El arte como duelo

Un acercamiento al trabajo de la artista Doris Salcedo, a propósito de su exposición 'Palimpsesto'.

'Palimpsesto', obra de Doris Salcedo que se expone actualmente en el Palacio de Cristal. Parque del Retiro de Madrid. Foto: Juan Fernando Castro. Museo Reina Sofría.

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Es como si la tierra llorara, como si salieran lágrimas del suelo. A medida que el espectador va caminando, unas gotas de agua emergen lentamente para deletrear los nombres de inmigrantes ilegales que murieron en las aguas del mar Mediterráneo en su vano intento por llegar a Europa. A diferencia de los medios de comunicación que cumplen con narrar la noticia, de contar que una vez más varias personas han naufragado en busca de un futuro mejor, el arte aparece para plantear el duelo que el mundo no ha podido hacer por ellos, para honrar la memoria de estas víctimas no solo de un accidente fatal, sino de unas circunstancias que los llevó a buscar ese destino. Y precisamente de eso se trata el arte: de intentar darles dignidad, sutilmente, a las mujeres, niños y hombres que normalmente se convierten apenas en una estadística.
El espectador, seguro de sus pasos, en tierra y vidas firmes, camina sobre esta obra frágil donde el agua es lo central: como elemento vital, esencial para cualquier existencia, renace del piso; pero también como el elemento que alude a estas muertes trágicas. En el agua que separa dos mundos tan diferentes, el sueño del porvenir se convierte en drama. Palimpsesto, la obra de la escultora Doris Salcedo, que se exhibe por estos días en el Palacio de Cristal del Parque del Retiro de Madrid, España, busca de manera silenciosa honrar a estas personas. Detrás de ella no solo hay una investigación minuciosa para saber nombre por nombre y las historias de las víctimas, sino también un proceso dispendioso para solucionar el planteamiento formal de la obra. Fueron varios años de prueba y error para que el agua pudiera emerger del piso y plasmar los nombres. Al final, un mecanismo sistematizado con varios kilómetros de tubería incluidos, en el que participaron ingenieros, químicos, arquitectos, entre otros, permite que este acto se torne poético. La palabra “palimpsesto” alude a un manuscrito que se ha borrado, pero del que se ven todavía rasgos de su escritura anterior, y es el término adecuado para el gesto artístico de caminar entre gotas de agua que nos hacen pensar, más que en la generalización de un drama mundial, en sus protagonistas.

Doris Salcedo en su taller, con parte de su equipo de trabajo. Foto:Archivo ET.

