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Análisis

Los males que tienen agonizando a los ríos del norte del Cauca

Los cuerpos hídricos son afectados por la minería ilegal y deforestación sin freno, y se han convertido en vertederos de desechos.

El norte del Cauca enfrenta una crisis ambiental sin precedentes. Lo que una vez fue una región vibrante, con ríos que sustentaban tanto el comercio como el bienestar social, se ha convertido en un escenario desolador debido a la contaminación, la explotación descontrolada de recursos y la indiferencia de las autoridades y empresas.

El norte del Cauca enfrenta una crisis ambiental sin precedentes. Lo que una vez fue una región vibrante, con ríos que sustentaban tanto el comercio como el bienestar social, se ha convertido en un escenario desolador debido a la contaminación, la explotación descontrolada de recursos y la indiferencia de las autoridades y empresas. Foto: David Luna – Proclama del Cauca y Valle

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Puerto Tejada, en el norte del Cauca, ha sido un centro de intensa actividad comercial, social y política desde comienzos del siglo pasado. La población se consolidó como un importante puerto fluvial desde el cual se surtían cacao, plátano, tabaco, yuca, maíz, frutas, pescados, artesanías y otros productos básicos a Cali y otras ciudades de la región.
Hoy, los antiguos ríos que alguna vez fueron el corazón de la vida comunitaria se han transformado en vertederos de residuos industriales, con escurrideros contaminantes que amenazan la salud pública y el equilibrio ecológico.

Hoy, los antiguos ríos que alguna vez fueron el corazón de la vida comunitaria se han transformado en vertederos de residuos industriales, con escurrideros contaminantes que amenazan la salud pública y el equilibrio ecológico. Foto:David Luna – Proclama del Cauca y Valle

Según los registros, a la capital del Valle se llegaba en buques y balsas que navegaban primero por el río Palo, para continuar por el Cauca desde el sitio Bocas del Palo, y luego conectarse con Puerto Mallarino, para abastecer el mercado caleño, y con Puerto Isaacs, para el mercado de exportación.
Desde la capital vallecaucana se podía viajar hacia el norte de Colombia en vapores operados por la Compañía del Cauca, y se atravesaba por Antioquia y Bolívar, una ruta fantástica que no solo servía para el comercio sino que se convertía en un encuentro con los conocimientos ancestrales de cada zona del país.
Pero, con los años, a los ríos Palo y La Paila los fueron interviniendo, frenando poco a poco el auge económico que proporcionaban y afectando la composición natural de las aguas y el ecosistema completo.
Con la expansión de la industria azucarera, la explotación minera, la proliferación de ladrilleras y tejares, y el desarrollo del transporte terrestre, los ríos fueron perdiendo su antigua relevancia. Su función vital se desvirtuó, sus caudales fueron alterados, aumentó la sedimentación, y su biodiversidad se desvaneció entre crecientes niveles de contaminación.
Ante la perversión de ideales comunes, hoy no queda ni rastro de esa bonanza ni de la alegría familiar que se disfrutaba en las playas de los ríos La Paila, Guengüé y el mismo río Palo, famosos sitios de recreación pública. Y en el siglo pasado, esos lugares también eran el destino favorito de nuestras familias; en ellos se hicieron célebres los inolvidables paseos de olla. Las familias, llenas de entusiasmo, se organizaban y contrataban las tradicionales chivas, conducidas por amigos de confianza, para desplazarse a esos parajes en donde la naturaleza y la alegría se fundían. Aquellos días de risa, comida al aire libre y chapuzones en el río son solo un recuerdo porque hoy los afluentes son testimonio de un veneno que corre por sus aguas.

Las graves afectaciones

A medida que crecieron los asentamientos humanos en torno a los ríos, también aumentó el vertido de aguas residuales domésticas, urbanas, industriales y agrícolas en sus cuencas, sin que la istración pública previera la construcción de plantas de tratamiento, una deuda que no ha sido saldada.
A eso se sumó la llegada de varias empresas industriales, motivadas por la ley Páez, que las eximió de pagar impuestos, y que convirtieron progresivamente estos ríos en escurrideros de residuos químicos sintéticos y de metales pesados, que, sumados a los contaminantes orgánicos, sedimentos y bacterias, provocaron el desastre ambiental.
Otro de los daños significativos que enfrentan las moribundas fuentes hídricas del norte del Cauca es la extracción legal de agua, o sin concesión, utilizada para regadíos agrícolas y otros usos industriales. Este fenómeno se intensifica sobre todo en el caso de los grandes cultivos de caña de azúcar que han inundado la región, exacerbando la crisis hídrica y contribuyendo a la degradación de ecosistemas acuáticos que, en su momento, fueron vitales para la biodiversidad y el bienestar de las comunidades locales.
Fotografías en el sector del barrio Granada donde está la bocatoma para el acueducto municipal

Fotografías en el sector del barrio Granada donde está la bocatoma para el acueducto municipal Foto:David Luna – Proclama del Cauca y Valle

Las consecuencias no solo se ven. El agua ya no es potable, y su cuenca emana olores sintéticos y contaminados. Esto ha provocado protestas de personas que buscan soluciones.
Un registro por los barrios Granada, Luis A. Robles, Las Dos Aguas, Centro, Villa Clarita, Betel, El Triunfo y Bocas del Palo de Puerto Tejada, realizada por los periodistas de Proclama del Cauca y Valle, dan cuenta del devastador panorama: aguas envenenadas por desechos industriales, residuos sólidos y basura acumulada en las orillas. En sectores como Bocas del Palo, la situación es crítica: toneladas de escombros son arrojados de forma ilegal, lo que acelera la destrucción.
La fauna, antaño diversa, ha desaparecido casi por completo. Las especies acuáticas como los peces y las nutrias han sucumbido ante la falta de oxígeno, producto de la contaminación y el aumento de la temperatura del agua, un fenómeno que ha devastado también a pescadores y areneros, quienes dependen de estos ríos para sobrevivir.
A los daños anteriores se les suma el impacto de la minería ilegal y la tala indiscriminada de bosques. En municipios como Santander de Quilichao, la extracción de oro ha contaminado ríos, como el Quinamayó, con mercurio y arsénico, afectando no solo el agua que converge al río Cauca, sino también la fauna y las comunidades que dependen del ecosistema.
En la hacienda Japio, en Caloto, la deforestación para extraer madera y carbón vegetal ha reducido vastas hectáreas de vida a cenizas. La madera quemada en socavones está destruyendo la biodiversidad.
En Villa Rica, sobre la vía Panamericana, más de 700 árboles samanes fueron talados. Este arboricidio no solo ha afectado la calidad del aire, sino que ha destruido un patrimonio natural irremplazable.
La alcaldesa de Puerto Tejada, Luz Adiela Salazar, dijo que “se busca que el río El Palo sea una prioridad en la agenda de la COP16”, algo que coincide con el llamado que hacen varios de sus habitantes: “No se trata solo de cuerpos de agua contaminados, es el reflejo de una crisis ambiental”.
* Informe de periodistas de Proclama del Cauca y Valle.
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