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Alegría y felicidad, dos conceptos distintos para hablar de bienestar
Mientras uno es temporal, el otro apela a una sensación sostenida en el tiempo atravesada por conquistas personales y relaciones interpersonales. Esto dice la psicología de ambos términos.
Las emociones positivas suscitan una conducta prosocial, que es la que nos permite forjar conexiones y crear comunidades. Foto: Getty Images/iStockphoto

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Aunque felicidad y alegría son dos términos que se utilizan indistintamente, los estudios reflejan que son conceptos distintos y que la clave para vivir mejor y más tiempo es la felicidad. Mientras que la primera es transitoria y puede estar provocada por estímulos externos (una serie de televisión, una comida que nos guste), la segunda emana de situaciones relacionadas con nuestros objetivos vitales, deseos y la búsqueda de sentido en nuestra vida. Dicho de otro modo, la felicidad es una respuesta a todo aquello que consideramos bueno.
Aunque la felicidad puede ayudarnos a estar más alegres en el día a día, es en sí misma una emoción más profunda y duradera que la alegría.
Relaciones, la clave
Son muchos los estudios que tratan de entender el desarrollo humano, nuestra habilidad para gestionar los cambios y nuestra forma de afrontar los desafíos. Todos ellos mencionan la resiliencia y las capacidades internas que derivan de las emociones positivas. Por ejemplo, cuando conectamos con nuestro propósito contribuimos a crear relaciones, trabajamos en algo que nos parece importante o generamos un impacto positivo.
Analizar de manera detallada todas nuestras emociones es valioso, pero cuando nos centramos en aprender y en descubrir qué podemos aportar a los demás es cuando verdaderamente dejamos de buscar la alegría momentánea que provocan los factores externos y nos acercamos a una sensación más profunda de felicidad.
Para realizar el estudio de Harvard se siguió a un amplio grupo de individuos y a sus descendientes a lo largo de 85 años, documentando todo tipo de influencias a través de sus éxitos y fracasos. Así se descubrió que, aunque no hay que desestimar la salud física, era más probable que aquellos con relaciones interpersonales sólidas y satisfactorias vivieran más tiempo.
Ya que sabemos que la felicidad tiene un impacto tan positivo en nuestro rendimiento, nuestra salud y nuestra esperanza de vida, ¿cómo podemos suscitarla en nuestro día a día?
Cultivar la felicidad
Tener conexiones profundas y una red de apoyo es fundamental para una vida feliz, y un buen modo de crear vínculos es a través de aficiones o intereses comunes. Las relaciones en el trabajo también pueden aumentar nuestra sensación de conexión y pertenencia a una comunidad. Aun así, es lógico que toda relación pase por momentos mejores y peores, pero siempre se pueden buscar maneras de fortalecer el vínculo.
Para ello hay que mostrarse vulnerable y hablar las cosas con honestidad. La gratitud es otra práctica que la ciencia considera un componente fundamental de la felicidad, ya que puede aumentar los niveles de confianza y apreciación. Convertirla en hábito también puede ser muy eficaz a la hora de fomentar la satisfacción.
Mientras que la alegría nos puede provocar una sensación positiva temporal, la felicidad tiene un efecto duradero en nuestro bienestar, así como otros muchos beneficios para la salud. Llene su vida de buenas experiencias y cultive su propia felicidad y la de los demás. Le sorprenderá comprobar todos los efectos positivos que esto tiene.
¿Se puede entrenar para obtenerla?
Investigaciones sugieren que la felicidad es, en cierta medida, modulable y entrenable. Por lo tanto, las estrategias cognitivas y conductuales simples que los individuos eligen en sus vidas podrían mejorarla.
La sensación de felicidad se ha conceptualizado como el bienestar experimentado por las personas, tanto en pensamientos como en sentimientos. Y, desde los primeros estudios, el bienestar subjetivo se ha definido como la forma en que los individuos experimentan la calidad de su vida en tres aspectos mentales diferentes. Eso sí, interrelacionados.
Estos son el afecto negativo poco frecuente, el afecto positivo frecuente y las evaluaciones cognitivas de satisfacción con la vida en varios dominios (salud física, relaciones y trabajo).
Se ha llevado a cabo un creciente cuerpo de investigación con el objetivo de identificar los factores que afectan a la felicidad, operacionalizados como el bienestar subjetivo. En los tiempos modernos la felicidad se ha equiparado al hedonismo.
Este se basa en el logro del placer inmediato, en la ausencia de afecto negativo y en un alto grado de satisfacción con la propia vida. No obstante, los expertos actualmente argumentan que el auténtico bienestar subjetivo va más allá de esta visión limitada y apoyan una interpretación de la felicidad como un esfuerzo eudemónico (corriente filosófica que recoge a otras para alcanzar la felicidad).
Hasta 2021, la evidencia sugiere que la felicidad es, en cierta medida, modulable y entrenable. Por lo tanto, las estrategias cognitivas y conductuales simples que los individuos eligen en sus vidas podrían mejorar la felicidad, más que las condiciones externas y ambientales. Pero ¿por qué no nos preguntamos lo inverso? ¿Por qué nos entrenamos día a día, sin saberlo, para no ser felices?
La concepción exclusivamente hedonista y externa de la felicidad ha calado en nuestros cerebros sobrestimulados de noticias. Consejos, novedades y una infinidad de material disponible para ser consumido. Sin elegirlo, sin pedirlo o sin saber por qué y para qué.
Con nuestros cerebros raptados por los input de información externa, buscamos el cero afecto negativo. Es un objetivo sumamente difícil de alcanzar. Al final, para sobrevivir y adaptarse a la naturaleza humana, existe un gran volumen de emociones displacenteras necesarias que deben ser experimentadas. El afecto negativo forma parte de nuestro día a día.
Saber qué hay que entrenar para conseguir un mejor estado interno está cada vez más cerca. Los resultados de las investigaciones en psicología muestran que nuestro cerebro podrá adaptarse. Pero ¿queremos que pase?
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