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Las Rodríguez, la familia liderada por mujeres que lleva cuatro generaciones reciclando
Iniciaron en 1963 y hoy dirigen una asociación con más de 150 recicladores que opera en 3 ciudades.
La familia Rodríguez está conformada por 14 mujeres. En la imagen algunas de ellas. Foto: @Juliancmunoz - Julián Chingaté Muñoz
En 1963, Clemencia Lara empezó a reciclar en Plaza España, en Bogotá. Había llegado desde el municipio de La Palma (Cundinamarca) y recolectaba cartón, chatarra quemada, acrílico y polietileno que vendía luego por unos pocos pesos. Hoy, su bisnieta, Valeria, quien es guardiana ambiental del humedal La Vaca, sueña con ser “ingeniera de la chatarra”. Ella, que apenas tiene 10 años, es la cuarta generación de una familia liderada por mujeres que ha dedicado, los últimos 60 años, a recolectar y aprovechar los residuos que se producen en Bogotá.
Ana Rodríguez es la matriarca. La cara visible. Ella dirige la Asociación Recuperando Materiales Reciclables de Kennedy (Remarek). De la asociación nacida en 2015 y que istran junto con su familia y otros externos, hacen parte 156 personas.En total procesan más de 380 toneladas de residuos mensuales, provenientes en su mayoría de 80 conjuntos residenciales con los que tienen convenios y cuyo trabajo de separación y aprovechamiento se realiza en cuatro bodegas.
Ana, sus hermanas, su hija, sus sobrinas, su madre, y su abuela, crecieron, literalmente, entre la basura. En la familia son 14 mujeres y apenas cuatro hombres. Son ellas las que llevan la batuta. Ana da órdenes con voz firme mientras las demás escuchan. Asegura que la del reciclador “es una vida divina”, sin olvidar lo difícil y desagradecido del oficio.
De izquierda a derecha, Yuranni Rincón Rodríguez, Deyanira Rodríguez, Eylin Fonseca Rodríguez, Deyanira Leguizamón, María Rodríguez, Ana Rodríguez y Valeria Rodríguez, en una bodega de Remarek. Foto:@Juliancmunoz - Julián Chingaté Muñoz
“Hay hombres que dicen que a uno de mujer le queda muy difícil empujar un zorro (las carretas en las que se transportan los residuos) o alzar un globo (los sacos inmensos de hasta 110 kilos donde se meten los residuos). Valeria, mi hija, quiere seguir en esto. Ella me dice ‘quiero ser ingeniera de la chatarra’ y lo puede ser, puede estudiar una ingeniería y seguir con esto que hemos creado. Porque en casa le hemos enseñado a reciclar”, asegura Ana.
En un “rancho”, ubicado en la calle sexta con Américas, recuerdan Ana y su hermana Deyanira, pasaron sus mejores años y se iniciaron en el reciclaje. La zona, que entonces era una “invasión” donde vivían algunas familias de escasos recursos, era el punto neurálgico ideal para moverse hacia las áreas industriales de la ciudad, donde se ubicaban las fábricas y empresas que generaban los mejores residuos para reciclar, como los barrios Trinidad, Galán, la Pradera, Primavera o La Igualdad.
Hay hombres que dicen que a uno de mujer le queda muy difícil empujar un zorro o alzar un globo
“Eso eran solo ranchos, hasta la avenida del ferrocarril. A mis hermanos y a mí nos criaron en unos ranchos allí. Era delicioso vivir allí, de verdad que era de lo más rico. Yo le digo a mis hijos que eso fue lo mejor que me ha pasado, vivir mi niñez así. Dormíamos con mis tres hermanos en una sola cama. Allí estaba todo cerca: las fábricas de Zenú, Robin Hood, Ramo y el barrio La Fraguita, y reciclábamos en las famas (carnicerías). En esas empresas reciclábamos y Robin Hood nos daba bultos de helado. Las fábricas de bocadillo nos daban talegadas. Y reciclábamos hueso, ese nos daba de comer rapidito”, recuerda Ana entre risas.
Ana Rodríguez Leguizamón es recicladora, representante legal y dirige las operaciones de Remarek. Foto:@Juliancmunoz - Julián Chingaté Muñoz
Pero de allí los sacó la expansión de la ciudad. En la zona donde vivían iba a pasar lo que hoy es la avenida sexta, y construirían algunos de los barrios donde Bogotá creció. Ese cambio, dicen las Rodríguez, fue pasar del cielo a “un hueco”. Quienes vivían en esas invasiones fueron enviados a Bosa Brasil, en cercanías al que entonces se llamaba Botadero Gibralatar.
“Nos tiraron en un lote. En volquetas nos botaban lo que eran nuestros ranchos como basura y nos tocó empezar de cero. Cada uno con sus hijos empezaron a hacer de nuevo sus ranchos. Fue feo, aguantamos hambre mucho tiempo, nos tocaba salir a Bosa La Libertad que era a hora y media caminando. Mi mamá nos daba caldo de remolacha con zanahoria. Pero entre todas esas cosas, una noche vimos pasar un camión de la basura y no sabíamos que allí había un botadero, el Gibraltar. Lo seguimos y llegamos allá a pie. Desde allí entendimos que nosotros teníamos que seguir siendo recicladores”, recuerda Ana.
