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Entrevista

Jaime Abello: ¿Quién es el 'barranquilloso' perfecto detrás de la Fundación Gabo y otras hazañas del periodismo?

Jaime Abello habló con la Revista BOCAS de García Márquez, periodismo, cine y mucho más.

Revista BOCAS

Jaime Abello ha estado al frente de la Fundación Gabo desde sus inicios. Foto: Tico Angulo / Revista BOCAS

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Durante treinta años, Jaime Abello se ha encargado de sacar adelante uno de los sueños más ambiciosos del escritor Gabriel García Márquez: la Fundación Gabo (antes Fundación Nuevo Periodismo), un lugar de formación para miles de periodistas de toda América Latina que se convirtió desde un principio en una referencia del buen periodismo. Es un trabajador ejemplar, habla con presidentes de la república, con los mejores periodistas del mundo, con directores y dueños de medios, sabe todo lo que hay que saber y es un hombre que hace que pasen las cosas. ¿Quién es el hombre encargado de preservar el legado del Nobel?
“Jaime se toma sus tragos y se vuelve un trompo”, dice Cristina Said, periodista y amiga cercana del que ha sido el director de la Fundación Gabo durante treinta años. “Se sale de su papel de serio: no hay Carnaval de Barranquilla en que no se disfrace”. Si uno hurga en su cuenta de Instagram, se da cuenta de que es cierto; allí, desperdigadas entre otras fotografías más formales, hay varias en las que se le ve disfrazado y sonriente: una en la que aparece con collares de colores y una corona en la cabeza hecha de racimos de uvas; otra en la que está con la cara salpicada de escarcha y un sombrero de plumas azules, y otra más disfrazado de sultán con expresión seria. 
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La Fundación nació de un encuentro con Gabo con varios whiskys de por medio. Foto:Tico Angulo / Revista BOCAS

“Yo he sido muy carnavalero, muy fiestero y bailarín”, ite Jaime, sonriente, haciendo gala de su acento barranquillero. “El Carnaval, para mí, es un hecho cultural importantísimo. En una etapa de mi vida, cuando estaba en la Cámara de Comercio de Barranquilla, una de las cosas que me dediqué a hacer como asistente del director ejecutivo fue empezar a investigar y debatir públicamente qué podíamos hacer para enrutarlo, porque iba camino a extinguirse debido a los malos manejos. De ahí se sentaron las bases para un modelo de gestión que todavía existe. Mi compromiso con el Carnaval no es solo de desorden y de fiesta y de alegría, sino de investigación”.
Quienes lo conocen le reconocen y exaltan esas dos facetas: la de trabajador incansable y la de parrandero desparpajado. “Para mí, Jaime es un perfecto ‘barranquilloso’”, dice Silvana Paternostro, periodista, autora del libro Soledad y compañía. “García Márquez fue el que empezó a decirme así”, ite Jaime, dejando en claro que se siente “muy Caribe”, aunque tiene una amplia ascendencia italiana: tatarabuelo genovés, bisabuelo toscano y abuelo milanés. Gracias a esa personalidad tan “barranquillosa” fue que el propio Gabriel García Márquez, en 1995, le pidió que le ayudara a formalizar una idea que hacía tiempo venía dándole vueltas en la cabeza: empezar una fundación para capacitar a periodistas de toda América Latina.   
Se habían conocido poco más de diez años antes, en 1983, cuando Abello trabajaba en la Cámara de Comercio de Barranquilla. Un día, su jefe lo llamó a su oficina. “Jaime, ven acá: acabo de hablar con García Márquez. Me dice que llega mañana, pero anda con un tema que a mí no me parece. Ve tú y te reúnes con él. Eso sí: tienes que llevarle la contraria, no se te olvide”, le dijo. Resultó que, intercediendo por el presidente Belisario Betancur, García Márquez quería que el teatro Amira de la Rosa, inaugurado en 1982 y manejado por el Banco de la República, pasara a manos de la ciudad. “¡Imagínate eso!”, dice Jaime, entre risas, más de cuatro décadas después. “¡Una ciudad que estaba quebrada y politizada y Gabo quería ponerla a manejar un teatro que funcionaba bien!”. Así que durante toda la reunión Abello se dedicó a contradecir al Nobel hasta que, en un momento dado, García Márquez lo llamó aparte. “Oye, ven acá”, le dijo. “¿Por qué no nos vamos a tomar un whisky para que me sigas llevando la contraria?”. 
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Jaime confiesa que la casa de Gabo en Cartagena se convertirá en un centro cultural. Foto:Tico Angulo / Revista BOCAS

