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El niño campesino que se ganó un concurso ambientalista con una cámara prestada

Matías Valderrama, de diez años, es guardián del águila crestada, especie en vía de extinción.

Matías suele capturar con su cámara las fotos de las aves que más le llaman la atención.

Matías suele capturar con su cámara las fotos de las aves que más le llaman la atención. Foto: Óscar Valderrama

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Matías tiene la mirada vivaz de las aves a las que les toma fotos, y la incontrolable hiperactividad de los colibríes que en su aletear vertiginoso, pican aquí y allá. En su granja, La Rana, vereda Mortiñal, municipio de Fómeque, Cundinamarca, donde vive con su familia, Matías Valderrama Casallas, el niño campesino que en septiembre de 2022 se ganó un concurso de fotografía con una cámara prestada
Se despierta con la feliz obertura de cientos de aves que cruzan el cielo del Parque Natural Chingaza, que las promociones turísticas venden como el hábitat de los osos de anteojos, pero que una mayoría desconoce que provee cerca del 80% del agua que consume a diario Bogotá.
Sorprende, que a sus escasos diez años, Matías esté tan enterado del ecosistema, de la flora, la fauna, los bosques de frailejones, sus flamantes espejos de agua, la espléndida variedad de aves de ese paraíso llamado Chingaza, a las que él llama, no solo por su nombre popular sino por el que le han conferido los científicos: Arrayanes, chirimoyas, aguacates y otros más de 400 individuos, en donde anidan y pernoctan torcazas, colibríes, copetones, turpiales y otras 200 especies.
Matías  hace parte del proyecto Niños Amigos y Guardianes del Águila Crestada.

Matías hace parte del proyecto Niños Amigos y Guardianes del Águila Crestada. Foto:Óscar Valderrama

El águila crestada

La semilla del amor y el interés por el entorno natural, igual que su afición por la fotografía, viene de sus padres: Óscar Valderrama, docente y Jaqueline Casallas, ingeniera industrial, quienes han cultivado en Matías, y en Gabriel, su hijo menor, conciencia y cultura ambiental, y sentido de pertenencia por el privilegiado territorio que habitan.
Matías hace parte del proyecto Niños Amigos y Guardianes del Águila Crestada, iniciativa comunitaria de varias veredas de Fómeque, con el respaldo de Parques Nacionales de Colombia, la National Audubon Society (rectora de la conservación aviaria científica) y la Universidad de Ciencias Aplicadas y Ambientales (UDCA).
El águila crestada, soberana de los páramos, es una especie amenazada y en vía de extinción que habita en la zona de reserva forestal del páramo de Chingaza, a 2.700 metros de altura. “Solo quedan 200 de ellas —refiere Óscar Valderrama—. Son blanco de cazadores furtivos y de algunos campesinos, porque ellas bajan a buscar alimento a las granjas, y ahí es donde se forma el conflicto”.
Matías obtuvo el primer premio del concurso de fotografía infantil aviaria organizado por la Gobernación de Cundinamarca, con la foto de un payasito (“myioborus ornatus”), subraya el niño, “de la familia parulidae”.
El dinero de la gratificación, representado en dos millones doscientos mil pesos, está guardado como base de ahorros para comprarse una cámara profesional, con sus respectivos lentes, porque con la que concursó, de aficionado, es propiedad del citado proyecto ambientalista.
Óscar, su padre, dice que Matías, desde que se inició en la fotografía, hace cuatro años, ha registrado más de 2.000 fotos de aves, incluida el águila crestada, de la que ha vendido cincuenta y cuatro cuadros, y que ese recaudo está en una cuenta de ahorros, porque uno de los proyectos a futuro de su hijo es dar la cuota inicial de un bosque para la conservación de esta especie, cada vez más desprotegida y amenazada.

