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Centenario de Carlos Cruz-Diez, el gran maestro del color
Venezuela se rinde ante su legado con muestras sobre la vida y obra del genio en el arte cinético.
La nueva obra de Cruz-Diez, en la U. Jorge Tadeo Lozano de Bogotá. Foto: cortesía Universidad Jorge Tadeo Lozano
Tuvo una obsesión, el color, con una obra viva en las calles de ciudades como París, Londres, Nueva York, su natal Caracas y hasta en la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá.
Venezuela celebra el centenario del natalicio de Carlos Cruz-Diez, un hombre que hizo historia en el arte moderno.
Cruz-Diez protagonizó desde este país caribeño, junto con otros artistas como Jesús Soto o Juvenal Ravelo, una poderosa corriente en el cinetismo.
Sus “fisicromías”, mezclas de colores que danzan al ritmo del movimiento del observador, se convirtieron en símbolos del op art o arte óptico. “Tiene una invención: la metamorfosis del color. Ocurre con el desplazamiento del espectador, con gamas de colores que no se perciben si estás estático frente a la obra. Una vez empieza el movimiento, ocurre la metamorfosis”, comentó hace unos años a la AFP Ravelo, discípulo y amigo del maestro.
El Gobierno de Venezuela celebró el centenario del nacimiento de Cruz-Díez con la inauguración de dos exposiciones en homenaje al artista en el Sistema Nacional de Museos. La primera muestra obras de nueve artistas con síndrome de Down y espectro autista, y la otra reúne 35 piezas de autores nacionales e internacionales que integran la colección del Museo de la Estampa y del Diseño Carlos Cruz-Diez.
De otro lado, un bus que emula un tranvía inauguró, a manera de homenaje, un recorrido por las obras de Cruz-Diez en Valencia (estado Carabobo).
Carlos Cruz-Diez, artista plástico (Caracas, 1923-París, 2019). Foto:Archivo EL TIEMPO
‘Continua mutación’
Nacido el 17 de agosto de 1923 y criado en el barrio caraqueño de La Pastora, el color enamoró a Cruz-Diez desde que era un niño, cuando mutaba frente a sus ojos al rebotar la luz en el vidrio de las botellas de gaseosa de la fábrica artesanal que regía su padre.
Siguió esa pasión hasta el final de sus días. Jamás dejó de trabajar desde que empezó a estudiar en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas en 1940. Con cabellos y barba grises por el paso del tiempo, Cruz-Diez falleció el 27 de julio de 2019, en París (Francia), a los 95 años de edad.
Afincado en la capital sa desde 1960, el artista era una referencia mundial en el arte cinético, un género que engloba las obras creadas para producir la impresión o ilusión de movimiento y en el que también destacaron grandes nombres como los de Alexander Calder, Marcel Duchamp o su compatriota Jesús Soto.
“Lo último que hizo en la cama del hospital fue un dibujo de uno de los proyectos que tenía mi hermano mayor, Jorge: un museo para su obra. Yo tengo ese dibujo”, le comentó a EL TIEMPO el año pasado su hijo Carlos Cruz Delgado.
El color es “una situación efímera, una realidad autónoma en continua mutación” y, como los hechos, tiene lugar “en el espacio y en el tiempo real, sin pasado ni futuro, en un presente perpetuo”, comentaba Cruz-Diez al analizar su propia obra.
Ganador del Premio Nacional de Artes Plásticas en 1971, adquirió fama mundial con reconocimientos en Argentina, Brasil, Francia, España y Estados Unidos, entre otros países.
Fachada del museo en su honor en la capital venezolana. Foto:EFE
‘Arte para todos’
Aunque vivió en París desde la década de 1960, cuando la democracia nacía en Venezuela tras la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1952-1959), su obra está ligada a su país y muchas de sus creaciones son íconos de la venezolanidad.
La gigantesca Cromointerferencia de color aditivo cubre, con coloridos azulejos, el piso y las paredes del aeropuerto internacional Simón Bolívar, que sirve a Caracas. Una foto en esta obra es el último recuerdo de millares de venezolanos que migraron huyendo de la crisis.
También fue distinguido en 2012 con la Legión de Honor sa, y sus obras forman parte de las colecciones de los principales museos de todo el mundo, como el Moma de Nueva York, la Tate Modern de Londres, el Centro Pompidou de París o el Museo de Bellas Artes de Houston (EE. UU.), pero también en las calles de importantes ciudades.
Incluye penetrables, largos cables de colores que pueden atravesarse, haciendo que la experiencia del espectador sea no solo visual, sino también táctil.
“Arte para todos (...). El arte no se quedó entre cuatro paredes en colecciones privadas y museos. El cinetismo se incorporó a la arquitectura y después a la calle”, asegura Ravelo.
Precisamente, el año pasado, su hijo Carlos Cruz Delgado estuvo al frente del montaje y la inauguración del hermoso círculo cinético, de 30 metros de diámetro y 3 de ancho, que se inauguró en la plazoleta de la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá. De esta manera, la capital colombiana también se enorgullece de contar con una obra del afamado artista plástico.
“Papá siempre tuvo en el taller 20 personas, jóvenes de todas partes del mundo: México, Portugal, Francia, Colombia... Yo trabajé con él desde que tenía 20 años. Además, era un inventor genial: sus obras son imposibles de copiar o falsificar porque él mismo creaba las máquinas que hacían las partes de sus piezas, plegadoras de aluminio, bastidores; les daba nombres como el cangrejo, je, je, je: era una máquina que tenía unas patas laaargas”, recordó en esa oportunidad su hijo. Ahora, con los nuevos homenajes anota: “Mi padre fue un visionario que desafió las convenciones artísticas, trascendiendo fronteras y explorando la esencia misma del color.