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Alegría y felicidad, dos conceptos distintos para hablar de bienestar

Mientras uno es temporal, el otro apela a una sensación sostenida en el tiempo atravesada por conquistas personales y relaciones interpersonales. Esto dice la psicología de ambos términos.

Las emociones positivas suscitan una conducta prosocial, que es la que nos permite forjar conexiones y crear comunidades.

Las emociones positivas suscitan una conducta prosocial, que es la que nos permite forjar conexiones y crear comunidades. Foto: Getty Images/iStockphoto

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Aunque felicidad y alegría son dos términos que se utilizan indistintamente, los estudios reflejan que son conceptos distintos y que la clave para vivir mejor y más tiempo es la felicidad. Mientras que la primera es transitoria y puede estar provocada por estímulos externos (una serie de televisión, una comida que nos guste), la segunda emana de situaciones relacionadas con nuestros objetivos vitales, deseos y la búsqueda de sentido en nuestra vida. Dicho de otro modo, la felicidad es una respuesta a todo aquello que consideramos bueno.

Puede aparecer cuando logramos algo que llevábamos tiempo anhelando y que nos hemos esforzado en conseguir, como acabar los estudios o batir un récord personal. En líneas generales, cuando una situación nos aporta algo que consideramos importante, estable y reconfortante, la emoción que esto despierta en nosotros es la felicidad. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando nos reencontramos con un ser querido que hacía tiempo que no veíamos o cuando tenemos una conversación sincera con nuestra pareja, nuestros padres o un amigo.

Aunque la felicidad puede ayudarnos a estar más alegres en el día a día, es en sí misma una emoción más profunda y duradera que la alegría.

Relaciones, la clave

Un estudio de la Universidad de Harvard sobre el desarrollo personal de los adultos determinó que las relaciones sociales son claves para generar emociones positivas y aumentar la longevidad. Es más, las conexiones interpersonales son fundamentales de cara a nuestra supervivencia. Las emociones positivas amplían nuestro campo visual y suscitan en nosotros una conducta prosocial, que es la que nos permite forjar conexiones, crear comunidades y sentirnos parte de algo. Cuando conseguimos dar un mayor sentido a nuestra vida y contribuimos a crear comunidades relacionadas con aquello que nos importa, experimentamos una mayor sensación de felicidad.

Son muchos los estudios que tratan de entender el desarrollo humano, nuestra habilidad para gestionar los cambios y nuestra forma de afrontar los desafíos. Todos ellos mencionan la resiliencia y las capacidades internas que derivan de las emociones positivas. Por ejemplo, cuando conectamos con nuestro propósito contribuimos a crear relaciones, trabajamos en algo que nos parece importante o generamos un impacto positivo.

Analizar de manera detallada todas nuestras emociones es valioso, pero cuando nos centramos en aprender y en descubrir qué podemos aportar a los demás es cuando verdaderamente dejamos de buscar la alegría momentánea que provocan los factores externos y nos acercamos a una sensación más profunda de felicidad.
Numerosas investigaciones han analizado la relación entre la esperanza de vida y aspectos como el estatus socioeconómico o los factores psicológicos. En todos ellos ha quedado de manifiesto la importancia de unas relaciones sólidas.

Para realizar el estudio de Harvard se siguió a un amplio grupo de individuos y a sus descendientes a lo largo de 85 años, documentando todo tipo de influencias a través de sus éxitos y fracasos. Así se descubrió que, aunque no hay que desestimar la salud física, era más probable que aquellos con relaciones interpersonales sólidas y satisfactorias vivieran más tiempo.
Los participantes que se sentían más unidos a sus seres queridos daban muestras de salud y vitalidad mayores que los sujetos con relaciones más endebles. De hecho, Robert Waldinger, director del estudio, explicó en su charla TED que las buenas relaciones “no solo protegen nuestro cuerpo, sino también nuestro cerebro”.

Ya que sabemos que la felicidad tiene un impacto tan positivo en nuestro rendimiento, nuestra salud y nuestra esperanza de vida, ¿cómo podemos suscitarla en nuestro día a día? 

Cultivar la felicidad

Hay muchas maneras de incorporar momentos felices a nuestra rutina que mejoren nuestro bienestar a largo plazo. Algunas sugerencias basadas en la evidencia científica que ayudan a cultivar la felicidad y aprovechar sus beneficios para la salud son, por supuesto, las relaciones.

Tener conexiones profundas y una red de apoyo es fundamental para una vida feliz, y un buen modo de crear vínculos es a través de aficiones o intereses comunes. Las relaciones en el trabajo también pueden aumentar nuestra sensación de conexión y pertenencia a una comunidad. Aun así, es lógico que toda relación pase por momentos mejores y peores, pero siempre se pueden buscar maneras de fortalecer el vínculo.

 Para ello hay que mostrarse vulnerable y hablar las cosas con honestidad. La gratitud es otra práctica que la ciencia considera un componente fundamental de la felicidad, ya que puede aumentar los niveles de confianza y apreciación. Convertirla en hábito también puede ser muy eficaz a la hora de fomentar la satisfacción.
En tercer lugar, la ciencia recomienda la risa. Se ha demostrado que reduce las hormonas del estrés, potencia el sistema inmune, rebaja la inflamación y aumenta el colesterol bueno. Por último, para cultivar la felicidad se sugiere limitar el uso de las redes sociales. Estas son actualmente uno de los factores que más influyen en la autoestima, y no siempre de forma positiva. Estas aplicaciones ofrecen una versión magnificada de la vida de los demás, lo que puede provocar sensación de soledad o depresión y promueve las comparaciones con otras personas de forma poco sana. Hay estudios que sugieren que utilizar las redes para conectar activamente con familiares y amigos para comunicarse con ellos puede tener un impacto positivo en el bienestar.