Se hicieron amigos, aunque no eran todavía cercanos. Volvieron a verse en varias oportunidades —en el Festival Vallenato, en el Festival de Cine de Cartagena— hasta que, años después, una amiga le advirtió a Jaime que Gabo andaba buscándolo. “Te va a llamar”, recuerda que ella le dijo. Una tarde le timbró el teléfono. “Voy a pasar por Barranquilla”, le anunció Gabo. “¿Por qué no me invitas a comer?”. Abello lo llevó al hotel El Prado un 28 de diciembre; entre trago y trago de whisky, García Márquez pasó horas hablándole de periodismo. A eso de las dos de la mañana, cuando ambos estaban bastante achispados, se atrevió a preguntarle: “Gabo, ¿y tú por qué me estás echando todos esos cuentos?”. “Pues porque quiero que tú me ayudes a montar este proyecto”, le respondió García Márquez. 
Pasaron un par de meses más en los que Abello siguió concentrado en su trabajo, sin saber todavía qué tan seria era la propuesta de Gabo. En enero, volvió a encontrárselo en el Festival de Cine de Cartagena. “Cuando lo vi, a lo lejos, abrí los brazos para abrazarlo, confiadísimo. Y entonces Gabo, muy serio, me hizo una seña con el dedo para que me acercara. Llegué a su lado y lo primero que me dijo, fue: ‘bueno, ¿y qué? ¿No has hecho nada?’. Ya estaba molesto. A mí lo único que se me ocurrió decirle fue que debíamos hacer un estudio de factibilidad, pero que para eso tenía que ayudarnos un economista. ‘Bueno, pues contrátalo. Yo lo pago’. Ahí supe que la cosa iba en serio”, recuerda Abello.   
Ese fue el inicio de la Fundación Nuevo Periodismo (hoy Fundación Gabo), que treinta años más tarde, tan solo el año pasado, realizó 60 actividades entre talleres, seminarios, encuentros, charlas web y clases magistrales, así como 49 talleres de periodismo a los que asistieron 784 periodistas de toda América Latina y otorgó más de 145.000 dólares en distintas becas. 
Pero no solo eso: durante estas tres décadas, la Fundación ha contado entre sus maestros con grandes periodistas, como el polaco Ryszard Kapuscinski, una de las leyendas del oficio —ganador, entre muchas otras distinciones, del premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades—; el español Miguel Ángel Bastenier, quien fue el periodista estrella del diario El País de España; el argentino Martín Caparrós, ganador de premios como el Ortega y Gasset, el Rey de España y el María Moors Cabot, entre muchos otros; el estadounidense Jon Lee Anderson, una de las plumas insignes de The New Yorker; el escritor, periodista y político nicaragüense Sergio Ramírez, y la mexicana Alma Guillermoprieto, ganadora del premio Príncipe de Asturias. En el 2002, la Fundación creó el Premio Nuevo Periodismo Cemex-FNPI, que diez años más tarde pasó a llamarse Premio Gabo y se ha entregado de manera ininterrumpida para reconocer la excelencia periodística durante el Festival Gabo, un evento de tres días con actividades gratuitas dirigidas a periodistas, estudiantes y el público en general. En el 2017 se creó el Centro Gabo, una iniciativa para “promover el legado de García Márquez en toda su dimensión personal y profesional”, y a partir del 23 abril del 2025, la Biblioteca Nacional de Colombia albergará la exposición ‘Todo se sabe. El cuento de la creación de Gabo’, que la propia Fundación describe como “la mayor, más amplia, completa y reveladora exposición desarrollada hasta el momento sobre Gabriel García Márquez”. Una labor titánica que ha convertido a la Fundación en un referente del buen periodismo en el continente y a Abello Banfi en el responsable de mantener vivo el legado que alguna vez soñó García Márquez. 
Esta es la historia de un niño que creció amando la música, el cine y la literatura, que empezó su carrera como abogado antes de dar el salto al mundo de los medios, y del costeño alegre y desparpajado que aparenta muchos menos años de los que en realidad tiene, el hombre que un día logró llamar la atención de Gabriel García Márquez luego de dedicarse a contradecirlo con ahínco, lo que hizo que el Nobel lo escogiera para materializar uno de sus más grandes proyectos periodísticos. ¿Cómo empezó todo?
 
