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Análisis
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¿A qué se debe la escasez de agua que está afectando a Bogotá? Un factor clave sería el responsable del déficit de las lluvias
La capital, y ciudad más poblada del país, enfrenta hoy una escasez de recurso hídrico que proviene en gran medida de la Amazonia y la Orinoquía.
El nivel de los embalses que surten de agua a Bogotá es de poco más del 40 %. Foto: Empresa de Acueducto y Alcantarrillado de Bogotá (EAAB)
En Colombia, absolutamente todos los municipios padecen de algún riesgo de verse afectados por el cambio climático. Pero para Bogotá la situación es más compleja, pues no solo es la ciudad más poblada del país, sino que además es la segunda capital con mayor nivel de amenaza, de acuerdo con el ‘Análisis de vulnerabilidad y riesgo por cambio climático para los municipios de Colombia’, un informe presentado por el Ideam y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud). Esas amenazas, que durante años se vieron como riesgos para abordar a futuro, ya están aquí, y se han materializado en escenarios como la crisis de escasez del agua. La sequía de Bogotá tiene su origen en la destrucción de las selvas y los páramos
Según anunció esta semana el alcalde, Carlos Fernando Galán, la ciudad tendrá que volver al esquema de racionamiento de agua semanal, debido a que las lluvias fueron menores a lo esperado, y el sistema Chingaza no se llenó a los niveles pronosticados por lo que, al ritmo actual de consumo, no alcanzaría para suplir hasta abril del otro año (cuando regresan las precipitaciones) las necesidades de las más de 10 millones de personas que se surten de él. Dicho sistema de embalses cuenta con una peculiaridad y es que pese a que surte a una ciudad ubicada en los Andes, depende de las lluvias que caen en la Orinoquia y ese régimen hidrológico, indudablemente, está cambiando.
Predicción de lluvias del Ideam para la zona de llenado del sistema Chingaza durante los meses de septiembre, octubre y noviembre. En colores amarillos y rojos las zonas donde las lluvias estarán por debajo de lo normal, en blanco donde estarán dentro de los promedios y en verde y azul donde las precipitaciones serán por encima de lo normal. Foto:Ideam
El bosque y el agua
El agua de Bogotá depende, en gran medida, de que existan dos tipos de ecosistemas: uno, los páramos, que se encargan de captar y gestionar las lluvias como esponjas, atrapando más agua cuando hay exceso y liberándola lentamente cuando hay sequías; y el segundo, las selvas de la Amazonia, que a través de la evapotranspiración crean los llamados ‘ríos voladores’, inmensas nubes cargadas de lluvia que se mueven desde el sur del país y recorren todo el continente, dejando a su paso agua, mucha agua.
Una investigación de la Universidad Escuela Colombiana de Ingeniería Julio Garavito y la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá encontró que el 93 por ciento de la humedad atmosférica que llega a Chingaza proviene de regiones adyacentes; y de ese total el Amazonas entrega un 23,7 por ciento, principalmente entre junio y agosto, y la Orinoquia un 25,2 por ciento, predominantemente de enero a abril. El resto de humedad proviene de diversas regiones, aunque en proporciones más pequeñas. Los investigadores también descubrieron algo que muchos científicos llevan años advirtiendo: la elevada tasa de deforestación en estas zonas también se está traduciendo en menos lluvia para los embalses de la capital.
“El coeficiente de correlación observado entre el grado de deforestación y el porcentaje correspondiente de área afectada por sequías se sitúa en 0.24, indicando una relación directamente proporcional. Esto implica que, conforme aumenta la deforestación en la cuenca del Amazonas tiende a crecer también la extensión del área afectada por sequías en la región”, resalta la investigación.
De a poco, la deforestación va destruyendo el bosque virgen de la Amazonia, sin que nada pueda frenarla. Foto:Edwin Caicedo. EL TIEMPO
El estudio también encontró que la situación se complica cuando se registran fenómenos como El Niño y La Niña, que empeoran las sequías en algunas áreas del país y aumentan las lluvias en otras. Por ejemplo, este año se espera una Niña de carácter débil que inicie en octubre, que aunque aumentará las precipitaciones en los Andes y el Caribe, tendrá un impacto contrario en la Orinoquia, de donde se recoge gran parte del agua que toma Bogotá.
Pero la falta de lluvias no es la única amenaza que enfrentará Bogotá si sigue arrasando con el verde de los bosques. La crisis climática también traerá otras complicaciones a la ciudad como inundaciones de mayor intensidad o más frecuencia en los incendios forestales, también se crearán islas de calor urbanas y la agricultura será menos productiva. Y la situación se volverá más crítica en épocas en las que, como este año, el país viva fenómenos de El Niño o La Niña.
Según explica Benjamín Quesada, climatólogo y director del pregrado en Ciencias del Sistema Tierra de la Universidad del Rosario, la ecuación no solo es sencilla, sino que se ha estudiado por más de diez años: cada vez que talamos un bosque, reducimos las lluvias no solo en Bogotá sino en todo el país y la región. “La deforestación, de hecho, tiene un impacto mucho más importante sobre el ciclo hidrológico que sobre la temperatura. Cada vez que talamos bosques estamos reduciendo las lluvias”, dice Quesada.
