
Tasajera: un tesoro ambiental único en un pueblo pobre
Un tesoro ambiental único en un pueblo pobre
Por Diana Ravelo Méndez
Enviada especial de EL TIEMPO
La problemática social de la gente de Tasajera es, en realidad, la consecuencia del empobrecimiento completo de su riqueza ambiental y de la pérdida de funcionalidad ecológica, pues estos ecosistemas han dejado de suministrar elementos para su beneficio en territorios donde ancestralmente se vivía una abundancia de recursos.
De la historia del corregimiento de Tasajera —o Tasajeras, como también es nombrado por sus habitantes— existen pocos documentos, por lo que muchas de las cosas que se saben sobre este territorio se han logrado gracias a la suma de ideas y mitos que se han ido transmitiendo de generación en generación.
Profesor
Carlos Domínguez

Según el docente y economista Carlos Domínguez, uno de los primeros registros que se tienen de su origen está en documentos que datan de 1888. Allí se describe a Tasajera como un pueblo ubicado a la orilla de la Ciénaga Grande en el que toda su actividad comercial, desde la antigüedad, ha estado enfocada hacia la pesca artesanal y la comercialización del pescado. “Tasajera aparece ya en el libro de arqueología de la Ciénaga Grande de la Sierra Nevada de Santa Marta como uno de los pueblos en donde los pescadores vivieron de la ostra, en 1977”, cuenta.
De tal forma que no siempre esta población estuvo marcada por la escasez y la pobreza. Los pescadores más experimentados aún recuerdan la época en la que podían pavonearse al tener el título de ser la zona pesquera con mejor tecnificación de este oficio en el mercado colombiano. Conocimiento que llevó a que sus antepasados construyeran una vida digna y, por qué no, llena de abundancia, gracias a la exportación de ostras a Estados Unidos para la década de los 70.

Foto: Vanexa Romero
“Decir que este territorio ha sido siempre así de pobre es inexacto. En el pasado, ellos eran grandes emprendedores, tenían asociaciones importantísimas que a nivel nacional influyeron en las políticas de pesca del país”, afirma Sandra Vilardy, bióloga marina y docente de la Universidad de los Andes.
Y es que es inevitable hablar de pesca cuando de este corregimiento se trata, pues desde su nombre –que hace referencia a la acción de tasajear pescado– hasta su economía giran alrededor de este oficio. Por tanto, en estas tierras los niños crecen aprendiendo a empuñar las redes de pesca, a agarrar los anzuelos, a diferenciar las especies y a entender sobre el negocio.
“Si hay un recuerdo de mi infancia es de esa época, en la que sacábamos la ostra, un molusco exótico, para llevarla a los Estados Unidos.“
Martín Ayala
“Si hay un recuerdo de mi infancia es de esa época, en la que sacábamos la ostra, un molusco exótico, para llevarla a los Estados Unidos. Permanecía bañándome en el agua, venían los pescadores de la época, de los que eran los corrales de pesca, llenos de unos pescados que se llamaban mapalé. Muchas de esas cosas desaparecieron con la tecnología porque el pescador no se quedó en el pasado. La pesca se fue cambiando poco a poco hasta ser lo que es ahora”, recuerda Martín Ayala, un hombre que tras ser liquidado por una empresa del Estado se dedicó a la compra y venta de pescado en el mercado de la zona.
No es de extrañar, entonces, que la gente de Tasajera cuente que en esas tierras se nace y muere siendo pescador. Es como una herencia que se lleva en la sangre. Y no es para menos, pues en sus aguas existe casi toda clase de peces y su riqueza va desde la mojarra blanca al camarón y hasta el pargo rojo. “En los años 70 se tenían estadísticas de 28.000 toneladas al año, y actualmente estamos en 6.000. Hablamos de una restricción de casi el 80 % de la pesca. En los 60 y 70 era la zona más productiva del país”, alerta la investigadora.
Fred Amado
y el origen de Tasajera

Sin embargo, las alarmas se han encendido entre quienes viven de esta ocupación, pues su biodiversidad está cada vez más amenazada. De un tiempo para acá se han empezado a echar de menos el bocachico y muchas otras especies de agua dulce que están desapareciendo desde que la Ciénaga Grande de Santa Marta comenzó a adormecerse a causa de la problemática ambiental; problemática que ha traído consigo una arraigada pobreza que se ensañó con ellos, convirtiéndolos en una de las zonas más pobres de Colombia.