Hablemos de sus padres…
Mi papá, Jaime Abello Sarmiento, nació en Santa Marta, y mi mamá, Gina Banfi, en Barranquilla, pero ambos eran “costeños italianos” por cuenta de su ascendencia. Eso se traducía en detalles como la música, un elemento que fue determinante durante toda su vida. Mi mamá fue licenciada en música, y mi padre, a pesar de que estudió istración de empresas, fue muy aficionado a la música. Tuvieron una luna de miel que duró varios meses en Italia. Les encantaba hablar italiano y por eso yo desde chiquito lo entiendo bien. Tengo la ciudadanía italiana. Recuerdo que en mi casa siempre se comieron muy buenas lasañas y pastas. En mi familia había vino todos los fines de semana y a mis papás les encantaba cantar canciones napolitanas. Lo último que hizo mi padre antes de morir de cáncer, a los 85 años, fue grabar un disco y hacer una fiesta de despedida. 
¿Cómo fue eso?
A él le dio un cáncer de próstata que le hizo metástasis. Recuerdo que cuando eso pasó, a mí me llamó a contármelo mi hermano Mauricio que es médico. La noticia me impactó. Cuando se lo contamos a mi padre, nos dijo que quería organizar una fiesta de despedida. Convocamos a toda la familia y a sus amigos cercanos. Estuvimos juntos. Luego nos dijo que quería grabar un disco antes de morir, y nosotros le ayudamos: montamos un estudio en su casa, conseguimos un productor. Y lo hizo. Fue siempre un hombre muy vital, muy Caribe. Tuvo un gran sentido del humor. 
¿Y su madre?
Mi madre me inculcó la sensibilidad musical, pero, paradójicamente, se encargó también de bloquear mi desarrollo como músico. Ella era muy exigente con el tema de la excelencia musical, podía ser radical. Por ejemplo: dirigía el coro de unas niñas del colegio Marymount y una vez, exasperada con una que no cantaba muy bien, le dijo: “Mira, tu papel en el coro es ser la mandíbula sonriente”. Yo estudiaba flauta en el colegio y a ella la irritaban muchísimo mis desaciertos. “Por ahí no es, Jaime”, me decía. Pero, aunque nunca desarrollé mis aptitudes musicales, mi madre me dejó un amor inmenso por la música. Yo he sido un gran melómano y bailarín, al igual que mis hermanos. A veces me animo a cantar y no lo hago tan mal.  
¿Cómo es su relación con su hermana Maribel? El año pasado, ella habló abiertamente sobre su diagnóstico de trastorno bipolar y confesó que ha tenido varias hospitalizaciones…
Maribel es una mujer genial, superinteligente. Tiene una personalidad tremenda, grandes valores. Y una sensibilidad extrema. Ella estaba destinada a ser artista desde pequeña; a los dos años ya cantaba maravilloso. Siempre fue precoz en todo. En un momento de la vida ella entró en conflicto con el sistema y creo que eso disparó el tema de su trastorno. Pero los hermanos siempre la hemos apoyado; nosotros somos una familia muy cercana y siempre estamos ahí para apoyar al que esté en dificultades. Hoy en día hablo mucho con ella. Tenemos una relación muy fraternal y somos grandes amigos. 
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Jaime Abello tiene siempre la frescura de un niño grande. Foto:Tico Angulo / Revista BOCAS