Doris Salcedo, egresada de la Universidad Jorge Tadeo Lozano con maestría en Escultura de la Universidad de Nueva York, es considerada una de las artistas plásticas más importantes del mundo. Su figura siempre ha estado acompañada de cierto misterio: ha optado por mantenerse un poco alejada de la prensa, de las entrevistas, de los eventos sociales. Sus asistentes –buena parte de ellos son arquitectos– y quienes tuvieron el privilegio de ser sus alumnos a comienzos de los noventa coinciden en su exigencia en el trabajo y la claridad de lo que quiere como artista. Sus lecturas principalmente son textos de filosofía y poesía. Vive en Bogotá, a pesar de que prácticamente toda su obra se exhibe por fuera del país. Hace varios años tuve la fortuna de conocerla y de visitar su estudio, entonces en el barrio Quinta Camacho. Fue muy generosa orientándome con algunos libros que me dejaba en la portería de su apartamento, pero también fue clara en que no le gustaba hablar mucho de ella ni de su obra. Es una mujer seria, amable, estricta y precisa en lo que dice. Así como algunas veces me dijo sí a ciertas peticiones que hacía como periodista, también muchas veces me dijo no.
Desde su regreso a Colombia en 1985 –la toma del Palacio de Justicia fue un hecho que la marcó y la llevó a preguntarse desde entonces qué puede hacer el arte ante este tipo de tragedias–, su trabajo ha surgido de hechos de violencia concretos no solo en Colombia sino en el mundo, sin que el resultado de sus obras denote directamente algo violento. Las referencias de una sola obra son múltiples y por eso el hecho en sí mismo que le da origen se va transformando a medida que avanza el proceso. Parte de una investigación que se va decantando en lo que no es evidente a simple vista y así empiezan a surgir elementos y planteamientos escultóricos que llevan esos actos violentos a un nivel poético. En su obra Atrabiliarios (1992-2004), por ejemplo, varios nichos albergan zapatos de personas desaparecidas. Estos nichos están recubiertos de membrana animal que obligan al espectador a observar con mayor detenimiento lo que hay en su interior: esos elementos que aluden a una presencia que por momentos podría ser imperceptible. En Sin título (1990), unas camisas blancas aparecen atravesadas por una barra de acero. En su trabajo de campo, la artista fue viendo cómo el drama de los desaparecidos se extendía a sus familias, a esos seres que siguen esperando por ellos en rituales cotidianos, íntimos, como lavar y planchar las camisas de alguien que las usó y que, con alguna esperanza, las podría usar de nuevo. En La túnica del huérfano (1997), dos mesas se sostienen mutuamente, cosidas, una a otra, con pelo humano. La mitad de cada una de ellas parece sobreponerse a la otra, como si fueran una extensión mutua. Las sillas que normalmente acompañan a una mesa, a ese centro de reunión familiar, no están. Elementos que pueden aludir a la presencia humana están en su obra: puertas, camas, sillas, mesas, camisas, armarios, entre otros. Muchos de esos muebles, que alguna vez tuvieron un uso, aparecen llenos de cemento, inútiles, como si hubieran perdido toda razón de existir.
La toma del Palacio de Justicia fue un hecho que la marcó y la llevó a preguntarse desde entonces qué puede hacer el arte ante este tipo de tragedias.
La obra Palimpsesto es, como pasa habitualmente con sus creaciones, el resultado de varios años de investigación. En el 2015 visité a Salcedo en su taller, no muy lejos de la actual zona de galerías del barrio San Felipe, en Bogotá, cuando preparaba la retrospectiva de su trabajo en el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago, y desde entonces estaba planeando, consultando con expertos de otras disciplinas, esa posibilidad de que el “suelo llorara”, que de allí saliera agua y pudieran escribirse nombres de personas. No descansa en su propósito de encontrar la solución a estos planteamientos, cuando lo fácil es buscar una alternativa menos compleja.
Son varias las obras que la artista ha hecho en espacios públicos. Por ejemplo, Noviembre 6 y 7 (2002) consistió en descolgar unas sillas de madera desde el techo del Palacio de Justicia durante el mismo tiempo que duró la toma guerrillera del M-19 en 1985 y la retoma por parte de la Fuerza Pública, que terminó con la tragedia que el país conoce. En el 2003, en el marco de la VIII Bienal de Estambul, Salcedo llenó de sillas de madera un espacio vacío entre dos edificios de la ciudad turca formando un espacio impenetrable, en medio de esta acumulación.
En el 2007, justo después de la masacre de las Farc contra once de la Asamblea departamental del Valle del Cauca, la plaza de Bolívar nuevamente fue el escenario de un homenaje a estas víctimas: Acción de duelo consistió en veinticuatro mil velas encendidas. A finales de los años noventa, en el barrio La Macarena, de Bogotá, hizo un homenaje –esta vez con rosas– al asesinado periodista y humorista Jaime Garzón. La más reciente en Colombia, y tal vez una antesala a lo que hoy se ve en Madrid, fue Sumando ausencias (2016), en la que se unieron cientos de pedazos de tela sobre la plaza de Bolívar nuevamente, y sobre ellas se escribieron los nombres de las víctimas del conflicto armado en Colombia. Fue una acción de rechazo, justo después de que se dieron a conocer los resultados del plebiscito por la paz, en el que ganó el No. La artista buscaba desplegar simbólicamente el daño que la guerra había hecho en un país que en ese momento le daba la espalda a la paz. Su obra Shibboleth (2007), la grieta que Salcedo diseñó en la sala de turbinas de la Tate Modern de Londres, también tiene que ver de alguna manera con Palimpsesto. El espectador que estuvo ahí se sentía tentado a cruzar esa grieta con un paso largo, con un pequeño salto, como un gesto de ir a otro lado. Era una metáfora, al final, de dos mundos que no se tocan y lo que implicaba que una latinoamericana resquebrajara el piso de “un templo” del arte del primer mundo.
Es una mujer seria, amable, estricta y precisa en lo que dice. Así como algunas veces me dijo sí a ciertas peticiones que hacía como periodista, también muchas veces me dijo no.
La obra de Doris Salcedo ha estado en los principales eventos artísticos, como Documenta y la Bienal de Sao Paulo, y en museos como Tate Britain, el Museo de Arte Moderno de San Francisco, entre tantos otros. También ha obtenido el Premio Velázquez de las Artes Plásticas (2010), del Hiroshima Art Prize (2014) y el Nasher Prize for Sculpture (2015). ¿Qué puede hacer un artista ante tragedias que aparentemente no nos pertenecen? “La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti”, escribía John Donne. Y es justo eso lo que podemos sentir en la obra de esta gran artista.
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