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‘Mi esposo tuvo un trauma térmico por combustión de gasolina’

Habla la pareja de uno de los sobrevivientes del incendio de la estación de policía de Soacha.

Carlos Duván García Valbuena es uno de los sobrevivientes al incendio en Soacha.
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SUBEDITORA DE BOGOTÁ Actualizado:

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*Alicia es la esposa de Carlos Duván García Valbuena, un joven de 21 años de edad que purgaba una pena de 18 meses por hurto agravado. El último sitio de reclusión en donde estuvo fue la estación de policía de San Mateo (Soacha), en donde se convirtió en una de las víctimas del incendio del 4 de septiembre de 2020 que se inició cuando un preso decidió prenderle fuego a un pedazo de tela.
Al igual que otros presos que llegaron allí, este hombre trasegó por varios centros de reclusión. Estuvo en el Distrito de Soacha, luego en Ciudad Verde, pasó a Ciudadela Sucre y finalmente a San Mateo. “El 12 de diciembre cumplía un año de estar encerrado” contó la mujer.
Dice que el trato en todos estos sitios es inhumano y que los problemas para las visitas y para entregar encomiendas son recurrentes. “Las filas son larguísimas, a veces nos reciben, a veces no, a veces solo un papel higiénico o una crema dental. Pero lo peor es la comida, dicen que es dura y que les llega en mal estado”.
Pasó lo mismo en San Mateo, donde este preso ya cumplía unos tres meses. “Eso no es ni una estación de policía, es como un CAI adecuado en una casa, hay una sola celda y él siempre estuvo metido ahí como con 15 personas en promedio”.
Las pocas veces que pudo hablar con él le contó que los tratos por parte de los policías eran pésimos. “Me dijo que un día les pegaron y que los sacaban tarde al frío, cuando ya casi no había vecinos que se percataran. Hasta les negaban la ida al baño porque quedaba fuera de la celda”.
Ese día, 4 de septiembre, ella presentía que iba a pasar lo mismo de siempre, es decir, que no podría ver a su esposo. Sin embargo, se arriesgó y se fue sola a la estación de San Mateo. Llegó a las 12 m.
Les habían prometido que ese día les iban a permitir visitas y a recibir encomiendas, pero pasaban las horas y no había ninguna señal. “Se acumularon más familias; entonces todo se congestionó. Cuando ya eran las 2:30 nos comenzamos a acercar a preguntar qué había pasado y, sin ninguna explicación, nos dijeron que no iban a dejar hacer nada y que más bien nos fuéramos alejando del lugar”.
Alicia estaba desconsolada y cuando ya estaba a punto de irse los visitantes se percataron de que una llama tenue se había prendido dentro de la celda que alcanzaban a divisar. “Ahí les dijimos: Dios mío, sáquenlos porque puede ocurrir una tragedia, pero no se les dio la gana”.
Luego, cuenta la mujer, los policías hicieron una especie de barrera para que los familiares se fueran hasta que los presos dejaron de ser visibles. “Eso pasó porque la llama se propagó hasta el techo. Todos nos alarmamos y empezamos a correr. Les pedimos, les rogamos que los sacaran, que los ayudaran, pero antes nos decían: que se mueran esas gonorreas. Fue después de que entró alguien muy cerca de la celda que las llamas se crecieron, no sabemos qué les echaron, pero eso fue muy raro”.
Según cuenta, durante el incendio llegó a haber más de 20 policías. Concuerda con otros testimonios en los que se menciona que el hecho coincidió con un cambio de guardia y con la solicitud de más refuerzos. “Pero nunca para ayudar, pues siempre se negaron a abrir la puerta de la celda. Ellos estuvieron quemándose yo creo que por 20 minutos”.
Alicia cuenta que no aguantó más, ni ella ni las otras familias. “Todos gritábamos, los vecinos, los tenderos llegaron con extintores porque los policías no tenían. Los agentes no hacían nada por salvarlos, antes nos decían que nos quitáramos y hasta le pegaron a una joven que intentó meterse para abrir”.
Cuando todos los que ayudaron lograron apaciguar las llamas ya fue demasiado tarde. “Ahí sí los policías hicieron el paro de que estaban sacando a los presos, pero ya no había nada que hacer. Ya estaban quemados. Incluso, yo vi un video en donde se ve a un joven que salió gateando y un policía lo rosea con un extintor. Ya para qué, si ya estaba quemado”.
Alicia vio cómo su esposo era arrastrado hacia una ambulancia. “Yo supe que lo habían llevado primero al Cardiovascular, pero que ese mismo día lo trasladaron al hospital Simón Bolívar. Estuvo muchos días en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), entubado, en muy malas condiciones. Claro que de eso me enteré mucho después, porque los policías habían dado la orden de que no nos dieran ningún tipo de información”.
Supo de su estado de salud cuando logró conseguir un teléfono de o en la UCI. “Me dijeron que estaba muy mal; es más, que podía morirse, que si sobrevivía era un milagro porque se le había quemado la vía aérea. Tenía quemaduras de tercer grado en todo su cuerpo”.
Un documento médico entregado a la joven señala: “paciente con trauma térmico por combustión de gasolina, con quemaduras del 40 por ciento SCT y lesión de vía aérea (…)”.
Dictamen médico

Dictamen médico Foto:Archivo particular

Alicia dice que pasaron muchos días para que el joven recuperara la conciencia y dejara de decir incoherencias. “Lo más grave es que cuando medio se recuperó, en vez de darle casa por cárcel se lo llevaron a otro hueco, que es la UPJ de La Despensa, que son como unas bodegas grandes adecuadas para meter presos como en galpones”.
Esta mujer cuenta que Carlos sigue muy mal de salud. “Él continúa con sus vendas, no tiene movilidad en sus piernas, la piel no se le ha regenerado, a él le hicieron como 11 cirugías con injertos y aun así lo tienen en un patio tirado en el piso. Él está condenado a 18 meses, ya lleva 11, deberían dejarlo recuperar en su hogar”. Esta joven mujer dice que, además, los médicos le dijeron que tenía una bacteria que era transmisible y que debía estar en un cuarto aislado.
Alicia denuncia que no se lo dejan ver y que lo único que ha podido hacer es llevarle el almuerzo a un parqueadero, en donde se lo reciben, supuestamente, para entregárselo. “Es inhumano que después de lo que pasó no pueda saber cómo está. Le tocará lavar su ropa allá adentro y él está vendado”.
Antes de infringir la ley, Carlos trabajaba cargando y descargando camiones. “Yo no trabajo, ahora vivo con mi papá y mi bebé, pero todos los días sufro por mi esposo. Me ha tocado voltear mucho. Buscar plata para comprar pañales. Tenemos poca familia y no ha sido fácil, porque todos trabajan”.
Alicia sabe que todos los que estaban en ese CAI habían cometido errores graves. “Pero yo les digo a los que hablan tan duro de nosotros, que el día de mañana cometen un error sin querer y terminan en una cárcel. Qué pasaría si un familiar, un hijo o un esposo terminan muriendo quemados de esa forma. Nadie merece morir así”.
CAROL MALAVER
SUBEDITORA BOGOTÁ
Escríbanos a [email protected]

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