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El campesino que se volvió artista plástico y ahora trabaja por encargo

En la terraza del edificio donde vive, se sumerge entre pinceles y enseña a niños sus técnicas.

Alberto Osorio Villegas, pintor por encargo en el centro de Bogotá

Alberto Osorio Villegas, pintor por encargo en el centro de Bogotá Foto: Cortesía

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EDITOR DE BOGOTÁActualizado:

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Alberto Osorio Villegas, de origen campesino, hecho a pulso, no presume de creador. Hubiera deseado el genio y el hado de Rafael o de Miguel Ángel, de Leonardo o de Caravaggio, de El Bosco o de Tiziano, de Rembrandt o de Rubens, de Botero o de Obregón, o de otros de sus irados pinceles. Pero, por encargo, tiene la sobrada destreza de plasmar sus obras con sorprendente exactitud.
“Soy pintor de oficio, autodidacta, tengo el privilegio de vivir modestamente de mi trabajo, vendo alegría, ese es el honesto significado de mi arte”.
Así se presenta este hombre corpulento, 1,84 de estatura, tez trigueña, nacido en Samaná, Caldas hace 54 años, residente en Bogotá desde los 18, agricultor, oficial de construcción (con certificado de aptitud profesional), restaurador de arte clásico y religioso, ebanista y técnico marroquinero de la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo.
“Me crié entre caballos, mulas, cerdos, conejos, gallinas, caña y café, paisaje idílico del Eje Cafetero con esa hermosa gama de matices de sus cielos, valles, ríos y montañas. Si eso no inspira a un artista provinciano como yo, qué más lo puede inspirar”, conversa Osorio, mientras imprime pinceladas a una réplica del óleo ‘Los esmeralderos’, del maestro Fernando Botero, que le encargó un joyero.
El escenario es el hall del edificio Mauricio Estefan (calle 16 con carrera 8° A), centro de Bogotá, equidistante del Centro Internacional del Libro, La Casona (complejo comercial y de entretenimiento), la antigua sede del Gunn Club, la edificación en proyecto de demolición donde funcionó por más de 80 años el Café San Moritz, y la Calle Morgan, conocida así por la masiva concentración y venta ambulante de libros piratas.
En ese nicho rodeado de plantas que despierta la curiosidad de propios y extraños en el discurrir de la jornada: oficinistas, mensajeros, libreros, obreros de la construcción, vigilantes, vendedores ambulantes, desempleados, policías, despachadores judiciales, transeúntes en su ritmo acelerado ante las horas que vuelan, Osorio marca la diferencia de la caótica rutina capitalina por la serenidad y paciencia que demandan sus pinceladas, al amparo de la luz natural más apropiada que celebran los pintores: la de Bogotá.
Alberto Osorio Villegas, pintor por encargo en el centro de Bogotá

Alberto Osorio Villegas, pintor por encargo en el centro de Bogotá Foto:Cortesía

-¿Cuánto puede valer ese cuadro?-, le pregunto, refiriendo el de ‘Los esmeralderos’.
-Cualquiera que sea, depende del tamaño que lo prefiera, cobro por metro cuadrado.
¿Y a cómo el metro cuadrado?
-100 dólares, como tasa representativa. Hoy el dólar amaneció a 4.500, equivalente a 450.000 pesos. Esa es la tarifa, que también aplica para el extranjero, que con frecuencia pasa y se interesa por mi trabajo.
¿Usted se considera un artista callejero?
-No. Soy un pintor de oficio y experiencia. En este edificio, donde resido, hay una terraza en la que suelo trabajar. Pero aquí abajo me gusta por el o permanente con el público y la curiosidad y iración que este siente por el arte, sobre todo los colegiales, los niños, que son más receptivos y preguntones.
¿También da clases?
Sí. Cobro 30.000 pesos por tres clases. Pero tengo justas excepciones con niños y niñas de escasos recursos, que demuestran el interés y las ganas de aprender. A ellos no les cobro. Les digo a sus mamás que los traigan sin problema. Esto, porque yo de niño quería ser un pintor famoso, pero eso en el campo era una mera ilusión porque primero estaba el trabajo, el arado, los animales de carga. Cuántos talentos se ven desperdiciados por falta de alguien que los incentive, y eso es lamentable y frustrante para la niñez.
Alberto Osorio Villegas, pintor por encargo en el centro de Bogotá