La regularización del reciclaje
Del botadero Gibraltar salieron años después, con la experiencia del reciclaje, con el entendimiento del negocio y con el objetivo de crecer, pero “con honestidad”, asegura Ana. Fue así como en 2015 se origina Remarek, con 12 socios fundadores, y en 2016 Ana, como la matriarca y líder natural, toma las riendas para convertirla en lo que son hoy.
Nos tiraron en un lote. En volquetas nos botaban lo que eran nuestros ranchos como basura y nos tocó empezar de cero
Pero eso habría sido imposible sin su madre Deyanira, sin sus hermanas, o sin su primera hija, Yuranni Rincón. Ella ha sido clave en el proceso de formalización que iniciaron en 2016 que los ha llevado a atravesar procesos de contaduría, revisión fiscal, manejo de facturas y un amplio trabajo istrativo y de capacitación para los asociados.
“Todos los años tuvimos algo. Un requerimiento de la Dian, un requerimiento de la Superintendencia, un requerimiento de alguna cosa. Nos encontramos con es de conjuntos que querían que los recicladores fueran sus trabajadores y ‘toderos’”, asegura Rincón.
Pero todo ese trabajo, capacitación y esfuerzo les ha llevado a convertirse en una de las organizaciones más relevantes en el manejo de residuos en el sur de Bogotá. Pero no se han quedado allí, hoy atienden también zonas de Zipaquirá, Girardot y Usme pueblo.
Y para eso, las alianzas han sido la clave, sobre todo teniendo en cuenta la Ley 2232 que obliga a productores de envases a recuperar y reutilizar parte del material que ponen en el mercado.
Es así como, por ejemplo, el único comprador de envases rígidos de Remarek es una fábrica que compra y acopia este material llamada Apropet (del productor de envases y empaques Grupo SMI), desde marzo de este año. Antes de esa alianza acopiaban 500 kilos mensuales, pero vía comodato, Apropet le entregó a Remarek una compactadora industrial que les permite producir y venderles 20 toneladas al mes de este material.
La mayor de la familia es Deyanira Leguizamón Lara, la hija de Clemencia y madre de Ana Rodríguez. Ella ha sido un pilar fundamental para la familia y el amor pro el oficio del reciclaje que le enseñó su madre y ella heredó a sus hijos. Foto:@Juliancmunoz - Julián Chingaté Muñoz
Sin embargo, resalta Yuranni, falta aún más regulación por parte del Estado. Sobre todo para el oficio, pues las instituciones estatales, dice, desconocen la realidad propia de un reciclador, y quiere tratarlos como si fuesen un trabajador convencional o los lleva a situaciones que menoscaban su dignidad, como la tracción humana de los zorros o los contenedores de basura soterrados, que limitan su capacidad de recolectar los residuos.
“El Ministerio de Trabajo necesita urgentemente sentarse con los recicladores de oficio. Así como regularizó a los trabajadores sexuales o a los trabajadores domésticos, sáquenos una planilla para nosotros. Pero no han tenido ni siquiera la intención de hacerlo. Y aun así quieren que el otro año paguemos seguridad social sin entender nuestra realidad”, asegura.
Este año se cumplen 60 años, las bodas de diamante entre esta familia de mujeres y el reciclaje. Un oficio que las ha llevado a los sitios más recónditos de la ciudad, que les dio de comer por años y que lo sigue haciendo hoy. Una labor, dicen, noble, pero dura, que no las asusta y que las llena de orgullo. Pero en la que aún falta mucho por hacer.
Para las Rodríguez, más allá de la falta de regularización, de la necesidad de que el Estado les preste más atención, de la dificultad de la vida istrativa que implica haberse organizado, lo que más se necesita es respeto y dignidad hacia el reciclador.
Todas coinciden en que aun muchos les miran con desprecio y los tratan con repulsión. Eso, a pesar de que son ellas, y los más de 22 mil recicladores de oficio de Bogotá, quienes hacen de la ciudad un lugar más limpio y del mundo un sitio cada vez menos contaminado.
Las Rodríguez junto a algunos de los 156 asociados de Remarek. La asociación de reciclaje procesa en promedio 380 toneladas de residuos mensualmente. Foto:@Juliancmunoz - Julián Chingaté Muñoz
“Solo pedimos que la gente empiece a tener más humanidad con nosotros, porque el trato a veces es horrible, por parte del , del , del Estado, de las empresas. Los supermercados le echan creolina a la comida antes de botarla, las personas echan las heces de sus mascotas junto con la basura, muy pocos separan sus residuos. Solo pedimos que tomen conciencia, que empecemos a cambiar el chip”, agrega Ana.