La temporada taurina de Bogotá, que organizó la empresa Casa Toreros, cerró este domingo con una corrida apoteósica, en la que la plaza casi llena, bajo un sol radiante, disfrutó de grandes faenas de Sebastián Castella, Andrés Roca Rey y el colombiano Juan de Castilla, con toros de Juan Bernardo Caicedo.
El encierro, bien presentado, parejo y con pesos, fue bravo. Bravo y dulce el primero; bravo y también con clase el segundo, que mereció la vuelta al ruedo; manso el tercero; el cuarto pintaba bien, pero también se malogró. El quinto careció de fuerza. El sexto, extraordinario, pronto y con clase, fue indultado. Castella regaló un séptimo que sirvió menos.
Pero bordó el toreo en el primero, desde los lances de capa cargando la suerte y unas chicuelinas apretadas. Pero el toro, que pintaba bien, se dañó una mano en su pelea en el caballo. Salió un sobrero, un melocotón en almíbar. El francés volvió a torear de maravilla y variado con la capa. Porque el toreo de capa brilló este domingo. Hasta verónicas de rodillas ejecutó en los medios y chicuelinas caminadas para llevar al dulce al caballo. Y un bonito quite.
Comenzó una de las faenas grandes de la tarde en los medios, con derechazos mandones, intercalando un cambio por la espalada, y él quieto, pasándose al toro cerca y emocionado hasta la banda. Hubo naturales, pero el toro era derecho y por ahí lo toreó por bajo y largo. Y vino el estoconazo, que apenas dejó al toro en pie 10 segundos. Y cortó las dos orejas. La vuelta fue lenta. Este domingo todo era despacio.
El cuarto toro dio, de salida, él solo, las tres vueltas al ruedo que habían dado los toreros. Y vino un momento de esos que se dan en los toros. Como se iba este domingo El Piña, Castella pidió las banderillas y lo invitó a que cubriera el tercio con una cuadrilla de lujo: la terna. Piña se jugó la vida y puso tres pares para que no lo olviden nunca. Y el público, como muerte de sed, pero era de afecto, gritaba ‘Piña’, ‘Piña’, ‘Piña’.
En la faena no vimos mucho, porque el toro en los primeros muletazos, se dañó una mano.
Regaló un séptimo, que sirvió menos. Mucha voluntad y torería, pero pinchó.
Andrés Roca Rey cuajó una faena inolvidable a su primero. Toreó con lentitud, pero sobre todo con temple supremo, con ligazón y con arte. La faena fue completa desde las verónicas firmes y largas, pasando por las chicuelinas y una media para embriagar. Y citó en el centro del ruedo al toro arrancado desde tablas para pasárselo por detrás y por delante, con la mano baja y la muleta intocable. Y despacito. Arte puro, toreo profundo por una y otra mano. Con un toro con calidad y codicia toreó en redondo, dos pases en uno, o tres y puso al público de pie. Fue una danza con un toro ceñido a su cintura y embebido en la muleta. El delirio, la iración. Una estocada, un pelo desprendida, pero nadie le quitaba las dos orejas. En la vuelta al ruedo lo felicitó César Rincón.
El su segundo, brindado al empresario Pablo Moreno, poco pudo hacer, pues el toro perdió fuerzas en la muleta, se derrumbaba. Pinchazo y espadazo.
El colombiano Juan de Castilla, en medio de dos leones, dio la cara. Cortó una oreja en su primero, un toro rajado, que produjo un tumbo y en el que comenzó con muletazos valientes de rodillas y porfió mucho. El solo estocadón valía la oreja, dijeron por ahí. Y se la dieron. Y tuvo la suerte de que le saliera ‘Talentoso’, un toro bravo, enrazado, que mostró que merecía volver a la dehesa. Juan estuvo a la altura, al frente, ‘talentoso’ también, toreando bien, con mando y arte. Hubo tereo serio y verdadero.
Y hubo momentos emotivos. Porque, como queda dicho, se fue este domingo de los ruedos Wilson Chaparro ‘El Piña’, después de 32 años como subalterno. Le cortó la coleta nada menos que César Rincón.
Él por su trabajo, por ser un gran subalterno, se ganó la confianza de las figuras. Pero se ganó también el cariño de la afición. Le dieron la vuelta al ruedo en hombros y se fue a lo grande. Como se fueron Castella, Roca Rey, los ganaderos y los empresarios. Y la gente salió feliz, pues una corrida de estas, de las que hacen afición, no se dan a menudo.
LUIS NOÉ OCHOA