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Entrevista

Juan Carlos Moyano: 50 años de amor por la escena y las letras en Bogotá

El dramaturgo, actor y escritor bogotano del grupo Teatro Tierra cumple sus bodas de oro de vida artística.

Juan Carlos Moyano

Juan Carlos Moyano. Foto: Juan Carlos Moyano

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Juan Carlos Moyano Ortiz le debe su nombre a un burro. El dramaturgo, actor y director teatral que por estos días está celebrando las bodas de oro de vida artística vivió sus primeros seis años con múltiples identidades, sin registro notarial y nunca conoció a su padre biológico. Hijo de Rosa Helena Ortiz, ella fue dos veces desplazada durante las salvajes arremetidas de la violencia bipartidista de finales de los 40 y los 50.
Primero huyó de la zona esmeraldera de Boyacá y luego de vivir entre Venadillo, Alvarado y Armero (Tolima) tuvo que escapar embarazada sobre el lomo del animal para evitar que le abrieran la barriga, le arrancaran el muchachito y la mataran como había oído que las tropas de ‘Sangrenegra’ y el ‘Capitán Desquite’, los bandoleros de la época, hacían con las que no colaboraban con la causa.
Juan Carlos Moyano

Juan Carlos Moyano Foto:Juan Carlos Moyano

Juan se llamaba el burro sobre el que la campesina atravesó la Cordillera Central, sintiendo pánico de que el niño se le viniera por las duras jornadas, para finalmente ver las luces del sur de Bogotá, donde se sintió a salvo y se estableció en el barrio Quiroga.
Años después conoció a Carlos Moyano, un albañil con el que se fue a vivir y le dio el apellido al pequeño NN. “Eres terco y amoroso como el burro que nos salvó”, dijo ella y lo bautizó.
Ganador del Premio Nacional de Dramaturgia hace cuatro años, se enamoró del teatro a los quince, cuando cursaba último de secundaria y al Colegio Nacional Restrepo Millán les llevaron la obra La ciudad dorada, del Teatro La Candelaria. Allí conoció al maestro Santiago García: “Trataba sobre la migración de los campesinos por culpa de la violencia. Me permitió entender mi historia, pues sentí que estaba contando sobre desterrados como mi madre y mi familia”.
En un modesto periódico escolar que armaba en hojas de block, bajo el título de Proezas, publicaba relatos y poemas adolescentes que se le ocurrían y que distribuía entre los compañeros. Poco tiempo después vio La verdadera historia de Milciades García, del Teatro Libre y, tras conversar con el director Ricardo Camacho, se volvió espectador de todo el teatro que pudiera devorar pues supo que allí estaba su destino.
Siento vértigo, una emoción profunda y la satisfacción de haber cumplido con un propósito que asumí
Por estos días de celebración está lanzando su novela Crónica del extravío, acaba de presentar el unipersonal El evangelio según María y su adaptación contemporánea de La vorágine: “Siento vértigo, una emoción profunda y la satisfacción de haber cumplido con un propósito que asumí”, dice.
La Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá se unió al tributo y agradecimiento por sus aportes, según anotó el secretario Santiago Trujillo Escobar: “Desde su sede en el barrio La Perseverancia, el maestro Moyano ha hecho un ejercicio de memoria, luchando contra los olvidos y dando voz a los invisibilizados a través de montajes y creaciones literarias que ponen al ciudadano de a pie en el centro de sus relatos, contando sus necesidades, dolores, ausencias pero sin olvidar sus sueños y la capacidad esperanzadora de transformar los entornos”.
Comenzó como dramaturgo en el Teatro Taller de Colombia, en marzo de 1975, después de ver una función de Génesis, a la que fue con su enamorada, Clara Inés Ariza. Se les acercó a Jorge Vargas y Mario Matallana, directores del colectivo, y les contó de su interés. Le propusieron escribir obras y a los días le ofrecieron una pieza en la comuna de los integrantes del grupo. Allí se fue con la novia, a vivir del artistaje. A los 18, ya había recorrido buena parte de Colombia y otros países.
Lo conocí en la esquina del Cine Yara, en La Habana. Era un muchacho en zancos que hipnotizaba a los transeúntes con sus malabares
José Luis Díaz GranadosPoeta
“Lo conocí en la esquina del Cine Yara, en La Habana -dice el poeta José Luis Díaz Granados-. Era un muchacho en zancos que hipnotizaba a los transeúntes con sus malabares”. En 1989, con Ariza, fundó el Teatro Tierra. Ya tiene once libros publicados y más de treinta montajes realizados.
Con Misael Torres, a comienzos de los 90, creó Memoria y olvido de Úrsula Iguarán, una de las obras emblemáticas de la escena nacional y que marcó los espectáculos callejeros. “Juan Carlos tiene una mirada aguda de la escena, con una estética muy personal de lo que llama la poética de los objetos”, dice Torres y se vale pensar que su teatro está emparentado con las teorías del Teatro Pobre de Jerzy Grotowsky, que pone acento en el trabajo actoral y minimalista, pero también en las formas del Teatro Antropológico de Eugenio Barba, que se ocupa de relación del individuo con los rituales, la cultura, la religión, la sociedad.
Juan Carlos Moyano

