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Experiencia local
Martinica: la isla del ron, arenas blancas y pueblos de pescadores
Este lugar invita a una vida de playa acompañada de buen alcohol, senderismo y deportes de agua.
Martinica fue descubierta por Cristóbal Colón en 1502, en 1635 pasó a formar parte de las Antillas sas. En la foto se ve una panorámica de la bahía Les Anses d’Arlet. Foto: iStock
Martinica aparece en el corazón de las Antillas Menores, esa retahíla de islas pequeñas que abraza el mar Caribe. Es verde, generosa en flores, montañas bajas y cascadas. Sus playas reeditan la dupla clásica de la región: mar turquesa y arena blanca.
Su espíritu amalgama la herencia sa con la cultura africana y la que dejaron los pobladores precolombinos. Después de 1848, cuando la esclavitud fue abolida definitivamente, llegaron al país trabajadores de la India para emplearse en los campos de cultivos de banano, piña y azúcar.
La relación con la Métropole, como llaman a Francia, pasó por diferentes estados desde su independencia. Pero a partir de 2016 es reconocida como Colectividad Territorial de Martinica (CTM). Y la moneda de curso legal es el euro, porque forman parte de la Comunidad Económica Europea.
Entre los ses famosos que pasaron por aquí, María Josefina Rosa Tascher de la Pagerie lleva las de ganar. Más conocida como Josefina Bonaparte, fue la segunda esposa de Napoleón y nació aquí, en el seno de una familia de hacendados. Separada de su primer marido, se casó con Napoleón Bonaparte en segundas nupcias y fue coronada emperatriz. Pero, al no poder darle un heredero, se vio obligada a divorciarse. En el Museo La Pagerie, en Les Trois-Îlets, sector de la isla, se exhiben algunos objetos de su casa natal.
El Mémorial de l’Anse Caffard es un homenaje a la abolición de la esclavitud en Le Diamant. Foto:iStock
El norte, el sur
Dos tercios de Martinica están protegidos. El territorio cuenta con una red de 31 caminos para practicar senderismo que llevan al viajero por los diferentes paisajes de la isla. Además, estas vías también se pueden transitar a caballo o en bicicleta.
Los amantes del mar descubrirán aquí numerosos sitios para bucear y otros tantos destinados a la práctica del surf. Por supuesto, encontrarán también playas para dedicarse a il dolce far niente (el placer de no hacer nada) bajo el sol.
El sur de la isla es la zona más turística, ideal para aquellos que buscan un mar tibio y playas bordeadas de palmeras. Se recomienda visitar los pueblos pescadores de Anses-d’Arlets, Grande-Anse-d’Arlet, Le Vauclin y las calas (bahías con forma de concha) de las ensenadas de Noire y Dufour.
Anse Noire es una playa de arena negra para destacar, una cala tranquila a la que se accede después de bajar unos 130 escalones.
Otra recomendada es Les Salines. Tiene arena clara y está surcada de palmeras; sábados y domingos recibe muchos visitantes.
En Le Marin está una de las marinas más grandes del Caribe. Allí se alquilan barcos de motor y de vela, con y sin tripulación, para los fanáticos de la vida náutica.
La costa norte, sobre el lado atlántico, también es reconocida para hacer práctica de surf. En esa zona hay unos diez lugares para esa actividad, desde Tartaria a Le Prêcheur.
El interior norteño es salvaje y abrupto, la geografía alterna las montañas con las selvas: una exuberancia siempre verde que esconde varios saltos de agua. Allí está emplazado el emblemático volcán Mt. Pelée.
La ruta del ron propone matizar la vida de playa. La fabricación de esta bebida está muy relacionada con la cultura creole y las plantaciones de azúcar, uno de los primeros recursos económicos.
En la actualidad, Martinica cuenta con siete destilerías donde se elaboran unas 22 marcas y un único ingenio donde se produce el azúcar Galion.
El ron martiniqués tiene fama mundial. Desde 1996 posee la apelación AOC (Appellation d’Origine Contrôlée). Se elabora con jugo de caña puro, no como los industriales que emplean melaza, por eso es un rhum agricole (ron agrícola).
Es casi obligatorio visitar alguna de las destilerías que incluyen un recorrido histórico y finalizan, por supuesto, con una degustación. Los establecimientos más famosos son Depaz y la Clément.
El edificio de la biblioteca Schoelcher, construido en París y luego trasladado a Fort de . Foto:iStock
Fort de
En 1902 la erupción del Mont Pelée dejó un tendal de víctimas y destruyó la capital Saint Pierre, que con el tiempo fue reemplazada por Fort de . Allí merece una visita la biblioteca Schoelcher.
Se trata de un bellísimo edificio construido por el arquitecto francés Pierre Henri Picq a finales del siglo XIX, en un estilo ecléctico que combina elementos clásicos con otros del art nouveau y mosaicos bizantinos. Fue montado originalmente en el Jardín de las Tullerías en París, y traído por partes a Martinica, donde abrió sus puertas en 1893.
Concebido para albergar la biblioteca personal de Victor Schoelcher, ferviente abolicionista, la condición de este para llevar a cabo la donación fue que estuviera a cargo de un bibliotecario profesional. El primero fue Victor Cochinat, secretario privado del novelista francés Alexandre Dumas.
A la hora de bailar, los locales prefieren el zouk (combina tambores afrocaribeño y sintetizadores). Además, aman unas bolitas de pescado frito que llaman accras y que acompañan con un trago conocido como ti punch (ron, jarabe de azúcar y jugo de lima). El dombré haricot rouge (un guiso de frijoles rojos) es otro plato popular que se consume religiosamente con plantear (ron con jugo de naranja y guayaba).
Con respecto al alojamiento, Martinica cuenta con un solo all inclusive (todo incluido), el Club Med Les Boucaniers. Tras el cierre en 2020 del Relais & Chateaux Cap Est, el destino se consolida como un lugar de perfil medio, con variedad de hoteles a precios más asequibles.
Últimos consejos
Es todo un plan alquilar un carro y salir a recorrer este lugar, donde todo queda a mano, ya que la isla solo mide unos 20 kilómetros de ancho por 65 kilómetros de largo.
Además, se puede visitar el Jardín de Balata, que tiene unas tres hectáreas y está a las afueras de la capital. Es obra de Jean Philippe Thoze quien transformó la finca de su abuela en un jardín botánico privado, con especies locales, pero también con variantes tropicales de otras partes del mundo.
El jardín abrió sus puertas en 1982, y el nombre corresponde a un árbol muy frecuente en esta zona, el balatá (Manilkara bidentata). También hay heliconias, rosas de porcelana, hibiscos, nenúfares y pandanus abigarrados entre pasarelas de madera, puentes colgantes, fuentes y sector de juegos. Está abierto todos los días, de 9 a. m. a 6 p. m. y el ingreso para adultos cuesta 16 euros.