Durante tres días en el encuentro de economistas ses en Aix-en-Provence, la naturaleza se encargó de enviar el mensaje apropiado: los casi siete mil asistentes reunidos para escuchar a 360 istas nos sentimos terriblemente agobiados por lo que después las agencias de noticias reconocieron como una de las semanas más calurosas de los últimos 100 años.
Es decir, en medio de un evento sobre cambio climático se vivió en carne propia su gran impacto global.
Sin embargo, después de innumerables foros, para muchos quedó en evidencia lo demodé, es decir, lo pasado de moda, que es no debatir cualquier tema en este contexto. Pero sobre todo, que se necesita más acción que discurso.
“Renovar la esperanza”, el principal objetivo del encuentro, partió de reconocer la gran crisis de la sociedad actual, donde por primera vez se junta la incertidumbre económica con la social, la ecológica, la de salud y los problemas geoestratégicos. Frente a esta dura realidad sin precedentes, se podría caer en la tentación de reaccionar con pesimismo o resignación. Según ese planteamiento, para salir de la crisis es necesario reafirmar la esperanza para crear las condiciones y actuar. Ese fue el punto de partida.
Después de escuchar sesiones en las que participaron cientos de personajes de países desarrollados, muchísimos ses, pero también africanos y dos colombianas, mi percepción es que la agenda de desarrollo sostenible (ADS) no va a cumplir las metas previstas para el 2030. La pregunta aún sin respuesta es: ¿por qué no se logrará?
Como ista de este evento en la sesión 43, ‘Acelerando el desarrollo sostenible’, mostré que en el caso de América Latina es posible encontrar respuestas. No solo no se va a cumplir la agenda para la fecha prevista, sino que muchos de sus componentes principales, en vez de avanzar, retroceden: el objetivo Hambre cero (ODS2), la reducción de la desigualdad (ODS10) y, aún más que los anteriores, la acción por el clima (ODS13).
Ni siquiera es posible cumplirlos, y menos a tiempo, con un programa de gobierno como el del presidente colombiano, Gustavo Petro, que es en realidad una agenda de desarrollo sostenible, porque 15 de los 17 objetivos están implícitos en su propuesta. Por ejemplo: ¿cómo recuperar el posicionamiento colombiano en el índice de transición energética del Foro Económico Mundial si tan solo en 2023 retrocedió 10 puestos?
Mitigación vs. adaptación
Uno de los problemas principales identificados en la experiencia colombiana es que la resiliencia al cambio climático aún no ha sido entendida correctamente por los países en desarrollo, entre otras, porque siguen adoptando el discurso de los países ricos; un error que advertí siendo ministra de Agricultura del gobierno actual. Durante este foro internacional ratifiqué esa preocupación, y los mensajes masivos de apoyo a este planteamiento demuestran que no me equivoqué.
El discurso generalizado clama que mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero debe ser la acción inmediata de todas las naciones. Sin embargo, esa premisa ignora que las emisiones de los países en desarrollo son mínimas, y que aquí se necesita adaptación porque el mayor problema es que el impacto de la crisis climática lo sufre nuestra población, que en una alta proporción es pobre y desigual.
Dos apuestas clave en el Acuerdo de París (2015) son mitigación y adaptación. Sus definiciones más simples muestran que la primera se enfoca en reducir emisiones a largo plazo y la segunda, en fortalecer hoy la capacidad de la población más vulnerable para enfrentar y adaptarse a desastres y crisis climáticas. Es evidente que al ser América Latina la región más desigual del mundo, nuestros gobiernos deben concentrarse prioritariamente en estrategias de adaptación, mientras que los países contaminantes deben invertir más en acciones inmediatas de mitigación.
¿Por qué desapareció el vínculo entre reducción de pobreza e inequidad y cambio climático que teóricamente existía en las metas de la ADS? ¿Por qué hoy nos quedamos solo en mitigación y muy poca adaptación? En otras palabras, ¿por qué los intereses de las sociedades ricas dominan el discurso y las acciones sobre el cambio climático de los países menos contaminantes?
El informe Climate Change Resilience (ONU, 2016) ofrece una posible respuesta: los esfuerzos en mitigación son financiados 16 veces más que los de adaptación; es decir, los fondos vienen de los países ricos, y por lo tanto, ellos dominan el discurso de los países en desarrollo.
La adopción de ese discurso errado sí explicaría en parte por qué dicha agenda no llegaría a la meta fijada para 2030. De lado y lado, tanto los mayores contaminadores como los países que poco contribuyen al calentamiento global están perdiendo la oportunidad de que se resuelva el problema fundamental: la poca acción.
