La violencia nuestra de cada día

Cada año, en todo el mundo más de 1,6 millones de personas pierden la vida a causa de la violencia.

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La violencia es un concepto complejo, con frecuencia entendido con cierta simplicidad como el uso de la fuerza o la amenaza, que puede dar lugar a privaciones, daños, lesiones o, incluso, a la muerte. Esta puede ser física, verbal o psicológica.
Si bien el concepto a primera vista parece claro, el modo en que suele exteriorizarse varía según cada cultura. Además, a medida que la humanidad evoluciona, es necesario volver a analizar las disímiles modalidades en las que se manifiesta el fenómeno desde la ética, la moral o el derecho.
Esto permite visibilizar aspectos de la vida cotidiana que implican hechos de pánico y abusos que, sin embargo, no suelen ser reconocidos como tales por formar parte de las costumbres de una cultura determinada (por ejemplo, la esclavitud fue común y legal durante largos lapsos temporales, hasta su abolición a partir del siglo XIX).
En este sentido, el eminente investigador Jorge Orlando Melo sostiene que en el país se ha debatido mucho sobre las posibles causas, “aunque poco se han estudiado los argumentos esgrimidos en diferentes épocas para legitimar su uso, a pesar de que detrás de todo acto de violencia política hay una narrativa que lo motiva y que pasa a ser parte de los valores culturales, de las percepciones sociales y de determinados proyectos políticos”.
La Organización Mundial de la Salud ha definido la violencia como el “uso intencional de la fuerza física o el poder, amenazador o real, contra uno mismo, otra persona o contra un grupo o comunidad, que ocasione o tenga una alta probabilidad de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, alteración o privación”.
Una comprensión más amplia de la violencia directa comporta no solo la violencia “conductual” y la inseguridad —como simiente delictual—, sino también la violencia estructural, que es a menudo inconsciente y que viene siendo denunciada por el presidente Gustavo Petro desde sus encuentros colectivos en las regiones.
La violencia estructural es producida por organizaciones sociales y económicas injustas y desiguales y se manifiesta por ejemplo en la pobreza y en las privaciones de todo tipo que someten a los individuos a vejámenes producto de la marginación y la ignorancia.
Cada año, en todo el mundo —cuando no hay guerras—, más de 1,6 millones de personas pierden la vida a causa de la violencia. Por cada persona que muere como resultado de la violencia hay muchos más heridos, ciudadanías confinadas, migrantes o perseguidas que sufren de una variedad de problemas físicos, sexuales, reproductivos y de salud mental.
Los conflictos que sufre sucesivamente Colombia son el producto de un proceso tejido a lo largo de su historia: una compleja trama que articula gradualmente poblaciones y territorios en un conflictivo juego de interrelaciones posteriormente convertido en una complicación que reclama urgentemente la intervención del Estado y nuevos liderazgos democráticos territoriales.
La producción y el comercio de armas son, qué duda cabe, una de las mayores amenazas para la paz debido a los factores económicos, financieros y las dimensiones sociales de su producción. La fabricación y la exportación de armas a menudo se ven alentadas por motivos económicos con muy poca consideración sobre las repercusiones sobre la paz y la seguridad.
Tales formas estructurales y culturales de violencia a menudo han impregnado tan profundamente las sociedades hasta el punto de que llegan a percibirse como congénitas. Este tipo de violencia dura más y, casi siempre, acaba por tener consecuencias similares a la violencia directa.
Las escasas oportunidades de educación en los barrios humildes, las condiciones de trabajo peligrosas en determinadas áreas, etc., son actos de violencia estructural y cultural. Sin embargo, rara vez son reconocidas como violaciones a los derechos humanos.
ALPHER ROJAS CARVAJAL

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