Lo característico de los toros bravos es que suelen ser mansos. Por eso, cuando sale al ruedo un toro bravo surge en la plaza la emoción del público. Lo vimos este sábado en la Santamaría: un hermoso toro cárdeno de Vista Hermosa, bien hecho y bien armado, que por su bravura mereció el homenaje de una vuelta al ruedo tirado por los caballos al grito unánime de ¡toro! ¡toro! Y un silencio de castigo para su torero, el joven David Martínez, que confirmaba su alternativa en la plaza de Bogotá y no supo estar al nivel de las encastadas y humilladas embestidas del animal. Reza un estoico aforismo taurino: “Cuando hay torero, no hay toro; y cuando hay toro, no hay torero”.
Seis toros más salieron esa tarde –porque Moreno Muñoz, a quien le habían tocado los dos malos, regaló un séptimo, con tan mala suerte que resultó ser el peor de los siete–. Manso como un buey cabestro, trotó huyendo por todo el redondel, buscando los chiqueros, con su matador trotando en pos. Un matador que casi no consigue matarlo, pinchándolo y pinchándolo sin fruto. Y así habían sido también, mansos de solemnidad, el tercero y el quinto, y al sexto lo volvió manso su torero, Martínez, a fuerza de aburrirlo con sus vacilaciones y desarmes.
Mejores fueron los dos de José Arcila. El segundo, que se recuperó de unos feos calambres en las cuatro patas tras la persecución de un banderillero, que fue aplaudido en el arrastre y al cual Arcila le cortó las dos orejas por una variada y vistosa faena y una estocada mortal; y el cuarto, aplaudido también, al que le cortó una, debida en parte a una voltereta que pareció grave en un principio pero después de la cual volvió sin arredrarse a la cara del toro.
Arcila los toreó bien: ya dije que es muy vistoso. Demasiado, tal vez. Se adorna mucho, compone sin cesar la figura, tanto encima del toro como lejos de él, dando lentos paseos de bailarín y haciendo teatrales desplantes entre uno y otro molinete de pie o de rodillas para despedir al toro. Saca silla de madera para sentarse a pegar un pase, como hace un siglo hacía Rafael El Gallo en una foto famosa, o como hace ahora Morante de la Puebla cuando quiere deslumbrar. Torea de muleta con la montera calada hasta las cejas, como los matadores decimonónicos. Mira mucho al tendido. En fin: exagera un tanto. Pero también torea, y torea de verdad. Y por eso, con tres orejas cortadas, salió por la puerta grande ya bien entrada la fría noche.
ANTONIO CABALLERO