Escuela rural

El día a día de la familia Valderrama Casallas se reparte entre la granja La Rana y el estudio fotográfico que atiende en el pueblo, donde realizan trabajos para documentos y ceremonias: bautizos, primeras comuniones, grados, bodas, reinados de provincia.
La fotografía es herencia de la señora madre de Óscar, doña Marlén Valderrama, una matrona de irar: educadora, modista, estilista, y en su momento, la fotógrafa más solícita de la municipalidad.
La escuela rural donde estudian Matías y Gabriel se llama Mortiñal (nombre de un árbol parecido al arrayán) y solo tiene una maestra para todos los grados, la profesora Gertrudis. Fue levantada en adobe, fruto del trabajo colectivo de los campesinos, enclavada en una vertiente de la cordillera oriental, gran ventana abierta de la naturaleza, pródiga a la iración por la belleza y el aprendizaje de la biodiversidad.
La escuela Mortiñal va de la mano de padres y madres de familia. Una de ellas, la ingeniera Jacqueline Casallas, madre de Matías, impulsora del proyecto bandera que busca disminuir la brecha entre el mundo contaminado de tecnología y la educación rural y experimental, las providencias y la riqueza del campo y el aprovechamiento comunitario de sus recursos.
Una de las aves qeu le llaman la atención a Matías.

Una de las aves qeu le llaman la atención a Matías. Foto:Óscar Valderrama

Expedicionarios

"La magia y la alegría de los indígenas de Nariño es algo mágico que no se puede explicar, igual que sus imponentes volcanes. 
Matías Valderrama
En 2022, los niños Matías y Gabriel Valderrama Casallas no fueron a la escuela rural, pero no perdieron el año. Previo aviso a la profesora Gertudris, emprendieron con sus padres una expedición por diecinueve departamentos de Colombia, con la casa a cuestas, como llaman ellos a sus carpas iglú y morrales de exploradores, y la ropa necesaria para diferentes climas, que no supera dos prendas. Rex, el pastor alemán, guardián de la granja, también se unió al paseo.
Desde el primer día del viaje (1 de enero de 2022), hasta el regreso a Fómeque (segunda semana de diciembre de 2022), Matías llevó un diario de su puño y letra donde registró lo más relevante del ambicioso recorrido que inició por veredas de su municipio y se extendió a Bogotá, Santa Marta, Sierra Nevada, Valledupar, Aracataca; Manaure y Cabo de la Vela en la Guajira, Popayán, Pasto, Ipiales, Cumbal, para rematar en Meta y Santander.
Se transportaron en flota y en bicicleta, “echaron infantería” en largos tramos de distintas comarcas. Para recaudar fondos, se instalaron en parques y otros espacios públicos donde interpretaron vallenatos, porros y pasajes andinos, al ritmo de quenas y guacharacas.
Matías fotografían las aves que le lllaman la atención.

Matías fotografían las aves que le lllaman la atención. Foto:Óscar Valderrama

Le pregunto a Matías qué fue lo que más le llamó la atención de su extraordinario viaje. El niño, con su aguda mirada de colibrí, dice que todo, pero que lo que conoció de Nariño lo dejó impresionado y enseña la página del diario donde escribió al respecto:
“Nos despedimos de Nariño, un departamento hermoso, de gente muy amable y culta. Para mí Nariño es el departamento más lindo del mundo, con sus bellas lagunas, como la Cocha, y sus volcanes, como el Galeras y el Cumbal, y la magia y la alegría de sus indígenas, algo mágico que no se puede explicar. Adiós Nariño”.
La bitácora de Matías está consignada en un cuaderno resortado de cuadriculas, de gran formato. La mayoría de los capítulos están acompañados de dibujos. Por estas fechas, lo ocupan las narraciones del último tramo de su expedición.
En 2023, Matías, el niño ambientalista, guardián del águila crestada, retornará a la escuela Mortiñal a cursar 5.° grado, pero no puede ocultar que quedó picado por el viaje.
RICARDO RONDÓN CHAMORRO
Especial para EL TIEMPO

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