Las muertes de dos menores en el sur de Bogotá tras
el ataque terrorista a un CAI de la Policía no pueden quedar impunes. No puede ser una estadística más. No pueden opacarlas otros hechos menos relevantes pero más populares en redes sociales y demás.
Estamos hablando de un menor y una menor que tenían todo el derecho de andar corriendo por su barrio sin que un demente les truncara la vida con un fogonazo que hoy nos quema a todos.
Bien por las mamás y los papás, bien por los niños, niñas y jóvenes; bien por los medios y las autoridades que se congregaron en el barrio Arborizadora Alta para rechazar una y mil veces acciones de este tipo. Pero a los terroristas no los conmueven estas acciones, es bien sabido, salen y las reconocen sin más, como efectos colaterales de una guerra que solo persiste en sus mentes, como si creyeran que con ello ganan algún tipo de batalla imaginaria, cuando la realidad es que han conseguido que hasta vertientes políticas de orillas distintas salgan a condenarlos.
El absurdo ataque produjo, como era de esperarse, la toma de acciones por la Alcaldía y el Gobierno Nacional. Más policías, más militares, más recompensas siempre serán bienvenidos para garantizar la tranquilidad ciudadana. Pero me sigue asombrando la tardía reacción de las autoridades y los órganos de investigación. Desde hace tiempo se viene hablando de que a los criminales, llámense terroristas u organizaciones dedicadas al robo de celulares, se los combate con inteligencia, con rastreos, seguimientos, fuentes, recompensas y demás. Así han caído muchos de ellos.
En este caso, ya se venía advirtiendo sobre la presencia de grupos armados ilegales en Ciudad Bolívar. Así lo ha dicho el Defensor del Pueblo. Recientemente se habían incautado armas de largo alcance y explosivos en ese mismo sector. Otro artefacto explosivo había estallado hace pocas semanas en la estación de policía de Sierra Morena, también en Ciudad Bolívar. El propio comandante de la Policía Metropolitana, general Jorge Eliécer Camacho, ha dicho que ‘coronar’ una acción terrorista en Bogotá es uno de los fines esenciales de criminales de esta calaña.
Con todos estos antecedentes, uno esperaría que la inteligencia hiciera lo suyo. Era cuestión de tiempo para que se produjera un atentado como el que se registró hace ocho días. Por eso, entre otras cosas, la alcaldesa Claudia López, incluyó en su lista de peticiones al Gobierno Nacional más patrullaje, más vigilancia y más labores de inteligencia para desvertebrar y capturar a los responsables de estas acciones. El general Camacho también tiene claro cuáles son esas bandas que delinquen en esta zona de nuestra ciudad. Ya están detectadas. No habla exactamente de guerrilleros y cosas por el estilo, pero sí de grupos residuales en alianza con delincuentes locales, a los que de tiempo atrás se les viene haciendo seguimiento. ¿Qué pasa entonces? ¿Cuándo caerán?
Más policías, más Ejército, más retenes ayudan y nos generan a los ciudadanos sensación de tranquilidad. La gente lo agradece. Así como agradece que no les vayan a retirar el CAI de sus barrios. Pero nada de eso evita el miedo que transmiten las redes sociales con cada alerta por un carro sospechoso, un maletín sospechoso o una persona sospechosa. Muchas veces se trata de información mentirosa o abiertamente falsa, pero en medio de las circunstancias este es un efecto colateral del terrorismo. Y por eso es la misma ciudadanía la que debe ayudar a calmar los ánimos, apegándose a la información que den las autoridades y no alimentando cadenas de trinos que no se sabe exactamente de dónde surgen y con qué intención.
Confianza, esa es la palabra que debe seducirnos en las actuales circunstancias. Confiar en las autoridades, confiar en la información veraz, confiar en nuestra propia responsabilidad. Bogotá no puede quedar a merced de la delincuencia ni ahora ni nunca.
ERNESTO CORTÉS
Editor General EL TIEMPO
@ernestocortes28