El Instituto de Ciencia y Tecnología de Alimentos (Icta) de la
Universidad Nacional, en conjunto con Corpoíca y el Laboratorio de Inocuidad Química de la Universidad Jorge Tadeo Lozano,
se han convertido en un apoyo fundamental para el sector apícola en Colombia, pues están analizando las mieles.La profesora Adriana Zamudio y su equipo de investigadores, algunos de ellos estudiantes de la maestría en Ciencias Ambientales, han analizado 44 muestras de mieles y polen para detectar la presencia de plaguicidas, y 57 más para encontrar rastros de metales pesados, que provienen de cultivos de cítricos en el Meta y de fresas en la Sabana de Bogotá. Adicionalmente, tomaron muestras de 20 apiarios, de 11 municipios de Boyacá.
Los apiarios en este último departamento arrojaron una presencia mínima de plaguicidas, debido a que esas zonas se encuentran alejadas de intervención química por parte del hombre. Una situación diferente ocurrió con las muestras procedentes de Cundinamarca y Meta, donde algunos cultivos comerciales y la fumigación intensiva dañan su calidad.
“Si el análisis se hiciera en una zona de
minería o de explotación de oro, las abejas que sobreviven allí, que deben ser pocas, reflejarían altos índices de contaminación en sus productos”, indica Edith Castro, coinvestigadora en el Laboratorio de Inocuidad Química de Utadeo, y quien también ha trabajado en la caracterización físico- química de la miel de abejas en la Sierra Nevada de Santa Marta.
En cuanto a los metales pesados, se analizó la presencia de cio, plomo, cobre, zinc y mercurio en miel y polen, se encontró, en algunos casos, niveles por encima del límite. Para Zamudio, esto se debe a que la abeja, como bioindicadora, también es capaz de captar metales tóxicos y transferirlos a los productos apícolas.
El plaguicida llega a la
miel luego de que sus componentes penetran la planta, ya sea a través del suelo o por fumigaciones. Estos químicos se transportan al néctar que consume la abeja, y que posteriormente digiere, transfiriendo parte de los plaguicidas al producto apícola; el resto se queda en el cuerpo del insecto. Por su parte, el polen concentra una mayor parte de estos desechos tóxicos, en la medida en que acumula las partículas contaminantes disponibles en el ambiente.
Los métodos diseñados para analizar la presencia de estos componentes son pioneros en el país. En el caso de los plaguicidas, se adaptó el método Quechers (rápido, fácil, económico, eficaz, robusto y seguro) a las características de los productos apícolas. Los investigadores optimizaron el proceso de extracción de los residuos químicos, trabajando con 56 moléculas de plaguicidas, de las cuales todas resultaron aptas para polen y 50 lo fueron para miel.
En el análisis de los metales pesados se utilizó un digestor de microondas, que calienta la muestra con ácidos en su interior, degrada los componentes orgánicos de la miel y separa los residuos de metales en el ácido. Este proceso de extracción, que tiene una duración de una hora, optimiza considerablemente los tiempos y recursos usados en anteriores métodos. Los tadeístas desarrollaron un procedimiento analítico para su cuantificación que permite detectar los niveles de metales tóxicos bajo estándares internacionales.
EMANUEL ENCISO CAMACHO
Para EL TIEMPO