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Opinión
Voy y vuelvo | Obras son amores
Cuando uno paga impuestos, valorizaciones y demás tributos, todo lo que pide es calidad de vida.
Orlando Molano, director del IDU, recorrió las calles de la ciudad junto a EL TIEMPO para hablar sobre el avance de las obras clave de Bogotá. Foto: Mauricio Moreno. EL TIEMPO
Cuando uno vive en una ciudad como Bogotá, el único patrimonio realmente significativo, si acaso, es la vivienda. Allí donde uno cría a los hijos e intenta hacer de aquello un hogar. No importa a qué estrato se pertenezca, tener una casa será sinónimo de bienestar.
Las 37 obras que quedarán en construcción han generado 60.000 puestos de trabajo directos e indirectos. Foto:IDU
Lo saben bien los hampones de los tierreros, que se aprovechan justamente de esa necesidad para estafar a la gente. Saben que un padre o una madre de familia daría sus restos por un lote donde edificar su futuro y el de su familia.
Cualquier casa que uno visite siempre tendrá la marca del esmero por hacerla lucir bonita, agradable y habitable. Siempre se defenderá ese espacio hasta con la vida.
Cuando uno paga impuestos, valorizaciones y demás tributos, todo lo que pide en contraprestación es que eso se traduzca en calidad de vida. En una mejora del entorno y, por ende, en un mayor valor del inmueble que se posee. Pagar una contribución para que exista una vía, un parque, una ciclorruta, genera la expectativa de que habrá una mejora y que esa mejora redundará en un mayor beneficio. Es el caso de Patricia, una mujer dedicada al aseo que con esfuerzo consiguió hacerse con su casa en el barrio Las Margaritas, en Bosa. Infortunadamente, las protestas del 2021 por poco la sacan corriendo, pues los vándalos de las manifestaciones se tomaron el barrio, el parque, el mobiliario público y hasta los adoquines recién instalados los usaron como proyectiles. Nadie defendió a Patricia ni a sus vecinos hasta que los medios empezamos a denunciar esa especie de desplazamiento interno que se estaba dando. Patricia salvó su casa, en donde habita su señora madre con cáncer. Y ahora, a pocas calles, ve cómo se construye el metro y cómo ese solo hecho la pone en otro nivel y valoriza su propiedad.
Hace pocos días, junto con el director del IDU, estuve recorriendo dos obras que se entregaron en la ciudad: la ciclorruta del canal Córdoba, entre la 129 y la 170, y la extensión de la avenida Boyacá entre la 170 y la 183.
Si no lo han hecho, háganlo. La fisionomía de los barrios adyacentes cambió. De ser un canal abandonado, lleno de maleza y peligroso, se pasó a una estructura de 5,6 kilómetros, 11 puentes peatonales, tres bicipeatonales y sistemas de drenaje urbano que permiten disfrutar de un espacio antes desconocido por muchos. Ahora se ve a los vecinos salir a disfrutar de la bicicleta, se les ve hacer ejercicio o simplemente contemplando las mejoras del barrio. Ahí está su valorización. Más de 160.000 millones de pesos invertidos de un recaudo que se había hecho en 2018. Otros no han corrido con la misma suerte. La extensión de la calle 45, por ejemplo, entre la avenida Caracas y la Circunvalar, no se ha llevado a cabo pese a haber sido una vía concebida también por valorización hace 30 años. Hágame el favor. Ahora se anuncia que por fin será contratada y entregada ojalá este mismo año.
Obras por parte del IDU en la avenida 68. Foto:IDU.
Otra obra importante que se entregó el año pasado fue la extensión de la avenida Boyacá entre las calles 170 y 183, cuyo retraso también tomó varios meses. Pero quedó lista y hoy ayuda a desembotellar parte de la autopista Norte. Lo que resulta increíble es ver el corte abrupto justo ahí, en la 183, cuando bien puede extenderse más hacia el norte.
Al igual que con el canal Córdoba, la ampliación de la Boyacá, con ciclorrutas y carriles exclusivos para un futuro sistema de buses, ha significado un cambio en el entorno. Ya los barrios se ven, nuevos se habilitaron para la comunidad y en cierta forma se desbloqueó buena parte de la ciudad.
Las obras de infraestructura no tienen ningún sentido si no impactan positivamente a la gente. Como en el caso de Patricia, que vive en estrato dos, o el de los habitantes de Bavaria, que viven en estrato seis. En ambos casos se pagaron y se siguen pagando impuestos para eso, para tener mejores entornos y mejor calidad de vida.
Esto es lo que deberían entender no solo las autoridades sino los contratistas. Ganarse una obra para después incumplir aduciendo cualquier razón, mina la confianza ciudadana en sus ciudad, en su gobierno y en quienes las llevan a cabo. Y ese costo es más significativo que el que pueda reflejar el P&G. “Obras son amores y no buenas razones”, reza el adagio popular.
Cuando uno vive en una ciudad como Bogotá, el único patrimonio realmente significativo, si acaso, es la vivienda. Allí donde uno cría a los hijos e intenta hacer de aquello un hogar. No importa a qué estrato se pertenezca, tener una casa será sinónimo de bienestar.