Abraham Lincoln predicó para el mundo que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Nuestro filósofo y estadista el maestro Darío Echandía, cuya lucidez ojalá iluminara a las nuevas generaciones, lo parafrasea al decir que en Colombia la democracia es el gobierno de los ignorantes, por los ignorantes y para los ignorantes.
En nuestro país, en materia de democracia cultural participativa, la política pública avanza dentro de un Estado de derecho que tendría que preocuparse mucho más por el arte y por la cultura ciudadana. Porque se limita a hacer sabios planteamientos abstractos que no descienden ni se concretan en localidades pequeñas reconocidas en sus propias idiosincrasias, y no logra sus propósitos de desarrollo y progreso integral.
Sin embargo, que una empresa cultural colombiana perdure por 40 años es algo ejemplar y abre caminos de esperanza para un mañana mejor en el que la creatividad e inteligencia de los artistas puedan tener cabida plena. Eso es el Teatro Nacional, que nació justo con el propósito de estimular el talento artístico, formarlo para la escena, dar a conocer “ese arte de la noche que requiere tantos días de ensayos” y educar la sensibilidad del público para apreciarlo en la diversidad de sus dimensiones creativas y recreativas.
Una gestión titánica de su emprendedora, la actriz Fanny Mikey, y de sus místicos y devotos colaboradores inmediatos, quienes, después de la partida definitiva de esta mujer que sintió y vivió el teatro como un sinónimo de la alegría, siguen manteniendo vivo este patrimonio cultural que ya nos pertenece a todos, a pesar de sus permanentes dificultades de financiación, común denominador de cualquier intento cultural.
Esta gestora realizó sus sueños: desde una escuela con laboratorios infantiles hasta dejar tres teatros en pleno funcionamiento, eso sí, sin compañía estable porque ella creía en la multiplicidad de oportunidades. Por aquí pasaron y siguen pasando las mejores actrices y actores colombianos, que dejan sus huellas en una audiencia creciente que reconoce un indiscutible nivel profesional. Se la criticó por atentar contra el arte escénico tradicional, con cafés concierto como 'La Gata Caliente' y 'La Casa del Gordo', entre otros. Su papel estelar, en este escenario, en 1996, fue ‘Maria Callas’, de Terrence McNally, dirigida con éxito por Ramiro Osorio.
Con su personalidad arrolladora, hasta los servidores públicos y empresarios privados más tacaños no podían negarse a apoyar sus ideas, siempre excelentes. “Si no los puedes convencer, derrótalos por cansancio”, solía afirmar con sus sonoras carcajadas. Después de la función, el evento se convertía en algo social porque, como lo describe Humberto Dorado en la biografía publicada por Planeta, su filosofía iba “por el placer de vivir”.
Su constante predicado “todo es posible menos la violencia” fortaleció la idea de una cultura pacificadora. Así, en un festival de teatro con serbios y croatas logró que, gracias a la magia de la cultura, los unos y los otros lloraran por su patria grande.
William Cruz, que apoyó esta iniciativa desde su nacimiento, y la sigue apoyando, afirma que Fanny Mikey trajo el teatro del mundo a Colombia y llevó el teatro de Colombia al mundo.
Su desenfrenado amor por Pedro I. la trasladó de Buenos Aires a Bogotá y a Cali, donde trabajó con Enrique Buenaventura, y su desenfrenado amor por las artes escénicas nos legó el Teatro Nacional. Como dice alguien muy cercano, “el amor es un misterio en permanente transformación”.
Feliz aniversario. Que el Teatro Nacional se mantenga vivo y activo por muchas décadas más.
MARTHA SENN