularios– inundaban las tiendas, las papelerías y las misceláneas a lo largo y ancho del país. Láminas a bajo costo y llenas de colores vivos que igual podían reproducir una obra de arte universal, como representar una familia feliz o mostrar un estampado perfecto para papel regalo.
A Beatriz González lo que le interesaba entonces era tener fuentes para las obras que rondaban su cabeza. Y en las impresiones Molinari se topó con “una mina”. Su encuentro con ellas coincidía, además, con otra de sus decisiones: dejar de pintar al óleo sobre lienzo y comenzar a usar láminas de metal y esmalte. En ese nuevo territorio, la artista centró su interés en temáticas que procedían de Molinari. Con sus imágenes, de hecho, abrió una de las etapas fundamentales de su carrera: la de sus muebles. El primero de ellos –la cama que tituló Naturaleza casi muerta (1970), tiene su particular versión del Señor Caído de Monserrate, basado en una de los motivos de Molinari que había llegado a sus manos.
Afiche original de Graficas Molinari que inspiró a González. Foto:cortesía galería Casas Reiegner
Toda esta historia está reunida en el libro que el artista José Ruiz acaba de publicar y que describe la relación de la obra de Beatriz González con Gráficas Molinari, y que también lleva el título de Naturaleza casi muerta. Es un tema que Ruiz viene trabajando desde hace años. Su interés nació al querer saber el uso que varios artistas –no solo Beatriz González, sino otros como Álvaro Barrios o Juan Camilo Uribe, e incluso cineastas como Luis Ospina– le dieron a estas imágenes en el desarrollo de sus obras.
La investigación lo llevó, en 2016, a encontrar una bodega con algunas de las impresiones originales de Molinari que era custodiada por un antiguo trabajador de la imprenta.
“Todo estaba abandonado, en condiciones desfavorables para la conservación del papel”, dice Ruiz. Sin embargo, ese hallazgo fue un punto de inflexión: a partir de ahí comenzó a elaborar proyectos con el objetivo de volver a poner a circular el material que se había mantenido vigente hasta finales de los años ochenta.
Ruiz publicó un primer libro titulado 'Las populares Gráficas Molinari', con la historia del legendario taller que gracias a su distribución masiva y a las temáticas que manejaba logró entrar en el imaginario popular del país. El segundo libro es el que se centra en la conexión de la obra de Beatriz González y que tiene como base una entrevista que Ruiz le hizo a la artista en 2017. “Creo que las láminas producidas por Molinari tuvieron un doble camino –le dice González en su entrevista–: el del uso popular, las personas que ponían las imágenes en sus casas para decorar por motivos religiosos o de afectos, como la imagen de la madre con el niño. El otro camino era el que tomaban las láminas al caer en manos de un artista que pretendía hacer algo original”.
Carátula del libro conmemorativo. Foto:archivo particular
Esa imagen de la madre con el niño que cita González es la que protagoniza una de sus obras más reconocidas: Canción de cuna, que hoy forma parte de la colección del MoMA. Sobre ese encuentro –entre lámina y obra de arte–, ella dice en el libro: “La imagen la utilicé en una cuna que compré en el Pasaje Rivas. En la base pinté a la mamá con el niño. Lo que más me gustaba eran los labios rojos de ella y el fondo verde de la impresión, un verde limón plano que utilicé para el fondo de la pintura”.
Ni Beatriz González –ni al parecer los demás artistas que basaron algunas de sus obras en láminas de Molinari– se interesaron por averiguar a fondo quién estaba detrás de estas gráficas, por saber quiénes eran los impresores que producían cientos de miles de imágenes y que entendían a la perfección cómo conquistar el gusto popular. Quiénes eran los que se atrevían, por ejemplo, a agregarle a 'La última cena' un bodegón en primer plano y meterle por ahí una cara del propio Leonardo da Vinci. “Yo estaba viendo la historia del arte a través de los ojos del impresor de Gráficas Molinari”, dice Beatriz. Esa relación, precisamente, es la que José Ruiz quiso dejar plasmada en el libro, que tiene el plus de haber utilizado en su impresión láminas originales de los años sesenta. La idea es que a futuro lleguen más publicaciones. Y claro: que las imágenes que estuvieron en casas de familia, en tiendas de barrio o en los talleres de artistas, vuelvan a estar presentes.