¿Cómo fue su infancia?
Estudié la primaria y el bachillerato en el Colegio Alemán, en Barranquilla. Desde muy temprano encaucé mis intereses hacia la lectura y el cine. Fui un cineclubista precoz. Tanto que, muchos años después, fundé la Cinemateca del Caribe y hasta me dio por ser productor de un largometraje, Juana tenía el pelo de oro (basado en un cuento de Álvaro Cepeda Samudio), a pesar de que Gabo me advirtió que no me metiera en eso. Hacerlo me dejó medio quebrado. Pero aún hoy sigo vinculado al cine: no solo en la Cinemateca, sino en el Festival de Cine de Cartagena y como miembro del Comité de Promoción Fílmica. 
Con toda esa influencia artística, ¿por qué terminó estudiando derecho en Bogotá?
Francamente, yo no sabía qué estudiar. Cuando salí del colegio estaba entre arquitectura y derecho, pero me decidí por este último porque siempre he tenido un gran interés en lo público. Al terminar el primer año, el padre Giraldo, que era el decano de Derecho en la Universidad Javeriana, les mandó una carta de felicitación a mis padres por mi desempeño. Después yo me volví incómodo, empecé a dejarme una barba larguísima y a cuestionarlo todo. Armé un grupo de protesta dentro de la universidad. Al segundo año, el padre volvió a enviarles una carta a mis padres, pero esta vez diciéndoles que estaba al borde de la expulsión. Al final me acomodé. Durante los cinco años que pasé en la facultad también estuve en el grupo de teatro y en un cineclub que armamos. 
¿Dónde empezó a trabajar?
Yo hice, de una manera muy rápida, el recorrido por todos los poderes públicos. En el último año de carrera entré a trabajar con un primo mío que era representante a la Cámara, y con él alcancé a preparar debates y a proponer proyectos de ley. Pero también empecé a entender la política y pronto me di cuenta de que no era para mí. Antes de graduarme, yo quise hacer mi tesis sobre el sistema penitenciario porque había leído un libro de Michel Foucault, Vigilar y castigar, que me había influenciado mucho. Logré conseguir un trabajo en la Procuraduría judicial, un servicio jurídico dentro de la cárcel de La Picota. Por esa época vivía cerca de la Javeriana y todos los días cogía mi busecito hasta allá. ¿Te puedes imaginar lo que es a esa edad uno estar todo el tiempo metido en una cárcel? Para rematar, me designaron responsable de la asesoría jurídica de los presos del anexo psiquiátrico. Eso era durísimo. Tanto que llegó un momento en que desistí porque era demasiado fuerte. Me fui para donde el viceministro Santiago Diago y le dije que me iba, que ya había tomado la decisión, pero entonces me ofreció trabajar con él. Y, de un momento a otro, pasé de ser un miserable abogado de locos en La Picota a ser nombrado asistente del viceministro de Justicia y a tener un sueldo cuatro veces más grande, y además carro oficial, dos secretarias, un mensajero y un chofer. ¡Toda una burocracia! 
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Jaime Abello ha visto crecer a varias generaciones de periodistas de toda América Latina. Foto:Tico Angulo / Revista BOCAS