Juan Carlos Moyano hablando con sus actores. Foto:Juan Carlos Moyano

Siguiendo con los festejos, el jueves 27 de marzo, Día Internacional del Teatro, presentará en la Universidad de Los Andes, en Bogotá, el remontaje de Mina//Mata, escrita por el paisa Gilberto Martínez. Basado en la tragedia por envenenamiento con mercurio de los habitantes de Minamata (Japón) -cuenta Moyano- “se hizo una aproximación al drama similar que viven pobladores de algunas zonas auríferas en Chocó, bajo Cauca y nordeste antioqueños, ciénagas del Caribe, Santander y la Orinoquía. Entre habitantes de estas regiones ya se evidencian problemas del sistema nervioso central y el cerebro debido a la contaminación de los ríos por la actividad minera irresponsable”.

¿Qué maestros lo han marcado?

El teatro colombiano contemporáneo tiene un poco más de sesenta años. El rumbo lo iniciaron personajes como Enrique Buenaventura, Santiago García, Gilberto Martínez, Fausto Cabrera, Víctor Muñoz, Paco Barrero, Misael Torres, Eddy Armando, Kepa Amuchastegui, Rosario Montaña, Patricia Ariza y Fanny Mikey. Fue una generación que nos enseñó a hacer un teatro crítico, comprometido con la reflexión y la denuncia, pues era una época en la que no se podían decir muchas cosas de manera directa.

No había antes un verdadero teatro colombiano …

Luis Enrique Osorio había intentado una comedia criolla, pero aún no lograba desarrollo. Mi generación bebió de manera directa y se fortaleció desde el punto de vista estético, político, social y técnico de los maestros que enseñaron a hacer un teatro con rigor, pasión, honestidad y partiendo de lo que éramos y podíamos manifestar.

¿Y maestros internacionales?

Conocí algunos como Julian Beck y Judith Malina, del Living Theatre y todo el movimiento underground de Off-off Broadway; a Peter Shumann, del Bread and Puppets. En Dinamarca estuve cerca de Barba, en el Odin Theatre -que fue discípulo de Grotowski-. Vi al brasileño Antunes Filho y su memorable Macunaima, al japonés pionero de la danza butho Isso Miura, que a los 88 sigue bailando y dirigiendo. Me gocé La clase muerta, con el grupo original de Tadeusz Kantor. Nunca fui discípulo de ellos, pero recibí todo eso que el saber teatral transmite, los elementos fundamentales, la actitud de vida.
Juan Carlos Moyano

Meditación en equipo liderada por Juan Carlos Moyano. Foto:Juan Carlos Moyano

¿Hay originalidad en el teatro?

