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Voy y vuelvo | La nostalgia de la Navidad

No solo ha llegado por el desmembramiento de la familia sino por el recuerdo de las navidades pasadas.

Así quedó decorado el Parque Nacional con el alumbrado navideño

Así quedó decorado el Parque Nacional con el alumbrado navideño Foto: Alcaldía de Bogotá

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Tres de mis hermanos se han ido de la ciudad. Y mi madre también. Y aunque aún me quedan parientes y amigos, me ha entrado una nostalgia por la Navidad que no sentía hacía tiempo. La pasaré con mis hijos y mi esposa, y con la única hermana que queda por estos lados. Y seguramente estaremos felices, como debe ser en esta época de luces y villancicos.
Pero la nostalgia no solo ha llegado por el desmembramiento de la familia sino por el recuerdo de las navidades pasadas. Los hermanos se fueron, muchos sobrinos hicieron lo propio y hasta los hijos ya piensan en alzar el vuelo. 
Por aquellos días la vida transcurría en la calle. Toda la cuadra se iluminaba y se pintaba con papás Noel gordos, campanas y renos. Los pelados no se quedaban encerrados viendo redes o jugando ‘play’.
En casa siempre hubo fiesta, música, comida abundante y regalos. También hubo pólvora –por desgracia– y las puertas permanecían de par en par, esperando la llegada de cualquier vecino que venía a compartir buñuelos, natilla, arroz con leche, viandas en general o una simple tarjeta. Un trueque permanente entre gente del barrio.
Por aquellos días la vida transcurría en la calle. Toda la cuadra se engalanaba con papás Noel gordos, campanas, renos, estrellas, bolas de colores y guirnaldas pintadas a mano. Los pelados no se quedaban encerrados en el cuarto viendo redes o jugando play o intercambiando emoticones. Estaban en la calle, con el picadito de fútbol, los juegos en grupo, escribiendo cartas a Santa o en la cocina esperando lamer la cuchara con los restos de algún postre.
Debe ser cuidadoso con los excesos en Navidad.

Por aquellos días la vida transcurría en la calle. Foto:iStock

Los días eran eternos. Había tiempo para todo, hasta para organizar el orden de las canciones que pondríamos en el equipo de sonido. Nada de Spotify, todo quedaba en la cabeza; nada de playlist, cada uno buscaba su disco, lo seleccionaba y lo echaba a rodar en el tocadiscos. Entre tanto, el tropel de familia comenzaba a llegar: las tías, los tíos, los primos, la enamorada, el recién llegado, el que animaba, el que ya sabíamos a qué hora se emborrachaba, el pariente indeseable pero bienvenido de todas maneras; la fulana que ojeaba a los quinceañeros y el que ni rumbeaba ni tomaba, pero ahí se quedaba.
Todos llegaban con algún presente o con algún aporte para la cena navideña. Me emocionaba cuando traían tarjetas, porque yo era el encargado de ponerlas en el árbol. Valoraba más ese gesto y los mensajes que traían escritos que los mismos presentes.
Y luego venían la parranda, el baile, la comida, la repartición de regalos y más baile y más comida, hasta que daban las seis o siete de la mañana y entonces todas las calles empezaban a iluminarse con la sonrisa de niños y niñas exhibiendo sus regalos mientras los padres lidiaban con el guayabo a punta de café o, cómo no, otra “amarga”, como llamaba mi abuelo a la cerveza.
Hoy mucho de esto ha cambiado. Ya no hay hordas de niños y niñas en la calle, están atrapados en el celular o la tableta. Los juegos en la vía prácticamente desaparecieron, ahora hay que estar pendientes del exceso de carros, de motos, de las infernales bicicletas de motor y las bicis eléctricas. Si antes el único patrimonio que cargábamos eran unas cuantas monedas y éramos una pésima víctima para los ladrones, hoy, ya como padres, nos desgarramos en recomendaciones para que a los hijos no les vayan a robar el celular, los audífonos, el computador, el reloj inteligente, el micrófono de solapa, la tablet y hasta los tenis de marca. Porque les compramos tenis de marca y no los Panam que nos tocó a muchos.
No sé si aún se mantienen vivas las tradiciones de intercambiar platos navideños entre vecinos, de ir a la feria del juguete para apoyar a los artesanos o si se hace el recorrido por la iluminación de la ciudad. Es probable que no. Ahora todos vivimos en conjuntos de apartamentos y escasamente sabemos cómo se llama el de al lado, los regalos los pedimos por internet y nos los trae un ‘rappitendero’ en una bici ensordecedora, y el recorrido para ver las luces de Navidad se volvió una quimera, pues quién quiere salir con estos trancones infernales.
Es la nostalgia de la Navidad que me ha entrado de repente. Deben ser también los años y ver a los hijos crecer y tener sus propios planes en esta época de sentimientos encontrados. Y todo parece indicar que las cosas seguirán cambiando, pues ya los jóvenes ni hijos quieren tener. No lo digo yo, lo dijo el Dane.
¡Feliz Navidad para todos!
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor General EL TIEMPO
@ernestocortes28

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