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El espectáculo de nubes que se vive entre las montañas del Rionegro, en Cundinamarca

En esta zona se produce un fenómeno de condensación del agua que hace parte del deleite visual.

Los paisajes más representativos de la cuenca del río Negro lo constituyen los valles y las montañas de la cordillera Oriental.

Los paisajes más representativos de la cuenca del río Negro lo constituyen los valles y las montañas de la cordillera Oriental. Foto: Oscar Perfer. CAR

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El río del cielo va por el sendero que su capricho define. Lleva un fino polvo níveo (millones de partículas en suspensión) fruto de la evaporación, un milagro de la naturaleza que se fecunda en el inabarcable útero del bosque húmedo tropical.
Esta madrugada, en la vereda Santa Helena de San Antonio de Yacopí, a 1.600 metros sobre el nivel del mar (ms.n.m), acontece este fenómeno meteorológico, resultado del encuentro entre el aire húmedo que se levanta de la tierra y las corrientes frías que besan las estribaciones de pirámides naturales y cerúleas como el cerro Carauchas, montañas características del sub-subsistema bosque húmedo premontano (bh-PM).
La neblina va a su propio aire, se interna entre las montañas como una corriente de blancos algodones. El río lechoso se adormece sobre las copas de los abarcos, (Cariniana piriformis), árboles gigantes de cuarenta metros. La pérdida de calor del suelo y la condensación de vapor de agua hacen posible esta puesta en escena con imágenes a medio camino entre la realidad y la ensoñación.
La neblina discurre entre montañas filosas como el cerro Las Tetas, en la vereda La Glorieta, dos picachos simétricos que atesoran gran biodiversidad; y sigue su marcha hasta la parte baja del conjunto montañoso de las veredas Velásquez, Picacho y Santafé. Los paisajes más representativos de la cuenca del río Negro lo constituyen los valles y las montañas de la cordillera Oriental. Los primeros, formados por vegas y abanicos a lo largo del afluente; las segundas, por laderas con topografía variable de ondulada a fuertemente quebrada y escarpada.
En descenso a la quebrada las hojas de los árboles liberan sus efluvios intensos.

En descenso a la quebrada las hojas de los árboles liberan sus efluvios intensos. Foto:Óscar Perfer. CAR

Las corrientes de niebla hacen parte de ese paisaje, otro orgullo de la región. Corren entre aceitunos y achiotes que se levantan a 15 y 25 metros, respectivamente; sus hojas ahora exhiben una escarcha. El encaje de gotas cae al suelo con el paso del viento tibio que calienta la mañana en la comarca, antiguo terruño de los indios yacopíes. El sol se impone sobre la nubosidad como una señal divina, como si Dios hubiera decidido bajar a darse un baño en estos jardines colgantes. La tradición oral indica que Yacopí traduce sendero de los dioses: las secuencias que se ofrecen a los ojos del visitante respaldan la leyenda local.
A medida que sube la temperatura el banco de niebla se disipa. Los núcleos de condensación se deshacen al tiempo que pequeñas nubes en forma de rosetas, arabescos, serpentinas y otras figuras caprichosas desfilan como el último acto antes de desaparecer. La humedad alcanza entre 70 y 80 por ciento.
Frutos de diferentes tamaños y colores como los que penden de las ramas del achiote, llaman la atención de los pájaros que no paran de trinar.
En descenso a la quebrada las hojas de los árboles liberan sus efluvios intensos y, entre los olores, un rancio y pegajoso látex inunda la mañana. Es el acuapar, misterioso habitante de estos parajes, conocido entre los moradores como portador de savia venenosa. Por su toxicidad, no se debe tocar.
El chiraco (Toxicodendron striatum) con su copa en forma de parasol sorprende por las características tóxicas de sus segregaciones, así como el sangregado, árbol que genera una resina roja, de allí su dramático nombre de "llorasangre" que le dan los habitantes de la zona. Estos bosques absorben toneladas de dióxido de carbono y su mayor amenaza es la deforestación.A la distancia se aprecian vacas que desafían la gravedad en medio de pastizales que hasta hace algún tiempo estuvieron cubiertos de árboles.
Frutos de diferentes tamaños y colores como los que penden de las ramas del achiote, llaman la atención de los pájaros que no paran de trinar. Muy cerca un colibrí se suspende en el aire para tomar el néctar de una de las flores acampanadas de un majestuoso chicalá de veinte metros de alto. El inquieto picaflor, capaz de visitar entre 300 y 6.000 flores por día, no se resiste a los encantos del árbol que engalanado con flores amarillas irrumpe como un farol vistoso en medio del verdor de la montaña.
El recorrido es exigente, pero el panorama es especial.