¿En qué momento terminó involucrado en el mundo de los medios y la cultura?
Yo seguía pensando que lo que a mí me interesaba era el cine. Cuando salí de ahí entré a la Cámara de Comercio de Barranquilla. A los veinticinco años ya era el vocero de los gremios en la ciudad, entonces lo que hacía era que, por un lado, mantenía la agenda oficial, pero por otro, con el equipo empezamos a trabajar aprovechando los recursos de la Cámara y creamos la Cinemateca, de la cual me siento orgulloso de haber sido promotor y fundador. También hicimos un gran concurso de historia en la ciudad, e impulsamos y le dimos un giro al Carnaval. Por el año 84, más o menos, el presidente Belisario Betancur sacó un decreto para crear un canal regional en Antioquia, y le comenté a Fernando Barrero, que era el director de Inravisión, que nosotros en Barranquilla queríamos hacer lo mismo. Ese fue el germen de Telecaribe, donde duré cinco años como director. Pero por esos años hice también muchas otras cosas: trabajé con la Cooperativa de Películas Colombianas (Copelco) y la Asociación de Cinematografistas Colombianos, y como director técnico de la comisión de empalme del Ministerio de Comunicaciones cuando fue elegido César Gaviria. 
Y estando en Telecaribe es cuando apareció García Márquez…
Así es. Cuando empezamos a idearnos la Fundación, yo seguía metido en Telecaribe. Un día me llamó Gabo y me dijo: “¿Por qué no te vienes ya del todo? Renuncia y te dedicas de lleno a este proyecto”. Y eso hice. La primera actividad que hicimos fue el 18 de marzo de 1995, un seminario sobre la libertad de expresión y la protección al trabajo de los periodistas en Colombia, cuya conclusión principal fue la necesidad de establecer un sistema de protección y una organización. Así nació la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP). La segunda actividad fue un encuentro con periodistas venezolanos; la tercera, un taller con Alma Guillermoprieto y Germán Uribe que se dio en el periódico El Universal de Cartagena; y la cuarta, un taller que impartió el propio Gabo en Barranquilla, en la sede de El Heraldo. Y de ahí han pasado treinta años…
¿Qué tanto se involucraba García Márquez con la Fundación?
Muchísimo. Él me llamaba y me “tiraba línea”. Me embarcaba en la inmensa cantidad de ideas que tenía. También se unía a los talleres. No necesariamente los impartía, pero le gustaba estar presente, escuchar y opinar. Por esos años andaba con muchas ganas de hacer periodismo otra vez y estaba muy cerca de todos los temas políticos. Verlo en esa faceta fue increíble. Para los talleres, tenía un gran ingenio. Me decía: “Jaime, consígueme un dibujante de la Policía para que hagamos un ejercicio de descripción de un rostro”, por ejemplo, o les pedía a los participantes que se metieran a investigar la muerte de Giacomo Turra, un italiano que murió en Cartagena. Los talleres siempre terminaban con buenas fiestas porque Gabo decía que tenían que ser alegres, como la vida. 
¿Qué pasó cuando García Márquez se enfermó?
Gabo empezó a desconectarse poco a poco. Pasaron dos años en los que no nos vimos, y cuando me lo encontré de nuevo lo vi muy envejecido, cambiado. Yo me daba cuenta de que se fatigaba mucho. En un momento dado noté que se le empezaban a ir las cosas. Eso fue muy impresionante porque él siempre había sido de una agudeza y de una memoria extraordinaria. Ya a partir del año 2010, más o menos, parecía no estar ahí cuando nos veíamos. Los que éramos cercanos a él vimos cómo se fue apagando, pero siempre estuvo rodeado de mucho amor y respeto.
¿Cuándo fue la última vez que se vieron?
En octubre del 2013 estuve en México. Me invitaron a una comida en su casa en la que él no dijo nada. Solo sonreía, de vez en cuando. Gabo iba a viajar a Cartagena en marzo del año siguiente, pero ya no pudo salir más de su casa. Cuando murió yo había vuelto a México, pero no logré volver a verlo.   
Es inevitable preguntarle por el estado actual del periodismo, en un momento tan complejo para la profesión: las fake news, los ataques de los poderosos, la sostenibilidad y la crisis económica de los medios. ¿Cómo ve la situación?