El experto resalta que no solo estamos quitándole a las selvas la capacidad natural que tienen de evapotranspirar, es decir de usar sus hojas para intercambiar agua con la atmósfera, sino que también se ha descubierto que al tumbar los árboles el ecosistema que queda absorbe menos energía, pues refleja la radiación solar que recibe, lo que implica que tiene menos capacidad para realizar su trabajo de regular el flujo hídrico.
“Hemos descubierto, además, que la deforestación reduce las lluvias a veces a miles de kilómetros de distancia. Las masas de aire, o ‘ríos voladores’, se cargan no linealmente sino exponencialmente. Cuando estamos cortando árboles, estas trayectorias llegan, por ejemplo, de Brasil a Colombia con menos agua, y viceversa”, enfatiza.
Por su parte, de acuerdo con el doctor en Ingeniería y profesor de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana, Carlos Devia, sumado a la pérdida de bosque también hay otros factores que empeoran la situación del grave déficit de lluvias que afronta la capital del país, como el aumento global de las temperaturas y el cambio en las dinámicas atmosféricas regionales; todo eso, sumado a que cada vez tenemos menos páramos atrapando agua y menos selvas húmedas evapotranspirando, generan el cóctel perfecto para que la situación climática se vuelva más crítica, a tal punto que pronosticar el comportamiento del clima se ha vuelto más difícil.
“La previsión sobre los efectos del cambio climático en este momento es de lo menos acertado, y lo mejor es prepararse para lo peor. La evidencia más cercana es la predicción de La Niña, que no ha llegado y las lluvias actuales están por debajo del promedio esperado. Es decir: debemos contemplar no depender de las lluvias para el abastecimiento de agua, lo cual no debe dejar de lado la responsabilidad en la mitigación de los gases efecto invernadero. La ciudad debe ser carbono neutro lo más pronto posible y se debe incluir en las facturas un cobro para recuperar las coberturas arbóreas pérdidas en la Amazonia colombiana. En Bogotá hemos vivido de un agua que no hemos pagado, ya es hora de pagar su producción y esta se da en las áreas boscosas en los Andes y la Amazonia”, enfatiza el investigador.
Para él, es urgente que la ciudad y el país tomen medidas de restauración y protección, por ejemplo recuperar los bosques que hemos talado y proteger los que se mantienen en pie, acciones que además van más allá de las fronteras istrativas. “Debemos proteger efectivamente los bosques que quedan, garantizando que por las condiciones sociales e incluso ambientales, no se pierdan. Las sociales están relacionadas con la tala para convertirlos en pastizales y las ambientales las relacionadas con el cambio climático que está propiciando la muerte de estos árboles y favoreciendo los incendios forestales. Es decir, si dejamos de talar, estos bosques se van a perder porque el ‘ambiente’ los está llevando a esta situación, y aquí debemos actuar. Paralelamente debemos garantizar la recuperación de las coberturas arbóreas pérdidas, es decir reconvertir las zonas que tenían bosques y que ahora son pastizales o cultivos a zonas con árboles”, puntualiza Devia.
Situación actual de los embalses que surten de agua a Bogotá. Foto:CityTv
Con dicha opinión coincide el consultor en ciencias del agua y adaptación al cambio climático, Diego Restrepo, quien además añade que hoy el gran riesgo es que el Amazonas cruce el denominado ‘punto de inflexión’ y se vuelva una sabana, lo que sin duda cambiaría por completo el régimen de lluvias y climático de todo el planeta. Dicho riesgo, además, está muy cerca.
“La gran preocupación de que el Amazonas se vuelva una sabana y cruce ese punto de inflexión es que por más que reforestemos sea imposible que vuelva a su condición. Lo que dicen los estudios científicos es que esa transición de bosque amazónico a sabana se daría si el planeta se calienta en promedio entre 3 °C a 5 °C, pero eso es si el Amazonas estuviese completamente sano y completo. Hay estudios que señalan que si el Amazonas se deforesta entre un 20 % y un 25 %, esa temperatura de punto de inflexión se reduciría a entre 1,5 °C a 2 °C. Es decir: si deforestamos entre 20 % y 25 % del Amazonas y las temperaturas aumentan a nivel global entre 1,5 °C a 2 °C la selva se convertiría en sabana. Hoy estamos en 1,2 °C de calentamiento y 17 % de deforestación. Es decir estamos muy, muy cerca de cruzar ese punto de inflexión”, puntualiza el investigador.
Restrepo destaca que no son solo los ecosistemas de la Amazonia y los Andes los que se deben proteger, sino que hay un grupo de puntos claves para la regulación climática del planeta que también cambiarían las lluvias del país y el planeta en caso de llegar a un punto de inflexión como el que actualmente enfrenta el Amazonas. Entre ellos, por ejemplo están los glaciares de Argentina, la corriente meridional del Atlántico y el hielo del Ártico.
“Por ejemplo, la corriente del océano Atlántico se está debilitando, y si se debilita esa corriente el clima cambia por completo en Europa, que se volvería mucho más fría a pesar de que todo el planeta se está calentando, porque esa corriente lo que hace es recircular el calor a lo largo del año en el planeta y eso también está conectado con la Amazonia, con las zonas de Siberia, con los polos. Hay unos ecosistemas claves que, de afectarse, cambian por completo el planeta. Esto lo que muestra es que todo está conectado y hay que pensar mucho en la estabilidad planetaria más allá de lo local, pues a nivel planetario dependemos del resto de ecosistemas”, finaliza el experto.