Alberto Osorio Villegas, pintor por encargo en el centro de Bogotá Foto:Cortesía

Osorio amplía su historia cuando llegó joven a Bogotá en la tenebrosa época del narcoterrorismo de Pablo Escobar, con sus ahorros de labriego, esperanzado en estudiar ingeniería civil: “Me tocó suspender porque la platica solo me alcanzó para tres años. Entonces, me dediqué al comercio de textiles en Sanandresito. La idea era lograr un buen capital para dedicarme de lleno al arte. Me fue bien con las telas, que me dieron para comprar el apartamento que comparto con mi señora esposa y mi hijo, que es licenciado en idiomas, y una tierrita que tenemos en la región del Tequendama, en la parte fría de Mesitas”.
Pero, bueno, de alguna manera, logró dedicarse a lo que siempre anheló en su infancia.
Sí, gracias a Dios puedo afirmar que vivo del arte, que para la mayoría de artistas en Colombia es un reto muy complicado. No se me dio como a los grandes maestros del arte universal, tocados por una inspiración divina, o por una serie de acontecimientos, muchas veces trágicos y nefastos como los que le sucedieron a Caravaggio, o el mismo maestro Fernando Botero, con todos los sacrificios que tuvo que superar para alcanzar la gloria. O por factor suerte. Pero aquí estamos: trabajo y vivo de lo que me gusta. Y eso, para mí, es otra de las formas de la riqueza.

La luz que todo lo puede

En la terraza, bajo la luz rotunda de la tarde que se filtra por la marquesina y devora la estancia, Osorio examina con lupa los detalles del lienzo de ‘Los esmeralderos’, listo para entregar. En otro bastidor espera ‘Cámbulos y chacales’, de Gonzalo Ariza (notable paisajista colombiano), que también está próximo a finiquitar.
Además de Botero, qué otros pintores colombianos son los que más le encargan.
Alejandro Obregón, Ignacio Gómez Jaramillo, Enrique Grau, David Manzur, Gonzalo Ariza, Carlos Jacanamijoy, entre otros. También hago retratos, técnica que aprendí del maestro Roberto Rodríguez Rojas.
¿Cuántos cuadros puede realizar en un mes?
Como pinto en simultánea, entre tres y cinco, depende del tiempo, porque también me salen encargos de restauración. Además de las clases y de los asuntos y responsabilidades personales del día a día, que en Bogotá son a contrarreloj.
¿Pinta más de día que de noche?
Pinto solo de día. ‘Lo que se hace en la noche, de día aparece’, reza el refrán, dando a entender las pifias que se cometen cuando no se pinta con luz natural.
¿Cómo es su método de enseñanza con los niños?
Con ellos aplico una técnica propia, lúdica, que se basa, no en colores específicos sino en números. Me explico: me interesa que capten el concepto de valoración de tonalidades a partir de la escala cromática, que resulta, por ejemplo, de varias gamas de amarillos, o de verdes, azules, grises, etcétera, un valor tonal, identificado por un número, algo similar al cifrado musical. Los bocetos se realizan a partir de principios geométricos. Es un método práctico y entretenido que ellos asimilan rápido y disfrutan, que es lo importante. El taller concluye con una obra hecha por ellos mismos.
Alberto Osorio Villegas, pintor por encargo en el centro de Bogotá

Alberto Osorio Villegas, pintor por encargo en el centro de Bogotá Foto:Cortesía

¿Cuál es el cuadro más grande que le han encargado?
Un paisaje marino, inspiración propia, de 2 metros de alto por 6 de ancho, que me encargó don Diego Medina, para un apartamento en Cartagena. Él ya es un cliente fijo. Le gusta mi trabajo. Hubo un tiempo en que me encargaba hasta dos obras semanales. Otro fijo es Jaime Botero (primo de Alberto Santofimio Botero), reconocido anticuario.
¿Qué lectura tiene de los críticos?
Tengo una frase de Nietzsche que dice: “La crítica, buena o mala deja, tras de sí una estela de alegría. El dios de la crítica es el mismo Dios de la alegría”. Y yo vendo alegría, gracias a Dios.
La biblioteca de Alberto Osorio Villegas está dedicada a la pintura. Allí pasa el tiempo que logra escamotearle a sus largas jornadas de lienzos y pinceles para abrevar conocimiento: técnicas, trucos y secretos de los grandes exponentes del arte universal, el barroco, los prefarafelitas, los renacentistas, la escuela flamenca, el impresionismo, el arte religioso, la historia de la pintura en Colombia, etc.
La conversación con Osorio es interrumpida por un relámpago que de tajo hiere la arrolladora luz de Turner que había acariciado la buhardilla. El fogonazo, de un gris metálico, se posa sobre la caja de implementos de trabajo, que también es una obra de arte: 500 pinceles, decenas de estuches y potes de óleo de pigmentos naturales, frasquitos de botica con aceite de linaza, una paleta limpia y transparente, como rescatada de un viejo galeón, y la lupa de los detalles, implacable y justiciera.
El aguacero no da treguas y se desploma pedregoso sobre las viejas techumbres. La ‘Calle Morgan’ queda cubierta de sábanas de plásticos que protegen arrumes de libros copiados en imprentas clandestinas, pero el cuadro urbano más vívido y luminoso, como inspirado por Edward Hopper, es el de una joven librera guarecida bajo una sombrilla, dándole pecho a su crio. Osorio, armado de lápiz, captura la maternal escena sobre una cartulina.
Ahí estás pintado, maestro.
RICARDO RONDÓN CHAMORRO
@PacoApostol

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