Sabemos que Colombia es un país profundamente clasista, machista y racista, con unas élites reacias al cambio; con unos medios hegemónicos muy conservadores, con la mayor concentración en la tenencia de la tierra y mayor pobreza extrema en América Latina: una democracia formal que convive con un conflicto muy largo. Por todo esto Gustavo Petro es presidente, porque es urgente un cambio. Pero un discurso que muestre esto no basta, hay que proponer soluciones y hacerlas realidad.
Por ser el primer gobierno progresista en Colombia, sabíamos que istrar el Estado no sería fácil. Ni a Lula, que es un curtido político, le ha quedado fácil. Boric también ha tenido una gobernabilidad precaria. Sin embargo, adjudicar la crisis exclusivamente a una estrategia de la derecha para sabotear al Gobierno es falso; hay también una gran dosis de autosabotaje, como lo demuestra la reciente pelea entre Armando Benedetti y Laura Sarabia.
El principal factor de este autosabotaje es la personalidad del propio Petro. Sin duda es una persona brillante, a quien le cabe el país en la cabeza, y está genuinamente interesado en mejorar las condiciones de vida del pueblo colombiano, pero se le dificulta convertir sus propuestas en acciones concretas.
El no haber priorizado un asunto sobre los demás hace que este gobierno, al cabo de diez meses, no tenga un norte claro; todo lo contrario, se ha caracterizado por la improvisación.
Evidencia de esto es su ambiciosa agenda, ¿por qué querer reformar todo al mismo tiempo? ¿Por qué no haber priorizado unos temas sobre otros? Sobre todo, sabiendo que cuatro años no serán suficientes. El no haber priorizado un asunto sobre los demás hace que este gobierno, al cabo de diez meses, no tenga un norte claro; todo lo contrario, se ha caracterizado por la improvisación.
Otra muestra de su personalidad es la falta de cuadros preparados que lo rodeen. No lo rodea un grupo de trabajo, sino un séquito, lo cual es útil en una monarquía, pero no en una democracia. Y aquí está el meollo del asunto: la capacitación política y formación de cuadros. Petro es magistral en la plaza pública y en Twitter, pero tanto él como otros líderes de izquierda en Colombia han despreciado sus partidos o movimientos, estos parecen activarse solo en épocas electorales, periodos en los que, de manera antidemocrática, terminan primando el amiguismo o las relaciones familiares sobre las capacidades políticas de las personas en la definición de las candidaturas. Pero lo más incomprensible es que, desde la campaña del 2018, había quedado claro que los medios hegemónicos, en un eventual gobierno progresista, serían una piedra en el zapato por su evidente sesgo antizquierda. Sin embargo, este gobierno carece de una estrategia de comunicaciones que contrarreste los efectos de este sesgo.
Por un lado, y para ejemplificar la dificultad de Petro en la formación de cuadros, escoge a Laura Sarabia como jefa de despacho, es decir, en casi 50 años de trayectoria política, Petro no entabló ninguna relación de confianza con una persona que pudiera ocupar ese lugar. Sarabia, quien trabajó durante varios años en la UTL de Benedetti, terminó concentrando muchísimo poder y exponiéndose demasiado.
Además, cada ministro o senador parece tener su propia agenda. En Chile, por ejemplo, hay un ministerio encargado de servir como portavoz del Ejecutivo frente a la opinión pública. La actual ministra es Camila Vallejo, es decir, una persona diferente al presidente, lo cual permite que este no se desgaste.
Petro, sin embargo, actúa como portavoz de su propio gobierno a través de sus tuits. La estrategia de comunicaciones no puede seguir siendo el Twitter de Petro, y no es porque uno no quiera que tuitee, sino porque no es una estrategia efectiva para gobernar ni aquí ni en ningún lado. ¿Hasta cuándo la improvisación, compañero?
SARA TUFANO