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Análisis

¿Y ahora por quién rezaremos? Adiós, papa Francisco

El argentino fue el pontífice número 266 de la iglesia Católica.

Francisco pidió "invertir recursos financieros y aunar voluntades" para poner fin al despilfarro.
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Recuerdo el día en que al balcón de San Pedro se asomó, por primera vez, un papa latinoamericano. Lo hizo con una sonrisa de oreja a oreja, luego de pasar por la sala de las lágrimas y asumir la labor que se le encomendaba. No salió rodeado de lujos ni de ornamentos ostentosos. Una de sus primeras palabras fue una súplica: “Recen por mí”.
Desde ese mismo instante, Francisco dejó en claro cuál sería el acento de su pontificado. No era el de un rey, ni el de un líder que se apreciara valioso en sí mismo, sino el de un pastor humilde, consciente de sus limitaciones, que reconocía la necesidad del apoyo de Dios y de la oración de los fieles. Asumió la cabeza de una Iglesia herida, marcada por los escándalos de pederastia y la anomalía histórica de un Papa emérito, Benedicto XVI, conviviendo con su sucesor.
Funeral papa Francisco.

Féretro del papa Francisco es llevado a la plaza de San Pedro para la eucaristía de su funeral. Foto:AFP

Francisco nunca fue una figura cómoda para todos los sectores. Algunos se opusieron a sus reformas, a sus posturas, a sus mensajes. Incluso llegaron a verlo como una ruptura frente al legado de Benedicto XVI. Sin embargo, pese a los carismas tan distintos, ambos pontífices siempre mantuvieron una relación marcada por el respeto y la comunión. Mientras Benedicto profundizó la teología, la Eucaristía y el valor de la tradición, Francisco dirigió su mirada a las heridas abiertas en el mundo: los migrantes, los pobres, los olvidados, los que sentían que la Iglesia les había cerrado las puertas.
Con gestos simples pero profundos —como dignificar a los hijos de parejas no casadas, acoger a las personas LGBTI sin emitir condenas, recordar que todos tienen un lugar en la Iglesia— Francisco no cambió los dogmas, pero sí cambió las actitudes. Para algunos, su apertura fue motivo de resentimiento, al no concebir que quienes no cumplían con los estándares tradicionales fueran acogidos como iguales. Pero en realidad, el Papa no hizo otra cosa que recordar una verdad fundamental del cristianismo: la Iglesia es hogar para todos, no club de perfectos.
Francisco también dio un nuevo impulso a la misión. Llamó a salir de las sacristías, a ser una Iglesia en salida, que no espera la pureza de los demás para acercarse, sino que va al encuentro de quienes más necesitan de la Palabra de Dios. No solo predicó: lo vivió. Recorrió América de norte a sur, abrazó a comunidades perseguidas en Asia, caminó entre cristianos que aún hoy son mártires modernos.
Funeral papa Francisco.

Más de 150 mil personas asistieron al último adiós del sumo pontífice. Foto:AFP

Fue un Papa de muchos primeros pasos. Y también, por eso, un Papa en el ojo del huracán.
Pulularon teorías falsas: que era el "Papa Negro", que su cruz era un símbolo pagano, que su elección había sido fruto de conspiraciones. Internet se inundó de desinformación, y esas mismas falsas narrativas causaron divisiones y cismas incluso en comunidades católicas.
Pero cuando el mundo se encerró en la pandemia, cuando los templos cerraron y nos vimos privados de los sacramentos, ahí estaba Francisco, solo en una Plaza de San Pedro vacía, alzando el Santísimo Sacramento para bendecir a la humanidad entera. Fue uno de los momentos más sobrecogedores del siglo: un pastor rezando en medio de la oscuridad.
Funeral papa Francisco.

El sumo pontífice falleció el pasado 21 de abril.  Foto:AFP

A medida que los años avanzaron, llegaron los achaques físicos. Se fue deteriorando su movilidad, pero no su espíritu. Francisco no abandonó la misión. Hasta su último aliento, siguió encontrando la fuerza para mantener sus agendas, para llevar consuelo, para alzar la voz por los que no tienen voz.
Y aún en su debilidad final, cuando hablar y respirar se volvían esfuerzos heroicos, salió una vez más a la Plaza de San Pedro. Allí ofreció su última bendición, su última indulgencia, su último mensaje. Moría el hombre, pero quedaba vivo su legado: el de un pastor que no se buscó a sí mismo, sino que quiso ser transparente al amor de Dios.
La muerte del Papa Francisco deja un vacío enorme. Pero también deja una huella imborrable: la de haber recordado al mundo que el Evangelio se encarna en el encuentro, en la misericordia, en la humildad.
Funeral papa Francisco

El papa Francisco fue el pontífice número 266 de la iglesia Católica. Foto:AFP

Ahora viene otro momento crucial para la Iglesia Católica: la elección de un nuevo Pontífice. Desde ya, comienzan las especulaciones, las quinielas, las teorías. Pero conviene recordar aquellas palabras que nos dejó Francisco: "No tengan miedo."
Que el Señor ilumine al Cardenal Luis José Rueda, Arzobispo de Bogotá, y a todos los cardenales electores. Que encuentren en la oración, en el discernimiento, y no en las estrategias humanas, al sucesor que necesita hoy la Iglesia.
Y mientras tanto, nosotros, los fieles, podemos hacer aquello que Francisco nos pidió desde su primer instante en el balcón: rezar.
¿Y ahora por quién rezaremos? Los católicos rezaremos por aquel que Dios pondrá al frente de su Iglesia, pero también, y sobre todo, por nosotros mismos, para seguir caminando en la fe, como Francisco, a ejemplo de Jesús, nos enseñó: humildes, valientes, y siempre, en camino.

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