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La espada del prohibicionismo

La espada del prohibicionismo no es el camino. Jamás. Sí lo es concertar, oír las razones del otro.

SubeditorActualizado:

El sábado pasado escribía aquí sobre los oficios que están muriendo. Se me pasó por alto, y por bajo, que los de torero, ganadero de reses bravas, empresario taurino, monosabio, sastre de trajes de luces, mayoral, vendedor, acomodador, muchos veterinarios, etc., también, pues el Congreso está a punto de darles una estocada a las corridas de toros y, por ende, a las libertades individuales, de empresa y de profesión.

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El arte del toreo es milenario, una tradición de arraigo cultural profundo. Cómo olvidar los grabados de Francisco de Goya, las más de 100 pinturas de Botero, las de Pablo Picasso, o de Joan Miró. La literatura llena bibliotecas. ¿Prohibirán las obras y los libros?
De este oficio han vivido y viven millones de personas. Hay toreros que a base de sacrificios, hambre, pasión y faenas de valor y arte sacan a su familia adelante y a varias más. Hay gestas irables y hermosas. Y hay economía, hay hospitales como el Infantil de Manizales, que reciben valiosos impuestos de las corridas de toros, cuya feria taurina es alma de la Feria anual de la ciudad, como la de Cali. Los toros son empresa y turismo.

El prohibicionismo se lleva por delante los derechos y las libertades. Por ese camino pueden llegar a prohibirnos usar chaquetas de cuero, zapatos y carteras, pues algún cornúpeta fue despellejado. Ah, y como una muestra de respeto a los toros, el Congreso podría prohibir a la gente poner los cuernos. O meterse un cacho. 
Yo imagino una corrida en la que en las gradas estén los defensores de los animales, los taurinos, niños y adultos, donde no se sangre al toro.
O comer carne, porque el churrasco tres cuartos con que muchos celebrarían la aprobación del proyecto en la Cámara viene de toros maltratados. Toros cebú que saben que se van a la sentencia de muerte sin que nadie les diga un adiós y se tiran al piso. Allí reciben látigo, les parten la cola para obligarlos a ponerse en pie, los dejan largas horas sin comer para que pese solo lo que es carne de su carne y a veces mueren en los viajes. ¿Prohibirán el sacrificio?

La espada del prohibicionismo no es el camino. Jamás. Sí lo es concertar, oír las razones del otro. Porque aquí los que defienden los toros pueden acabar con esa hermosa raza. ¿Qué hacer con ellos y con cien dehesas de reses bravas? Y prohíben las tientas, que es como prohibir revisar un cultivo.

En el Congreso también camina, lento, como perdonando el viento, el proyecto de ley que regula las corridas, que busca moderar el castigo y salvaguardar la fiesta y los empleos. Se necesita pensar en los toros, pero también en los seres humanos. Hay que aceptar que los animales sienten y el mundo cambia. Yo imagino una corrida en la que en las gradas estén los defensores de los animales, los taurinos, niños y adultos, donde no se sangre al toro, que se lleve varias veces al caballo, para esa lucha maravillosa, si acaso reciba un picotazo de paloma y venga la faena, un ballet ante el peligro, en que se aprecien el arte del torero y la inteligencia y la belleza del toro. Y después de aplausos a toro y torero y pañuelos blancos al viento, se devuelva a los potreros. Luego se lo comerán con chimichurri.

Pero así todos los toros serán indultados. Como ha pasado en la vida política aquí. Porque recordemos que el propio presidente Petro es indultado del M-19. Tal vez la Corte Constitucional haga una faena de dos orejas, por aquello de los derechos y falta del aval fiscal del proyecto. Se tiene que dar la oportunidad de demostrar que se puede hacer arte sin que sufra el animal. Las plazas llenas podrían llevar recursos para el alumbrado público, por ejemplo, en vez de más impuestos, para salud, para recreación, etc.

Salvemos la fiesta. “Humanizada” si quieren. Y nos dedicamos todos a luchar contra otras violencias que nos tienen llorando. Cada día hay un feminicidio, en Cauca los grupos armados están entrando a matar, mientras aquí nos concentramos en el prohibicionismo. Olé.

luioch@eltiempo.com

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