Acuerdo incumplido
Aquellos que más emiten no solo no están reduciendo su generación de gases de efecto invernadero al ritmo esperado, sino que tampoco aportan los recursos necesarios para enfrentar el cambio climático. A eso se comprometieron. Vale la pena recordar que, según Naciones Unidas, el 78 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero son generadas por los países del G20.
Así mismo, las sociedades en desarrollo tampoco están cumpliendo su compromiso al desconocer su inmensa responsabilidad de preparar a su población para enfrentar el impacto del cambio climático sobre sus vidas. Es un deber del gobierno de cada país crear los sistemas de información para alertar sobre las catástrofes que se derivan de la crisis climática y hacer las inversiones que permitan aumentar la capacidad de resistencia de la población para enfrentar estos fenómenos. Esto implica la implementación de políticas sociales que realmente reduzcan la pobreza y la desigualdad.
Entonces, ¿estaremos siendo los países en vías de desarrollo simplemente oportunistas al unirnos a ese discurso para asegurar una fuente de ingresos? Pero obtenerlos tampoco es suficiente; además de recursos, estas sociedades necesitan un proceso que se está desconociendo y se denomina transición: es decir, tiempo para pasar de una economía carbonizada a una descarbonizada. En el caso de Colombia es necesario aceptar que reemplazar el petróleo y los minerales exige una transición, tiempo para establecer nuevos sistemas productivos sostenibles que aseguren otras fuentes de crecimiento económico. Uno de esos nuevos sectores clave es la producción rural, cuyo tiempo de reactivación puede ser rápido, mas no inmediato.
La transición también es necesaria en términos de comercio internacional, especialmente con la Unión Europea, porque la deforestación en países en vías de desarrollo es actualmente una barrera comercial. Por ejemplo, se requiere tiempo para que los gobiernos implementen estrategias que consideren la situación de las personas que habitan en territorios de alta sensibilidad ambiental y que necesitan alternativas de vida. ¿Por qué la transición es tan difícil de comprender?
El papel de A. Latina
Hay dos elementos adicionales que tampoco se están considerando. Primero, la demanda de mitigación ignora el potencial de los países en desarrollo para ofrecer instrumentos para la descarbonización (Hausmann, 2023). América Latina tiene litio, cobre y otros más que pueden jugar un papel preponderante en la transformación energética.
En síntesis, solo cambios estructurales pueden acelerar el desarrollo sostenible. La verdad es que no encontré esa voluntad en muchos de los discursos del encuentro de los economistas ses. Los más difíciles de convencer de este viraje crítico en las prioridades actuales son los países desarrollados porque, para muchos de ellos, el crecimiento económico y su relación con la generación de empleo siguen siendo la gran prioridad. Hay algo de hipocresía en sus planteamientos, como lo reconocen algunos sectores de ambientalistas.
El nuevo ‘plan Marshall’ que presentó el presidente Petro recientemente en París es sin duda una buena idea en esta dirección. Pero ¿tuvo eco entre quienes tienen los recursos para financiar esta idea? Aparentemente no, y corre el peligro de sumarse esta propuesta a ese gran discurso al cual le sigue poca acción.
Este proceso de hacerlo distinto debería empezar por esa gran mayoría de países donde habitan quienes más sufren los impactos del cambio climático. Estos son precisamente los que no han resuelto los problemas que tienen amplios sectores de sus sociedades, como esas profundas brechas que lejos de reducirse en muchos casos se amplían, es decir, la vulnerabilidad de su gente.
De este encuentro de economistas queda en evidencia el largo camino que el mundo actual tiene que recorrer si de verdad quiere evitar la tragedia que con facilidad se pronostica. Esto es igual de válido tanto para los países ricos como para aquellos que están lejos de serlo. También es claro que, así como el discurso es fácil y por eso todos lo adoptan sin beneficio de inventario, hacer lo que toca no es tan claro como dicen muchos y exige esfuerzos en reasignación de prioridades. Pesimismo no, como lo pidieron al convocarnos a este encuentro, optimismo sí, pero mejor aún, realismo. ¿Será posible?
Por lo anterior, los líderes de sociedades en vías de desarrollo deberían comenzar por cambiar su discurso para que se adapte a las características y necesidades de su población, y luego, unirse para exigir a los países contaminadores una reducción inmediata de sus emisiones. Este sí es el discurso que debemos tener.
CECILIA LÓPEZ
Para EL TIEMPO
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