Foto: Vanexa Romero
La crisis en la Ciénaga que tiene
en jaque a toda una población
Tasajera, geográficamente, es una población muy bella. Se debe entender como el delta del río Magdalena o su desembocadura. Este tal vez sea el secreto que le permite producir el que para muchos es el mejor pescado de Colombia: por la ubicación estratégica genera en sus aguas una especie de ‘lavado’ con los ríos que bajan de la Sierra Nevada de Santa Marta.
Los ríos pueden desembocar de múltiples maneras en el mar, y en este caso se produce un delta estuarino; es decir: el mar entra al sistema y está marcado por los cinco ríos que bajan de la Sierra en esa región del Magdalena, pues recibe sus aguas creando una pequeña franja de arena que es se convierte en un pulso de fuerzas entre la dinámica del océano y la que baja de los ríos.

“Este comportamiento es de alguna manera el toque mágico para los peces de Tasajera, pues se tiene la intersección de tres importantes sistemas: el río Magdalena, con su agua dulce, sedimentos y nutrientes; el mar, donde están las especies marinas, y todas las aguas que vienen de la Sierra Nevada de Santa Marta, de tal forma que recoge lo mejor y lo peor de esos tres mundos”, explica la docente Sandra Vilardy.
Como la Sierra Nevada de Santa Marta no hay otro sistema en el planeta: es una isla tropical de biodiversidad. El río Magdalena también: tropical y dueño de una fuerza poderosa, no tiene competencia. Y el mar Caribe es una zona de distribución de especies muy particular. De tal forma que Tasajera cuenta con tres sistemas singulares que se conjugan. Lamentablemente, con los años se ha perdido mucha de esta diversidad y eso ha sumado al empobrecimiento de la gente.
Es en este punto donde el medioambiente y la sociedad se conectan, pues estos pueblos en la carretera y la construcción de la vía Ciénaga-Barranquilla se hicieron sobre esa frágil flecha litoral que se está erosionando y no permite que haya suelo disponible para los habitantes de Puebloviejo, cabecera de Tasajera.
Una de las actividades peligrosas que tradicionalmente se han desarrollado en estos terrenos es rellenar los cuerpos de agua para generar tierra firme; antes se usaban las conchas de las ostras, pero con el paso del tiempo ese insumo ha sido reemplazado por el plástico. Así que se trata de mucho más que de una problemática de contaminación. “Para ellos, no es basura sino material de construcción, algo que se ve solo en países muy pobres en donde la gente, por la ausencia de tierra firme, debe construir sobre charcos. Y la pregunta de fondo es: ¿por qué hemos dejado que se llegue a esos niveles de miseria y de tragedia?”, reflexiona la experta Vilardy.
Poema juglar: El Edén
del Magdalena

