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Dos horas dentro de una de las ollas de microtráfico más tenebrosas de Bogotá
EL TIEMPO visitó la puerta seis de Corabastos, María Paz y la 38; territorios del Tren de Aragua.
La zona es custodiada por el comando especial de Corabastos. Foto: Richard León. EL TIEMPO
“El que venga solo aquí le meten su estrujada para saber quién es”. Esta fue la primera frase que escuché cuando puse un pie en la llamada puerta seis de Corabastos, quizás una de las zonas más peligrosas de Bogotá y donde se respira un aire de adrenalina constante.
Allí, en el epicentro criminal de la localidad de Kennedy y, probablemente, el corazón del microtráfico de la ciudad, todavía está viva la sombra de todos los muertos que ha dejado la disputa por el negocio de las drogas que enfrentó al ‘Tren de Aragua’, ‘Satanás’ y ‘los Camilos’ desde 2019.
Policía cerró prostíbulos en Tunjuelito Foto:Secretaría de Seguridad
Custodiado por tres patrullas y más de 10 uniformados motorizados comenzó el recorrido por la puerta seis de Corabastos, María Paz y el corredor de la carrera 38, que inicia desde el CAI Caldas y termina en el famoso monumento a la Virgen del Carmen que está en el metro final de esa calle y a la que no solo se consagran los camioneros, sino también “los sicarios y criminales”, como lo dicen las personas que trabajan en la zona.
La gente empieza a notar la presencia de extraños. Al bajar del carro lo primero que se nota es que las calles eran angostas y oscuras y que en cada esquina había un grupo de personas que miraba con enojo, pero a la vez con prevención. Las calles estaban rotas y destapadas, acababa de llover y las calles estaban encharcadas, y en algunos tramos hasta embarradas. La iluminación, casi inexistente.
Así comenzamos a caminar por una calle que los policías llaman ‘la pista’ y que conduce a la casa de donde sacaron a 18 hombres y mujeres de la banda los ‘Satanás’, que no solo controlaban algunas líneas del mercado de la droga, sino que además torturaron y asesinaron a varios jóvenes durante el 2022.
¡Sapos!, se escuchó al fondo del callejón. El coronel que me acompañaba me dijo que solo caminara y que no prestara atención.
Pero de inmediato sonaron las sirenas de las patrullas y un grupo de agentes corrió hacia una puerta de donde salían varias personas ebrias que se estaban peleando. Eran apenas las 7:30 de la noche y ya se empezaban a calentar las cosas.
En el ajetreo del momento no me percaté de que me quedé solo. Cuando miré a mi alrededor estaba rodeado de hombres con gorras, chaquetas y pantalones anchos. Algunos carretilleros y un par de sujetos me clavaron la mirada. Esto de inmediato marcó el peligro que podría correr. Al fin de cuentas, ese territorio era de ellos.
El operativo
Tren de Aragua AMP Foto:Fiscalía General de la Nación
Esa noche estábamos buscando ollas de microtráfico. La policía rápidamente comenzó a invadir las calles que eran oscuras y silenciosas. Empezaron las requisas y al tiempo la gente que estaba alrededor aceleró el paso. Nadie quería estar ahí. “¡Llegaron los polochos, llegaron los polochos!”, se escuchaba.
La policía era implacable; sabían qué estaban buscando y qué querían encontrar. “Uno sabe por el reconocimiento quién puede estar implicado en algo. Quién mueve droga y de dónde viene. Aquí todo se sabe porque la gente habla mucho (…) aunque la información es anónima, siempre quieren denunciar”, dijo uno de los agentes, quien además aseguró que la ley del silencio es la que reina en el tenebroso sector. A todos les da miedo que los maten por hablar.
La gente corre, los bicitaxis van por los andenes, las trabajadoras sexuales empiezan a salir a las puertas, los patrulleros ponen contra las rejas a los transeúntes para requisarlos y, mientras todo ese caos pasa, en el segundo piso de una casa que la policía acababa de allanar, hay una ventana sin cortinas que da a la calle y por la que se logra ver a cuatro o cinco niños de menos de 6 años saltando en una cama.
Paradójico, porque hace menos de un año, en unas de esas mismas viviendas, incluso vecina, alias Alfredito, cabecilla del ‘Tren de Aragua’ en Colombia, había torturado a un joven venezolano. Le propinó más de 20 puñaladas, lo ató de los pies y la cabeza, le amarró un cable en el cuello y lo ahorcó; y mientras aún estaba vivo, le cortó la cara. Todo quedó en video, y ese mismo terror que me produjo esa grabación era el que sentía al estar justo ahí, viendo a los pequeños jugar.
Los corredores aledaños a la plaza de mercado son todo un mito, es como visitar dos mundos distintos según la hora a la que se llegue. En el día es la central de alimentos más grande del país, donde muchas familias se abastecen, pero en la noche el entorno cambia.
El sonido ensordecedor de la música de los prostíbulos, los pitos de los carros cuyos conductores no quieren quedarse estacionados en medio del trancón por temor a ser atracados, el humo de las ventas callejeras de arepas y chorizos y las luces rojas de las patrullas de policía hacen de este lugar algo más o menos infernal.
Hablar de droga en esa zona de Kennedy es igual que hablar de sicariatos y torturas. Aunque los golpes que la policía ha propinado durante el último año han debilitado a las estructuras criminales, estando allá se conoció que en lo que va de 2023, en esa localidad, se han registrado 21 homicidios, de los cuales siete son producto de ajustes de cuentas cometidos por la banda multicrimen del ‘Tren de Aragua’.
En esta cuadra residencial del Amparo se realiza el levantamiento de los cadáveres. Foto:Archivo particular
La otra cara
Al bajar del carro lo primero que se nota es que las calles eran angostas y oscuras y que en cada esquina había un grupo de personas que miraba con enojo, pero a la vez con prevención.
Aunque el ambiente es hostil por donde quiera que se mire, también hay vida más allá del crimen. Pero vidas con formas diferentes. La subcomandante del CAI Caldas dice que la droga y la prostitución son dos grandes problemas; sin embargo, “hay prostitutas madres cabeza de familia y tenemos que asegurarles que tengan vidas dignas, que no sean instrumentalizadas, que no las obliguen a pagar para poder trabajar y que no las maltraten”.
Pero la realidad que se esconde detrás del discurso es que los grupos multicrimen que se apoderaron de ese polígono en el sector de Abastos también se adueñaron del negocio de la prostitución y convirtieron a las trabajadores sexuales en dealers que trafican con droga. La que se niegue puede correr la suerte de las dos mujeres que aparecieron muertas en una carreta durante el 2022.
La llegada de la policía al lugar fue como cuando el caracol se esconde en la concha; las personas corrieron, se refugiaron y los incautos cayeron en el operativo; pero cuando las motos y patrullas arrancaron, se vio cómo todos empezaban a salir y las calles se llenaron de nuevo, dejó de haber silencio y todo se volvió a ubicar en el mismo lugar donde estaba antes: las trabajadoras sexuales regresan a las puertas, los carreteros a los andes, los hombres extraños se ubican en las esquinas y los niños, como si nada hubiera pasado, no paran de jugar.
Aunque ya estábamos a salvo dentro de la patrulla, no dejaba de pensar en que fuimos observados todo el recorrido por un mismo grupo de hombres que nos siguieron desde la llamada puerta seis a la calle de ‘la pista’ y, finalmente, a la 38; que los hombres de gorra y pantalones anchos siempre fueron los mismos y que, definitivamente, ese es un territorio donde la línea entre la ley y el crimen es tan delgada que aun estando custodiados pudimos perder.