Es el último día del año y muy seguramente, usted tiene amistades, familiares o compañeros de trabajo a los que parece que les pagaran por preocuparse. Se preocupan porque están gordos, porque a sus hijos no les va bien en el colegio, porque el trabajo no les satisface, porque la relación de pareja se ha vuelto monótona, porque el novio le pone los cachos, porque no van a tener dinero para la vejez, porque tal vez les dé cáncer, porque sus papas viven solos, blablablá. La lista puede ser interminable y realmente fatigante.
Tal vez no sean sus amigos ni sus familiares, sino usted mismo que se la pasa de preocupación en preocupación. Pregunto: ¿será que contarles a las demás personas que tiene gastritis de tanta angustia le ayuda a pagar las cuentas? ¿Será que comentar que no ha dormido hace semanas porque la situación del país lo mortifica hace que el caos sea menos grave? ¿Será que unirnos a una causa por el simple hecho de usar un hash-tag en Twitter resuelve algo? O, por citar una tribulación del común y corriente: ¿será que quejárseles a sus amigas por la falta de hombres le va a conseguir cita?
Creo que somos una sociedad de quejetas que con vociferar los problemas es suficiente para no sentirnos comprometidos a hacer nada más. El hecho de que ya se hayan exteriorizado los desasosiegos nos exime de tener que esforzarnos por solucionarlos. Todos queremos la felicidad, pero pocos estamos dispuestos a mover un dedo para conseguirla.
¿Qué hubiera sido de este mundo si la madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King, Jr. o Gandhi se hubieran quedado protestando en Facebook o a sus amigos por las injusticias, en vez de tomar riendas en el asunto y revolucionar lo que se consideraba lo ‘establecido’?
Dejemos de renegar y lamentarnos por la vida que tenemos o el país en el que vivimos y movámonos. No le gritemos al televisor nuestras inconformidades, salgamos a votar. No les lloremos a nuestras amigas, dejemos al hombre que nos maltrata. No regañemos a nuestros hijos por sus ineptitudes, vayamos y hablemos con los profesores y entendámoslos mejor. No nos frustremos por el sobrepeso, salgamos a caminar a un parque. No nos quejemos de nuestro trabajo, actualicemos nuestra hoja de vida y busquemos alternativas.
Umar ibn al Khataab, un sabio y discípulo del profeta Mohamed, dijo: “No hay una cantidad de culpa que cambie el pasado ni una cantidad de preocupación que cambie el futuro”.