Han pasado apenas pocos días desde el cierre de la conferencia de Glasgow sobre cambio climático convocada por las Naciones Unidas, conocida como COP26. Una lectura a los informes de prensa y las opiniones de los analistas muestra evaluaciones que van desde un absoluto fracaso hasta un avance decidido en el propósito de contener el calentamiento global.
Me cuento sin duda dentro del segundo grupo, si bien acepto que algunas decisiones claves no pudieron concretarse. Describir lo sucedido en Escocia como un diálogo infructuoso es injusto a la luz de las prioridades globales y regionales.
Para comenzar, es incuestionable que el tema ambiental está ahora dentro de los primeros lugares de las preocupaciones de los habitantes de los cinco continentes. Todos somos conscientes de la alteración de los patrones usuales de lluvia y tiempo seco, además de la desaparición gradual de nevados y glaciares, junto con catástrofes ocasionadas por sequías, inundaciones o vientos.
Hay una conciencia universal en el sentido de que la emisión de gases de efecto invernadero no puede seguir sin control y que el único remedio viable es avanzar hacia la carbononeutralidad. Esta convicción se expresa en las demandas que hacen los ciudadanos a sus respectivos gobiernos o en las señales que recibe el sector privado sobre el requisito de la sostenibilidad.
En tal sentido son positivos los compromisos hechos por un grupo creciente de países sobre reducción de emisiones, como el mensaje de un sinnúmero de empresas, orientado a una matriz de generación energética más limpia y un consumo más responsable. Tales pronunciamientos confirman que hay un proceso de cambio en marcha, cuya velocidad debería acelerarse en los años por venir, de la mano de la tecnología y las políticas públicas.
Hablar de un futuro en el cual la dependencia de los combustibles fósiles sea mucho menor que la actual ya no suena como un sinsentido sino como una certeza. Por tal razón discrepo de quienes se niegan a reconocer progresos, que también nos tocan directamente.
América Latina había identificado tres retos antes de Glasgow: ampliar el financiamiento a iniciativas de adaptación y mitigación; posicionarse como actor de referencia en el todavía incipiente mercado del carbono, y apostar por las soluciones basadas en la naturaleza. Considero que en todos los casos logramos dar pasos hacia adelante.
Sea esta la oportunidad para subrayar que en CAF queremos inspirar con el ejemplo y asumir el desafío del cambio climático con toda determinación. En tal sentido, anunciamos que en los próximos cinco años destinaremos 25.000 millones de dólares a fomentar el crecimiento verde en la región.
Aparte de recursos financieros propios, buscaremos alinear intereses de actores públicos y privados alrededor de la responsabilidad ambiental y social y de la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. De tal manera, lo que llamamos el financiamiento verde pasará del 24 por ciento de nuestras operaciones en 2020 al 40 por ciento en 2026, lo cual se complementará con la alineación de la totalidad de nuestros programas de crédito y asistencia con los objetivos del Acuerdo de París.
Un ejemplo de ello es el aporte que estamos haciendo al plan de conservar la biodiversidad y el uso de los recursos marinos y costeros del Corredor Marino del Pacífico Este Tropical. La zona, compartida por Colombia, Costa Rica, Ecuador y Panamá, tiene una gran importancia en materia de pesca, turismo o transporte marítimo.
Los casos para mostrar son muchos más y no me cabe duda de que su número se incrementará en los años por venir. De lo que se trata, a fin de cuentas, es de convertir los riesgos en oportunidades, para que nuestros pueblos puedan seguir creciendo y hagan uso responsable de sus recursos.
Por ese motivo no bajaremos la guardia ni perderemos el ánimo frente al que es un esfuerzo de largo aliento. Sin actitudes derrotistas, y pasando de las palabras a la acción, lograremos desactivar la amenaza que hoy significa el cambio climático.
SERGIO DÍAZ-GRANADOS
Presidente de CAF