Este es un momento en el que la producción de contenidos informativos de todo tipo podría perfectamente automatizarse y pronto solo unos pocos seres humanos se necesitarán para alimentar la cadena. Mejor dicho: las máquinas van a ir adquiriendo una capacidad de procesamiento e incluso de discernimiento editorial que harán que la presencia de los periodistas pueda parecer absolutamente inútil. Pero no se nos puede olvidar nunca que esos sistemas responden a un mando central, obedecen a un designio, y están conectados con unas instrucciones. Ahí es donde yo siento que está la clave de todo, porque el lado humano que representa al periodista va a ser siempre irreemplazable. Yo creo que va a llegar un momento en el que el humanismo, la ética, la capacidad de resistencia y la capacidad de crítica real solo la va a garantizar un ser humano que se llama periodista. 
¿Qué pasa con la inteligencia artificial? 
Como sociedad, tendremos que aprender a generar un nuevo valor alrededor del periodista porque es muy fácil rendirse al hackeo mental de las máquinas, muy fácil acomodarnos a las soluciones que nos da la inteligencia artificial, a esa ficción automatizada basada en un procesamiento continuo de datos. Tenemos que abrirle los ojos a la gente sobre lo deshumanizante que al final va a ser esa situación. No será nada fácil; estamos afectados por la economía de los medios, por la manera como los grandes poderes —como es el caso de Donald Trump y de Elon Musk, que son dos enemigos declarados del periodismo independiente y hecho por humanos— preconiza una libertad de expresión que es en realidad la libertad de la desinformación. Frente a eso yo creo que el valor diferencial del periodismo de verdad, hecho por periodistas, lo va a dar la persona. El humano. 
¿Qué viene para la Fundación? ¿Cómo se la imagina en unos diez o quince años?
Al llegar a los 30 años, la Fundación tiene un norte nuevo porque ha enriquecido la perspectiva inicial de su trabajo alrededor del periodismo con su acercamiento a la educación y a la cultura, así como con el trabajo con niños, jóvenes y otros sectores alrededor de contar historias y del uso ético y creativo del poder de las redes y los medios digitales. Estamos trabajando para convertir la casa de García Márquez en Cartagena, de la mano de varios aliados, en un espacio para encuentros de formación e integración periodística y de actividades culturales. Tenemos una presencia muy activa de Rodrigo y Gonzalo García Barcha, los hijos de Gabo, en todo lo que hace la Fundación. Hay una agenda de futuro, un apoyo de la familia y un reconocimiento de muchos aliados y de sectores que confían en nosotros y que nos mantienen cumpliendo un papel fundamental en Colombia y América Latina. 
Es decir: habrá Fundación Gabo y Jaime Abello para rato…
Bueno, yo no me voy a eternizar ahí. Voy a acompañar la Fundación siempre porque es una obra de Gabo y mía, y eso es algo que me enorgullece. Pero naturalmente cambiará en algún momento la manera en que lo haré. Todavía no porque aún hay proyectos muy bonitos en curso para seguir por un tiempo. Yo me enorgullezco de estar siempre rodeado de personas que están aportando cosas y de haber construido equipos. He estado rodeado de gente magnífica; prácticamente todos los que han colaborado conmigo a lo largo de estos años son amigos que, además, siguen afectivamente muy comprometidos con la Fundación y que han tenido carreras brillantes. También ha llegado gente nueva y hemos ido cambiando; no es una Fundación estancada. 
A propósito de un posible futuro por fuera de la Fundación, el artista Álvaro Barrios me dijo que a usted el Ministerio de Cultura le encajaría perfecto…
Mira, a mí me han ofrecido dos veces el ministerio. La primera fue en el año 98, en el gobierno de Andrés Pastrana. Me acuerdo de que cuando eso pasó yo llamé a Gabo y se lo comenté. “Ten en cuenta que, para esa decisión, vas a tener que escoger entre el ministerio y la vida”, me dijo él. Y con eso tuve. La segunda vez fue más adelante, en otro gobierno, pero la verdad es que, aunque iro lo que están haciendo en el ministerio, esos son cargos de mucha responsabilidad, muy exigentes. La gente no descansa nunca. Y bueno, lo cierto es que a mí me encanta la independencia que me da la Fundación y estoy inmensamente agradecido con los miles de personas que nos han colaborado a lo largo de tantos años.  
MARTÍN FRANCO
REVISTA BOCAS

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Portada de la nueva edición de BOCAS Foto:Yohan López / Revista BOCAS

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