El recorrido es exigente, pero el panorama es especial. Foto:Óscar Perfer. CAR

El terreno se inclina. Son pendientes difíciles de transitar. El recorrido es exigente, pero el panorama es especial. Aparecen racimos de cacao, cultivo que ha tomado importancia para algunas comunidades de la cuenca del río Negro y se proyecta como uno de los sistemas productivos importantes del territorio.
También se aprecian algodoncillos que dan sombra y protegen del sol que, convertido en reflector, siluetea los ángulos de las cumbres perfectas, como trazadas con escuadra y compás. El paisaje de montaña es común en las veredas Aguablanca, Aguaparales, Alonso, Alsacia, Alto de Caño, Alto de Camachos, Alto de Ramírez, Amococo, Aperche, Avipay, Avipay de Fajardo, Cabo Verde Alto, Cabo Verde Bajo, Caño Pescado, Caleño, Campo Alegre, Chapa, Chiflón y Chirripay.
El eco del estrépito de pequeños cristales de La Primavera, quebrada que domina la vereda Alonso, se advierte al avanzar por el tramo final que da al afluente, un riachuelo vidrioso que trasparenta su lecho de rocas y lajas.
Oculto entre una rama con forma de hélice se divisa fugazmente un cuco ardilla (Piaya cayana), una de las aves del bosque húmedo premontano más difíciles de observar y que no consume frutos. Este pájaro con nombre de roedor inicia la búsqueda de su manjar preferido: chicharras, insectos que gracias a su tonalidad se camuflan en troncos y ramas. Aquí todo es posible, un territorio donde las aves se disfrazan de otras especies y las plantas sangran como humanos.
El caudal prístino ha recogido buena parte de los vestigios del aguacero de la noche anterior, las aguas de escorrentía y las que filtró la profusa vegetación de la zona. En otra expresión milagrosa de este ecosistema, el río del cielo que deslumbró en la madrugada ahora es terrestre y en instantes será un secreto riachuelo de la vereda San Jerónimo, oculto bajo una caverna rocosa.
Caminar entre la quebrada La Primavera es fascinante, allí las aguas vibran sobre piedras fulgurantes, antes de la entrada a la caverna. La concavidad de roca incrustada en la base de la montaña hace una invitación ineludible. El interior está pintado de caoba y de una pátina verde hecha de las lamas que se adhieren a sus muros rugosos. Las márgenes en roca hasta donde llegan las aguas exhiben un color óxido cobrizo.
Esta es la gruta Las Caicas, denominación común tomada de las perdices de gran tamaño que anidan en la oscuridad. En la travesía hay que tantear cada paso hasta un trecho intermedio, allí una claraboya se abre en la mitad de la bóveda. A través de esa lucerna se ven las ramas colgantes, como decorado de este cielo raso que tamiza la llovizna y un aroma a humedad.
La luz ingresa para dar vida a los verdes esmeralda y terracotas de felpas, pelusas y líquenes que cubren la garganta rocosa de este fauno gigante, un circuito de sótanos por donde se interna la quebrada. En el segundo tramo de la cripta concurren varias quebradas tributarias que chorrean lagrimones fríos por las paredes sinuosas que, a su vez, rebotan las resonancias de las aguas heladas y vítreas.
El río se aprecia en medio de la cadena de montañas que encajonan la acústica del torrente.

El río se aprecia en medio de la cadena de montañas que encajonan la acústica del torrente. Foto:Óscar Perfer. CAR

El río negro

Con el recuerdo de las cuevas Las Caicas y su policromía, una metáfora al natural de las capillas coloniales de Colombia, continua el recorrido hacia la cuenca del río Negro. Veredas de topografía quebrada se extienden entre los municipios de Yacopí, La Palma y Pacho.
Llega una lluvia inesperada. Primero, un goteo que acentúa el verde de las hojas de una palmicha, especie en vía de extinción en Cundinamarca. El tenue tamborileo crece, ráfagas de viento cabalgan sobre el lomo de las montañas y empujan las ramas, el oleaje se extiende por todas las veredas y los árboles danzan a la cadencia del aguacero.
Por momentos se torna oscuro y turbulento por el lecho de roca negra; en otros tramos, cuando se hace menos pendiente el recorrido, la luminancia de la tarde da un croma aceituna.
El casco urbano de Yacopí queda atrás. Se aprecia entre la neblina la hilera de casas. En el recorrido entre las dos poblaciones los picos se suavizan y dan paso a montes y cúspides de cimas curvas como el famoso cerro la India, estribación que bosqueja contra el fondo del cielo azul los rasgos finos del rostro de una mujer.
El río se aprecia en medio de la cadena de montañas que encajonan la acústica del torrente. Por momentos se torna oscuro y turbulento por el lecho de roca negra; en otros tramos, cuando se hace menos pendiente el recorrido, la luminancia de la tarde da un croma aceituna.
Al precipitarse contra las rocas mayores, el agua vuela en esquirlas diminutas. Frente a las aguas que se escurren a través de su cauce sobresale la presencia de rocas volcánicas que lloran el líquido en las zonas colindantes. Una de estas formaciones se ubica a 30 minutos de Yacopí, a un costado de la carretera, donde el agua cae en medio de una cicatriz que atraviesa la gigantesca y negruzca pizarra pedregosa.
El río Negro recorre 218 kilómetros y 28 municipios a su paso por las veredas comprendidas entre Pacho y La Palma; va paralelo a la carretera principal. La corriente se ve en permanente ebullición en los sectores de mayor pendiente.
Este tesoro fluvial nace en la vereda Canadá, en el páramo de Guerrero a 3.430 ms.n.m, jurisdicción de Pacho y viaja entre las montañas y valles para entregarse extenuado en Puerto libre sobre el río Magdalena.
Su trasegar vertiginoso se ve en zonas de lomas altas escarpadas y se hace lento en los valles donde las aguas son espejuelos de lívido cascabeleo. Allí, las matas de guadua emergen con su colorido y gracia entre las márgenes, donde los guaduales no lloran, por el contrario, parecen sonreír en la acuarela viva de la bella cañada.
Cae la tarde con un aguacero que ametralla las copas de los bosques invadidas por el barrullo de aves en fuga. Recuerdos de un periplo por el vasto territorio del río Negro y su vecino el bosque húmedo tropical.
*Este texto del capítulo bosque humedal del libro Ecosistemas, descubre la magia de nuestro territorio, publicación de la CAR Cundinamarca próximo a publicarse, que recoge los aspectos más representativos del bosque seco tropical, bosque húmedo tropical, bosque alto andino, humedales y páramos.
Jorge Eric Palacino Zamora
Especial para EL TIEMPO

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