Su riqueza hídrica dependía de los procesos migratorios de las especies del océano. Antes existían cinco bocas o espacios donde el mar y la ciénaga se interconectaban libremente y las especies funcionaban como puentes donde entraban a reproducirse. Pero cuando se construyó la carretera solo quedó habilitada una de las bocas porque las demás se cerraron. Eso fue a finales de los 60 y fue el primer detonante de la pérdida de especies.
Adicionalmente, también en los 60, en el lado del río Magdalena se empezó a construir un carreteable conocido como la vía de la Prosperidad y se levantó una especie de dique, cerrando las entradas del río Magdalena a su delta, disminuyendo el agua dulce y afectando a especies como el bocachico.
La Ciénaga, además, ha sido escenario de hechos atroces a causa del conflicto armado. Y también se ha enfrentado a la dificultad institucional que tiene Colombia para entender territorios de alta complejidad social y biodiversa. “Hemos entendido mal la Ciénaga y la hemos gestionado mal, no obstante tener cada vez más información científica. Pero la inercia institucional y los intereses creados en el territorio han sido difíciles de transformar”, alerta Vilardy.
A esa situación se ha sumado la historia trágica de los ríos, a causa de unos procesos importantes de deforestación en la zona media de la Sierra Nevada de Santa Marta y la demanda de agua para el trabajo agroindustrial en su zona baja. ¿El resultado? Se está perdiendo gran parte del caudal, generando problemas serios.
En los últimos 20 años, la deforestación en las áreas protegidas del sistema de Parques Nacionales Naturales alcanzó un total de 271.680 hectáreas, las cuales, en su mayoría, se transformaron para ser usadas en pastos para actividades ganaderas, según informó esa entidad el pasado mes de febrero. Los cultivos ilícitos también se han sumado al deterioro ambiental, pues han arrasado bosques enteros para sus siembras.
Y entre esas áreas protegidas y afectadas por la deforestación, la ganadería, los cultivos ilegales y la violencia por cuenta de los grupos armados ilegales está la Sierra Nevada de Santa Marta: un ecosistema único que comienza en las costas del mar Caribe y se eleva hasta los picos nevados, a una altura de 5.775 metros sobre el nivel del mar.
Este ecosistema pierde, anualmente, 1,3 por ciento de su casquete de hielo, según reveló un informe del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (Ideam) y la Universidad Nacional (UN) sobre la proyección de pérdida de glaciares en Colombia, publicado en abril del 2019. Así que, para el año 2040, se tiene proyectado que la cobertura nevada habrá dejado de existir.

completamente protegido de los rayos del sol.
Foto: Vanexa Romero
Los otros males que enferman a Tasajera
Por David Alejandro López Bermúdez
Periodista de Reportajes Multimedia
Puebloviejo (Magdalena), es un municipio en el norte de Colombia donde habitan 32.188 personas, según cifras del Departamento Nacional de Planeación. Tasajera es uno de sus corregimientos.
En ese lugar, todo es una constante carrera por sobrevivir. La tragedia que hace un año enlutó al país solo fue una ventana del crudo día a día que allí se vive. Desde que comenzó la pandemia, se profundizaron las problemáticas sociales y económicas, hundiendo en la miseria a sus habitantes. Las oportunidades, que ya estaban reducidas, se volvieron algo utópico.
Es un sitio de tradición pesquera. La inmensa mayoría de las familias se constituyeron a partir de esa actividad económica. De hecho, la pesca es la principal fuente de ingresos de las personas. O así era hasta hace un tiempo. Al menos el 60 % de la población se dedica a esta actividad, según la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (Aunap).
Poema juglar: La Pesca
de Camarón

Pero eso ahora significa un reto. El cambio en los precios de los materiales, la gasolina, la competencia en la industria pesquera, sumado al cambio climático y a las restricciones por la emergencia sanitaria del último año, ha puesto en jaque a los pescadores de Tasajera.
El contexto medioambiental influye poderosamente. Los cambios en las dinámicas del entorno alteraron los lugares de pesca y las personas comenzaron a capturar peces que no estaban en las condiciones óptimas. “Cuando se captura un animal que no está con la talla correspondiente, también se puede afectar su reproducción y sostenibilidad”, advierte Jorge Roa, director regional de Barranquilla de la Aunap.
Lo anterior implica buscar nuevos lugares donde existan las condiciones óptimas para la actividad, pero para eso se necesitan más recursos, y pocos en el corregimiento cuentan con ellos. “A los pescadores artesanales se les está dificultando su actividad, en parte, porque deben desplazarse mucho más lejos que antes. Los caladeros están en otras zonas. Pero eso implica mayor gasto, como en gasolina”, explica Roa.
Martín Ayala,
pescador