Mientras que la alegría nos puede provocar una sensación positiva temporal, la felicidad tiene un efecto duradero en nuestro bienestar, así como otros muchos beneficios para la salud. Llene su vida de buenas experiencias y cultive su propia felicidad y la de los demás. Le sorprenderá comprobar todos los efectos positivos que esto tiene.
(*) Directora del Centro de Salud y Bienestar de IE, Desarrollo de Liderazgo y Coach Ejecutivo, IE University. (**) Es una organización sin ánimo de lucro que busca compartir ideas y conocimientos académicos con el público. Este artículo es reproducido aquí bajo licencia de Creative Commons.

¿Se puede entrenar para obtenerla?

Investigaciones sugieren que la felicidad es, en cierta medida, modulable y entrenable. Por lo tanto, las estrategias cognitivas y conductuales simples que los individuos eligen en sus vidas podrían mejorarla.

Un artículo publicado en la revista Frontiers in Psychology, en el 2021, evaluó el bienestar subjetivo analizando la efectividad del entrenamiento mental para ayudar a desarrollar nuevas formas de nutrir nuestra propia felicidad.

La sensación de felicidad se ha conceptualizado como el bienestar experimentado por las personas, tanto en pensamientos como en sentimientos. Y, desde los primeros estudios, el bienestar subjetivo se ha definido como la forma en que los individuos experimentan la calidad de su vida en tres aspectos mentales diferentes. Eso sí, interrelacionados.

Estos son el afecto negativo poco frecuente, el afecto positivo frecuente y las evaluaciones cognitivas de satisfacción con la vida en varios dominios (salud física, relaciones y trabajo).

Se ha llevado a cabo un creciente cuerpo de investigación con el objetivo de identificar los factores que afectan a la felicidad, operacionalizados como el bienestar subjetivo. En los tiempos modernos la felicidad se ha equiparado al hedonismo.

Este se basa en el logro del placer inmediato, en la ausencia de afecto negativo y en un alto grado de satisfacción con la propia vida. No obstante, los expertos actualmente argumentan que el auténtico bienestar subjetivo va más allá de esta visión limitada y apoyan una interpretación de la felicidad como un esfuerzo eudemónico (corriente filosófica que recoge a otras para alcanzar la felicidad).
Varios académicos sostienen que los altos niveles de bienestar subjetivo dependen de una perspectiva multidimensional que abarca componentes tanto hedónicos como eudemónicos. Desde este punto de vista los individuos parecen centrarse más en el funcionamiento psicológico óptimo, en vivir una vida profundamente satisfactoria y actualizar su propio potencial, crecimiento personal y sentido de autonomía. En psicología, esta postura se apoya en la teoría de la motivación humana de Maslow. El programa mencionado para entrenar el bienestar subjetivo fue, esencialmente, un entrenamiento informado y suave de la mente, y en particular de las emociones. Estuvo basado en el principio de que el bienestar individual está indisolublemente ligado al desarrollo de las virtudes y fortalezas humanas internas, como el equilibrio emocional, el yo interno, conciencia, una actitud abierta y solidaria hacia uno mismo y los demás. Todo ello dota a la persona de una claridad mental que puede fomentar una comprensión más profunda de la propia realidad y la de los demás.

Hasta 2021, la evidencia sugiere que la felicidad es, en cierta medida, modulable y entrenable. Por lo tanto, las estrategias cognitivas y conductuales simples que los individuos eligen en sus vidas podrían mejorar la felicidad, más que las condiciones externas y ambientales. Pero ¿por qué no nos preguntamos lo inverso? ¿Por qué nos entrenamos día a día, sin saberlo, para no ser felices?

La concepción exclusivamente hedonista y externa de la felicidad ha calado en nuestros cerebros sobrestimulados de noticias. Consejos, novedades y una infinidad de material disponible para ser consumido. Sin elegirlo, sin pedirlo o sin saber por qué y para qué.
Con nuestros cerebros raptados por los input de información externa, buscamos el cero afecto negativo. Es un objetivo sumamente difícil de alcanzar. Al final, para sobrevivir y adaptarse a la naturaleza humana, existe un gran volumen de emociones displacenteras necesarias que deben ser experimentadas. El afecto negativo forma parte de nuestro día a día.
Otra condición que buscamos con demasiada intensidad, duración y frecuencia es el hedonismo. Obviamos como la habituación disminuirá y cambiará lo hedónico y cómo, para resistirnos a ello, aumentaremos lo deleitable hasta cotas tan altas que serán incompatibles con las demás demandas. En definitiva, para alcanzar la felicidad no debemos poner el foco solo en lo externo.

Saber qué hay que entrenar para conseguir un mejor estado interno está cada vez más cerca. Los resultados de las investigaciones en psicología muestran que nuestro cerebro podrá adaptarse. Pero ¿queremos que pase? 
Fátima Servián Franco, psicóloga general sanitaria, directora del Centro de Psicología RNCR y PDI en la Universidad Internacional de Valencia. Artículo publicado en The Conversation, en junio de 2021, y reproducido aquí bajo licencia de Creative Commons.

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