Eso no existe, pues todos somos consecuencia de caminos que se entrecruzan en las búsquedas que realizamos.

¿Qué fue el Circo Invisible?

En 1985 fui profesor de la Escuela Superior de Teatro Luis Enrique Osorio, que dirigía el escritor y dramaturgo Jairo Aníbal Niño. Me encargó integrar el circo al teatro. Dicté las clases en carpas de familias cirqueras y nos fueron contando sus secretos, oficio y maneras de vivir. Escribí Mayakovski, poema trágico para circo y teatro, homenaje al poeta de la revolución de la Unión Soviética, primero en escribir textos para circo. Nos invitaron al Festival de Manizales, pero allá estaba el Circo de Mickey y el cirquero con el que tenía la alianza sintió temor pues pensó que con esa competencia podríamos fracasar. Propuse inventar un nuevo circo a partir de toda esa preproducción en el montaje que, antes de levantar la carpa, parecía un barco con los mástiles y banderines. Con el escultor Andrés Plata Rueda y usando guaduas armamos ese esqueleto. Lo bauticé El Circo Invisible, donde es posible lo imposible y su eslogan era ‘Un circo de hombres y mujeres libres sin animales cautivos’.

¿Cómo nació Teatro Tierra?

Cuando viajábamos con el Circo Invisible vivíamos en carpas. Era muy duro. Llegamos a Quito y casi todos los compañeros comenzaron a devolverse. Nos quedamos Clarita y yo. Decidimos crear el grupo mientras yo trabajaba con el Frente de Danza Independiente, de Wilson Pico, con el que monté La tempestad, de Shakespeare.
Juan Carlos Moyano

Ensayo de una de las obras de Juan Carlos Moyano. Foto:Juan Carlos Moyano

¿Cómo surgió el nombre?

Éramos cómicos trashumantes que llevábamos tanto tiempo recorriendo caminos, a veces en avión, en bus, por ríos, trochas y hasta en burros, llegando a ciudades y veredas. Vivíamos llenos de tierra: la ropa, la piel y los zapatos. Estábamos en Los Andes y también había un furor por el tema de la Pachamama (Madre Tierra).

Ser artistas es una actitud de vida que muchas veces pone en peligro la integridad …

Nunca he sido perseguido ni censurado, pero sí he tenido confrontaciones; sobre todo cuando hemos ido a regiones inexpugnables. En muchas ocasiones nos encontramos con los ejércitos de uno u otro bando en el Catatumbo, la Guajira, todo el Pacífico y el Magdalena Medio, Cauca, Casanare. En Mitú estuvimos en medio del bombardeo del Ejército, cuando la guerrilla se tomó esa ciudad. Las giras en la época de predominio paramilitar eran tortuosas por el Magdalena Medio. Nos tocaba explicar que el teatro era un arte pacífico, para divertir a la gente y tener el respaldo y el corazón de los espectadores que principalmente eran niños. Ese era el salvoconducto para recorrer las regiones más calientes de Colombia. Eso nos ha permitido entender el país, donde la historia auténtica ocurre.

¿Por qué vale la pena seguir haciendo teatro?

Hacer teatro y arte en Colombia dignifica, abre la sensibilidad de la gente. Este país necesita más arte, más cultura, más poesía; porque hemos estado mucho tiempo en manos de la destrucción. Los deportistas y los artistas somos necesarios como el aire, como el pan. Aunque parece algo intangible, se materializa cuando la gente sonríe, cuando cosecha esperanza y nos atrevemos a imaginar y decir las cosas con franqueza.

¿Es el arte un antídoto contra el olvido?