Y no es el único problema. A la disminución de las ventas y a la pesca artesanal se les puede atribuir también la falta de herramientas para su comercialización más allá de lo local. “El pescador está acostumbrado a vender lo producido en las siguientes horas, o al borde de la carretera en las tardes, pero no conoce ni tiene la oportunidad de hacer una buena cadena de frío para conservar el producto ni cuenta con estrategias para venderlo en otras regiones”, añade el funcionario.
En la actualidad, lo que se logra pescar solo alcanza para una subsistencia básica. En ocasiones, no alcanza para comer las tres comidas diarias. El año pasado, después de la tragedia, el gobernador de Magdalena, Carlos Caicedo, dijo que Puebloviejo es uno de los municipios más pobres del departamento y que el 94 % de las personas se sostienen por el llamado rebusque. Cifras del Dane muestran que casi seis de cada 10 habitantes están en situación de pobreza.
Datos consultados por EL TIEMPO dan cuenta de que Puebloviejo fijó un presupuesto general de gastos para el 2020 de 26.491 millones de pesos, de los cuales 1.524 millones son para funcionamiento; 880 millones, para deuda, y 24.087, para inversión. Sus ingresos están definidos de la siguiente manera: 1.248 millones de recaudo tributario, 24.942 millones, no tributario, y 300 millones de ingreso de capital.
Pero al hambre se le suma la falta de un servicio público básico: el agua. En 2015, el exgobernador de Magdalena Luis Miguel Cotes y el exalcalde de Puebloviejo Francisco Gutiérrez inauguraron las obras que llevarían agua potable a varios corregimientos, incluido Tasajera.
Allí, según registró EL TIEMPO en ese momento, se empezó a suministrar el líquido, pero solo llegaba cada 48 horas, una vez al día –un rato, máximo una hora–. Además, en sectores como La Gloria y Nuevo Horizonte, donde no se había instalado la tubería, no había agua.
Seis años después, la realidad no es muy diferente. A diario, un carrotanque debe venderles agua potable a las personas. Quienes pueden pagarla deben acercarse a la carretera con baldes, que venden a 2.500 pesos en promedio. Otros corren detrás de vehículos que transitan por la vía a Barranquilla con el fin de que alguien pueda darles el líquido.
La Gobernación de Magdalena anunció a finales del año pasado que se firmó un ‘Plan de aseguramiento’ con la Alcaldía de Puebloviejo por 438.981 millones para “fortalecer el servicio de acueducto y beneficiar a 25.309 habitantes”.


Ahora bien, esa práctica de las personas para obtener agua a diario ha generado inseguridad en el sector. Muchos habitantes de la costa norte colombiana reconocen que movilizarse por allí puede ser peligroso. Algunas personas bloquean las vías para resolver el problema de la escasez de servicios públicos, mientras que otras buscan algo de comida para subsistir.
Hay denuncias de personas que dicen haber sido víctimas de bandas organizadas que aprovechan que los conductores bajan la velocidad por los resaltos de la vía o las protestas de habitantes para robarles la mercancía. Incluso, algunos logran colgarse de vehículos tipo ‘carpas’ y los saquean.
Y es que la violencia parece haberse enraizado en este lugar. Algunas de las víctimas del paramilitarismo que fueron desplazadas de otros municipios, como Ciénaga o Sitionuevo, se congregaron y se establecieron en Tasajera. Sin embargo, eso no fue impedimento para alejar al fantasma del conflicto. En 2001, un grupo del bloque Norte secuestró y asesinó a seis personas de ese lugar.
“Hay varios factores que confluyen allí. El narcotráfico y la falta de control en lugares como la isla de Salamanca y el puerto de Palermo, por ejemplo, se han convertido en mecanismos dinamizadores de la violencia”
Lerber Dimas
“Hay varios factores que confluyen allí. El narcotráfico y la falta de control en lugares como la isla de Salamanca y el puerto de Palermo, por ejemplo, se han convertido en mecanismos dinamizadores de la violencia”, señala Lerber Dimas, antropólogo, investigador y profesor experto en violencia y DD. HH.
Y explica que la Ciénaga grande, al ser una especie de entramado de arroyos, “se convirtió en el pasado en un corredor de movilidad de grupos paramilitares y del Eln, para secuestrar y cometer crímenes contra la población. Hay temas de despojo, invasiones y desplazamiento”.
Tasajera hace parte de esa gran herida abierta que sumió en decadencia a sus pobladores. La violencia tan solo es uno de los eslabones de la cadena de tragedias que se alargó con la pandemia. El problema de salud pública, que ya existía por las basuras y la contaminación en el lugar, se sumó al del coronavirus. Más de un centenar de personas han sido contagiadas. Este año hubo alerta por la muerte de 14 adultos mayores en menos de una semana.


