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Esteban Peña: el artista que descubrió los secretos de la mirada de una mosca
La muestra del artista bogotano en la galería Nueveochenta es una gran muestra de talento pictórico.
El artista Esteba Peña posa junto a sus flores. Foto: Fernando Gómez. EL TIEMPO
Esteban Peña es un genio del color; sus imágenes son un engaño puro, ¿son fotografías?, ¿son pinturas? En Maleza, su nueva exposición en la galería Nueveochenta, todas las preguntas se agolpan y se desvanecen en un segundo, porque sus flores llenan el espacio y dejan nuevos interrogantes en el aire, ¿cuánto tiempo nos queda de vida en el planeta?, ¿cuántos seres vivos hemos destruido sin remedio?
Peña vive en el Reino Unido, el lugar donde la horticultura y la botánica son lo más cercano a una religión. Los ingleses siempre han presumido de su campiña, pero en la vida real les queda poca vida salvaje, las grandes planicies llenas de flores silvestres le han dado paso a los grandes cultivos y sus narcisos y sus margaritas y las flores de los tréboles cada vez son más escasos. Peña se sumergió en ese mundo; entró en catalogos cada vez más especializados y -como un detective- terminó frente a las especies en vías de extinción. Y, literalmente, también empezó a ver uno de los matrimonios más complejos de la naturaleza: el de las flores y los insectos.
Los colores que ve un abejorro o una mariposa no son los mismos que vemos los humanos; en un esfuerzo enciclopédico, digno del legendario barón Humboldt o del aventurero Alfred Russel Wallace, Peña fotografió la maleza que veía crecer cerca y luego sometió las fotos a rayos ultravioleta o ultrarrojos. Y lo que vio lo asombró: el blanco que vemos en tres flores distintas para los insectos no se trata de un solo blanco, sino que son tres colores diferentes: pueden ver lilas, naranjas, un verde fosforescente. Esa visión estrambótica y desconocida la trasladó a la pintura. Y ahí viene el engaño.
***
Las grandes pinturas de Peña nacen de los colores de las impresoras: cian, magenta, amarillo y negro. Sus obras nacen con una laboriosidad tan imposible y tan emocionante como la propia naturaleza, capa tras capa de pintura, sus flores vuelven a nacer en el papel y los espectadores –por puro encantamiento– quedan atrapados como un insecto. Peña se transforma en una impresora humana con sus pinceles y los colores de los insectos y reproduce las imágenes con un hiperrealismo impactante.
La exposición se convierte en delicioso un paseo por la campiña; por la belleza de la maleza.
Pero en ese paseo también aparece la muerte; en su investigación Peña encontró centenares de flores en peligro de extinción que, en una solución genial, decidió pintar como una sombra negra sobre papel blanco. Su pintura es el negro más profundo que puede encontrarse en el mercado. Y ese negro insondable nos recuerda que afuera hay todo un mundo de colores -colores que no conocemos y no hemos disfrutado- que, como en un cuento de Julio Cortázar, nos pueden alegrar la vida.