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Los tormentos de una monja frustrada
La obra de Margaret Mariño forma parte de una exposición colectiva en la galería Casas Riegner.
Exposición Boca de estómago en Casas Riegner Foto: Óscar Monsalve / Fernando Gómez Echeverri
Los dedos y las articulaciones de Margaret Mariño han sufrido lo indecible; durante horas, meses, días y noches enteras se ha dedicado a arrancar las semillas de cientos de fresas para dibujar el esqueleto de su perro; se ha quemado los dedos para crear una obra de cera y, sobre todo, se ha llenado las yemas de pinchazos robando 35.000 espinas de rosas.
La exposición de Mariño en la galería Casas Riegner es uno de esos raros acontecimientos que pueden marcar una época.
‘Boca de estómago’ reúne su trabajo y el de otros dos jóvenes artistas con un poder desconcertante.
Carlos Alfonso presenta en la primera sala una potente reflexión pictórica sobre la comida, el hambre y la noción de territorio; en el centro de la sala hay varios morteros, semillas y cerámicas, y en sus cuadros, para completar la narración, hay visiones que mezclan la religiosidad con el significado indígena y ancestral de la alimentación.
Exposición Boca de estómago en Casas Riegner Foto:Óscar Monsalve / Fernando Gómez Echeverri
'Yo quería ser monja'
“Yo quería ser monja”, dice Mariño.
Margaret se graduó del colegio cuando tenía 15 años; tenía dos opciones: el claustro o artes plásticas. No la recibieron en el convento y terminó en Artes Plásticas en la Universidad Nacional. Margaret es parte de una familia de militares y sumamente religiosa en todas sus ramas; el contraste con la liberalidad de la universidad fue su primer sacudón, pero el pasado quedó en su cabeza y en su forma de ver el mundo. Su exposición nace de ese origen religioso y de sus pérdidas y tragedias personales. Y –sobre todo– de una película experimental.
Mariño escribió un guion sobre las siete obsesiones de una monja; ganó un premio en Flor Ars Natura y, ante todo, con la ayuda insuperable de un amigo logró sacar adelante el filme.
La monja, entre otras cosas, robaba espinas de rosas de los jardines para clavarlas en un muro hecho de plastilina. Mariño decidió continuar la labor de la película y el muro se convirtió en una pieza monumental de 35 mil espinas que forma un díptico con la foto de un buqué de rosas de una novia.
Hay algo de sufrimiento en cada pieza. Es una mezcla entre la belleza y lo siniestro: hay, por ejemplo, un perro tejido en croché con hilo dental sujetado por los colmillos de dos perros muertos; una pieza de tejidos de restos de mandarina y una preciosa cenefa con los espinosos restos de puyas secas. Y otra con un dolor personal oculto: el esqueleto de su perro dibujado con las diminutas semillas de las fresas. “Lo tengo desde hace siete años; es un perro lobo y lo adopté porque tuve una perdida. Los perros han sido una compañía humana hace siglos; los santos del Medioevo eran enterrados con sus perros”. El perro también está en la exposición de otra manera: hay lana tejida con su pelo.
Exposición Boca de estómago en Casas Riegner Foto:Óscar Monsalve / Fernando Gómez Echeverri
La obra de Mariño se conecta con la de María Leguízamo en la misma sala.
Y solo su sonido es una invitación a mirar durante horas, una y otra vez: su obra es otro milagro.
Leguízamo presenta dos videos aterradores; hay que tener estómago para verlos, pero una vez los ojos se encuentran y se conectan con ella, es imposible dejar de mirar. En la sala hay un escritorio con una pata rota; le falta un pedazo y está inevitablemente inclinada. En uno de los videos se ve el porqué. Leguízamo logra el equilibrio acostándose debajo y sosteniendo el peso del escritorio con su lengua. La cinematografía del video es impecable; el o de la lengua con la madera –más allá del asco– genera una tensión intensa, angustiosa. El escenario es una oficina en el centro de la ciudad, y es imposible no esculcar internamente las relaciones de poder y machismo que esconde la pieza.
Los videos, además, están acompañados en la sala de una “tripa” de plástico que habla del intestino y nuestros sonidos internos. La pieza se infla y se desinfla y le añade una tensión extra a cada video.
Leguízamo hizo una maestría en escultura, y su segundo video es una mezcla magistral entre performance, video y escultura: tienen que verlo. Es escalofriantemente hermoso.