La realidad es que pese a la precariedad y a la alerta por la pandemia, algunos adolescentes y ancianos salen a diario a hacer mototaxismo, a vender al borde de la carretera o esperar a que alguien pueda regalarles cualquier cosa. Quienes se quedan en casa se exponen a las altas temperaturas y a los fuertes olores que emanan de las paredes de sus viviendas –muchas de ellas hechas de latas y reciclaje– y de las botellas y sacos rellenos de basura que ponen en las puertas y andenes para que no se inunden sus hogares.
Los que viven en el corregimiento deben cargar con la cruz de la desdicha, aquella que se vuelve más pesada cada vez que pasan los años y que crece con cada nueva tragedia. La luz al final del túnel aparecerá cuando se comience a solucionar cada problema social y se les devuelva la esperanza y la tranquilidad a sus pobladores.

basura para generar tierra firme.
Foto: Vanexa Romero
Las apuestas de la alcaldía
Según Fabián Obispo, alcalde de Puebloviejo, desde su despacho, en los últimos tres meses se activaron dos proyectos para intentar ayudar a las familias que resultaron afectadas por la tragedia. Por un lado, se empezó una convocatoria para que las mujeres que quedaron viudas puedan ser beneficiarias de una beca para titularse como auxiliares de enfermería.
En el caso de los sobrevivientes y familiares de los fallecidos, se planea apoyarlos con unidades productivas que van desde un congelador para la fabricación de hielos o misceláneas hasta apoyos para la comercialización de productos pesqueros. “Al ver el suceso, Colombia entera expresó su solidaridad los primeros cuatro meses, pero después de eso es donde entramos nosotros como ente territorial a encontrar una forma de que ellos mismos puedan generar sus recursos”, explica el mandatario.
Sin embargo, estas iniciativas no cubren las necesidades de estas familias, por lo que el mismo obispo ite que se necesita mucho apoyo para atender la dura realidad que enfrentan estos hogares. “Pedimos al Gobierno Nacional y al departamento que nos apoyen, estos muchachos viven en unas condiciones precarias en sus casas y ahí es donde nosotros realmente requerimos el apoyo en esos niveles de gobierno, desde la Gobernación hasta el Gobierno Nacional. Estamos tratando de atender problemas precarios fuertes, que de alguna u otra forma el municipio tendría manera de resolverlos, pero hay otros que realmente se nos salen de las manos”.
Créditos
Textos: Diana Ravelo, enviada especial de EL TIEMPO;
María Paulina Ortiz y David Alejandro López Bermúdez.
Diseño digital: Sebastián Forero y Claudia Cuadrado.
Jefe de Diseño: Sandra Rojas.
Maquetación: Giovany Ariza.
Fotografía y video: Vanexa Romero
Edición del video: Juan Manuel Vargas.
Audios: Julián Darío Castiblanco.
Editor y director del reportaje: José Alberto Mojica Patiño.
Periodista de Reportajes Multimedia: David Alejandro
López Bermúdez.
Editor Mesa Central: Jhon Torres.
Agradecimientos a la comunicadora Nizfisneys Gutiérrez, al escritor Javier Moscarella, al cineasta Fred Amado Jiménez de La Rosa y al señor Manuel Enrique Oliveros. Y gracias, sobre todo, a los sobrevivientes de la tragedia y a sus familiares por permitirnos contar sus historias.