Tantos escritores han comparado la niebla con una lluvia de plata, el sol reflejado en las aguas con el mismísimo oro y la espuma de las olas con la unión de cristales, que al ver los paisajes de Alfonso Ariza, en los que esas metáforas se hacen tangibles, no queda otra alternativa más que dejarse transportar hacia la esencia mística de la naturaleza.
La exposición ‘Paisajes iridiscentes’, que estará expuesta en la Galería Alonso Garcés, en Bogotá, hasta el 22 de diciembre, está compuesta por una selección de obras que el maestro ha realizado en los últimos 10 años. Se trata de bosques, páramos, montañas y lagunas vivas en obras que lucen igualmente: vivas.
Aunque como biólogo sabe bien los nombres y el funcionamiento de los árboles y ecosistemas que pinta, Ariza no va con mirada de explorador ni intenta solo representar la naturaleza, sino capturar su espíritu, tal y como lo aprendió en sus estudios en The Tama Art University, en Tokio, Japón.
Allí llegó buscando unos colores que vio en la obra del artista Kayama Matazo y que no entendía cómo eran posibles de lograr, hasta que lo tuvo como uno de sus maestros.
Gracias a la beca de honor Monbukagakusho del Ministerio de Educación de Japón aprendió de este y de otros artistas contemporáneos japoneses la nihonga, técnica de pintura tradicional japonesa en la que se usan como pigmentos piedras o cristales preciosos y semipreciosos triturados, como la plata, el oro, el lapislázuli, la malaquita, el cuarzo, entre otros.
Cuando la luz se posa sobre dichas piedras trituradas, convertidas en arte, tiene una influencia especial según la hora del día en la que se les contemple. Es por esto que un cuadro de Ariza debe ser experimentado cuerpo a cuerpo y no a través de la fotografía o el video y podría representar, además, una experiencia distinta si se le observa a una hora u otra.
"El 90 por ciento de mi obra se basa en la meditación, un nueve por ciento en la alquimia con los materiales y un uno por ciento en la inspiración”, afirma el artista, hijo del reconocido paisajista Gonzalo Ariza, quien antes de pintar se conecta con su ser espiritual a través de una conversación intuitiva con la naturaleza o el espacio vacío.
El artista recuerda que alguna vez se dirigía a la Laguna de Siecha, en Cundinamarca, y la aplicación de celular que usa para movilizarse lo traicionó y terminó dejándolo en un lugar que no conocía, pero que merecía ser pintado ya que se había presentado ante sus ojos de forma misteriosa. Entonces, como suele hacer, tomó unos apuntes, hizo un boceto con acuarelas y se devolvió al estudio a poner sus exóticos materiales, su maestría en el trazo y su inspiración sobre el lienzo.
Es por esto, que su obra va más allá del paisaje y permite la instrospección, que para él es el verdadero valor del arte y significa la exploración del mundo interior, como bien lo permite la magia enigmática que tienen los bosques y que Ariza captura en su obra.
¿Cuándo y dónde?
Hasta el 22 de diciembre. Alonso Garcés García. Carrera 5 n.° 26B-92, Bogotá.
ANA MARÍA HINCAPIÉ
Cultura y Entretenimiento