Con cada obra de arte y espectáculo escénico muchas veces se recuperan el momento perdido y la memoria sepultada. Sin la literatura, la amnesia sería total. Gracias a obras como La vorágine supimos lo que ocurrió en la selva amazónica durante el holocausto cauchero. Por Cien años de soledad entendimos mejor la masacre de las bananeras y las guerras civiles. Un país sin historia ni identidad difícilmente puede encontrar una oportunidad sobre la tierra para superar los lastres más grandes que nos han mantenido en una situación lamentable: la violencia y la corrupción.
Juan Carlos Moyano

Charla de Juan Carlos Moyano en su Teatro Tierra. Foto:Juan Carlos Moyano

¿Qué significa para nuestra historia escénica ‘Memoria y olvido de Úrsula Iguarán’?

Se ha dicho que es uno de los hitos de la historia del teatro colombiano del siglo XX. Nadie en el continente había puesto en escena una obra basada en Cien años de soledad. Había montajes en Rusia, Suecia y Bulgaria; pero no eran macondianos porque la lectura era distinta. El sueco se centraba en la crisis de la familia, el ruso trabajó escenográficamente el árbol genealógico con ramajes que reflejaban la historia del incesto y la reiteración de los nombres. Nosotros nos presentamos en un ágora real, esa Plaza de Bolívar, frente al Capitolio, que de alguna manera era un alegato simbólico. Estábamos presentando la Colombia que nos había sugerido Gabo con su fabulosa tragedia tropical y frente a esa otra Colombia encerrada en el parlamento, que parecía negar lo vital, fantástico y cálido que el libro tiene. Con esa obra nos dimos cuenta de que podíamos hacer grandes espectáculos con temáticas colombianas y un sentido universal; porque lo universal no es imitar lo europeo o asiático sino tratar cualquier tema con profundidad. Estuvimos en el camposanto de Armero, el estadio de fútbol de Aracataca y la plaza de Ciénaga -donde ocurrió la masacre de las bananeras-, el Magdalena Medio, la Guajira, dialogamos con la parentela del escritor y con sus ancestros wayuu, el clan Iguarán, que vive en una ranchería cerca de Maicao y de donde desciende la madre de García Márquez. Fue un encuentro del teatro, la realidad y la ficción literaria.

¿Cómo creó esa obra tan potente que es ‘El evangelio según María’?

La hicimos en el Magdalena Medio, una vez que quedamos atrapados en Gamarra (Cesar), durante esas inundaciones hiperbólicas. Vimos que había muchas madres, hermanas, novias que sufren duelo por los ausentes. Supimos que el único personaje que todos los grupos armados respetan (ejército, paras y guerrilleros) es a la Virgen María. Hicimos esta obra con una virgen colombiana, campesina, criolla, que no tiene la protección del Espíritu Santo pero que ama a su hijo y sufre los dolores por sus desaparecidos.

¿En qué se inspiró para su reciente novela, ‘Crónica del extravío’?

En un personaje que conocí cuando llegamos a vivir a La Perseverancia. Tenía casi cien años, había sido albañil, cirquero, miembro de la guardia que el barrio le puso a Jorge Eliécer Gaitán y con una vida plena de sorpresas, amores obsesivos y grandes fracasos. Es un colombiano que resume el espíritu de una nación donde algunos se enfrentan a las dificultades de cada día, las esperanzas acumuladas y los desenlaces impredecibles.

¿Qué es ser bogotano?

No sé si es una desgracia o un regalo de la vida. Amo las montañas, el viento, la lluvia, la gente del pueblo que sigue conservando esa manera de entender las dificultades y superarlas. Es una ciudad habitada por el teatro y la palabra, encantada cuando el arte es protagonista. Está llena de gente de todas partes. También es un infierno, una urbe dolorosa y trágica porque resume las entretelas del país.

¿Cómo seguir creyendo pese a las circunstancias?

Si cayéramos en un estado de escepticismo total, nos desentenderíamos del aliento vital que precisamente nos nutre para que cada día nos levantemos a ensayar. Muchas veces la resistencia no solo es frente al establecimiento sino frente a uno mismo, al reto cotidiano de seguir existiendo. La vida nunca es una desgracia absoluta ni la felicidad total y por eso los dramaturgos podemos seguir teniendo posibilidades de escribir. 

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