“Trying hard now / Getting strong now / Won't be long now / Getting strong now / Gonna fly now / Flying high now / Gonna fly, fly, fly”.
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El vuelo, como otras cosas de la vida, tiene su ciencia, si no tienes la posición correcta, la velocidad necesaria ni el impulso adecuado, no podrás levantarte del suelo ni un centímetro. Eso lo sé, porque he dedicado la mitad de mi vida a estudiar las técnicas de vuelo.
"He dedicado la mitad de mi vida a estudiar las técnicas de vuelo"
Todo comenzó con un libro que me regaló mi mamá cuando era pequeña, se llamaba Por todos los dioses, ella me lo leía antes de ir a dormir y me explicaba lo que no entendiera, el libro era de leyendas de antes de que existiera la Navidad. Tiene muchas historias, como la de Mercurio, que tenía alas en los pies y le hacía los mandados a todo el mundo; y la de Medea, que era una hechicera con un carruaje de serpientes con alas, como las serpientes de México, pero ella vivía en Grecia.
Mi mamá me dijo que la Navidad comenzó cuando nació Jesús, porque antes no se podía hacer el pesebre, y antes de eso estuvieron los dioses griegos, que nunca se fueron para ningún lado, sino que se quedaron en Grecia, porque en el resto del mundo leyeron la Biblia. Ella me dijo que a nadie le gusta seguir a dioses que no están en la Biblia, porque si no me iría al infierno como la mamá de mi papá.
En el libro también leí sobre Ícaro y su vuelo, y pensé en toda la gente que trataba de volar antes de existir la Navidad, y que, si alguien hubiera estudiado bien el asunto, y la Navidad y el pesebre no se hubieran puesto en el medio, ya estuviéramos volando solitos.
Cuando fui más grande comencé mis investigaciones en la biblioteca, allí leí sobre el sabio de Córdoba, que se hizo un vestido de plumas y se lanzó de una torre, planeando por toda la ciudad hasta que se rompió la cadera por no saber aterrizar. Y como la cadera fue lo mismo que se rompió mi abuelo cuando se cayó en el baño, pienso que no fue tanto, después de todo; si te la rompes, lo único que hacen es dejarte un rato en el hospital comiendo mucha gelatina mientras te colocan una cadera de metal como Robocop.
Por la historia del sabio, le dije a mi mamá que quería acompañarla cuando fuera a visitar a mis tías en el pueblo, porque quería visitar la torre donde el señor se tiró, y ver si tenían por ahí el traje de plumas. Ella me advirtió que no tenían muchas torres por allá, pero yo igual insistí.
Al final resultó que las personas no se rompen mucho la cabeza al momento de ponerles nombre a los lugares, y debido a eso hay una cantidad de Córdobas regadas por el mundo. La Córdoba donde está la torre que buscaba se encontraba a un océano de distancia, y aunque mi mamá no me dijo qué océano era, mi papá me explicó que los españoles cuando vinieron con sus barcos querían hacer esta como su casa, y por eso eliminaron casi todo lo que no conocían.
Los españoles cuando vinieron con sus barcos querían hacer esta como su casa, y por eso eliminaron casi todo lo que no conocían.
Cambiaron los nombres que usaban los indios, trajeron la Biblia para que nadie se equivocara cuando fuera a rezar, y pusieron los nombres de los lugares igualitos a los que tenían en sus casas antes de venirse acá a pasar calor, y a buscar lo que no se les había perdido.
Después de esa visita a la Córdoba caliente y de calles llenas de tierra, donde nació mi mamá, de donde nadie se lanzó de ningún lado porque las casas son de un piso y con paredes hechas de mierda de caballo, comencé a estudiar a Leonardo da Vinci, un señor viejo que vivió hace mucho tiempo en Italia, que es el lugar que parece una bota.
Mi papá, para ayudarme a estudiar, me regaló un libro con los dibujos que Leonardo hacía, porque él también soñaba con volar como yo; con papito hice varios de los modelos que aparecen en el libro de Leonardo, con papel y palitos de paletas. Pero todo eso fue antes de que mi papá se fuera a trabajar a otro lado y yo tuviera un hermanito.
Creo que Leonardo se inspiró en los murciélagos, porque mirando los animales que vuelan, todos tienen plumas, excepto los murciélagos. Son medio feos y negros, pero el pelo de la cabeza es suave, y las alas son tan delicadas que se pueden traspasar con un lápiz, cosa que no pasa con las alas de las palomas, que son duras y para cortarlas necesitas un cuchillo, entonces pensé que para volar no se necesitan plumas, sino saber la técnica adecuada, y que seguramente los murciélagos la aprendieron de los pájaros, y la gente solo tenía que aprender a su vez de ellos.
Con ese descubrimiento entendí la importancia de la biología, y aproveché que en el laboratorio del colegio nos enseñaron a disecar sapos, palomas y gusanos usando alfileres e icopor. Yo era la mejor en eso, siempre sabía qué parte del cuerpo del animal era, y tenía preparadas las etiquetas de colores para que se vieran bonitos cuando estuvieran abiertos, una vez abrí un sapo sin matarlo y todos en el laboratorio pudimos ver cómo latía su corazón mientras le ponía el alfiler con la etiqueta amarilla, con cuidado para no mancharla.
Después de aprender a abrir animales, le decía a mi hermano que me trajera cualquier animal volador. Él los mataba con su resortera, yo los disecaba en el clóset, y luego los guardaba debajo de la cama de la señora que hacía el aseo, para que mi mamá no los viera en la basura.
Varias señoras del aseo se fueron diciendo que en la casa hacían brujería, hasta que mi mamá se consiguió una muchacha un poco más grande que yo para ayudarla en los asuntos domésticos. Ella también estudiaba en el colegio, y me descubrió a la semana de haber empezado a trabajar en la casa. Me hizo prometer que no lo haría más, o si no, se lo decía a mí mamá; después de un mes de entrar a la casa, me regaló un libro sobre aves como premio por mi buena conducta. En el libro veía lo que tenían los pájaros por dentro, con los nombres de las partes, y la descripción de los huesitos, lo que fue más sencillo que andar desplumando pájaros por ahí.
Cada espacio libre lo dedico a observar, mejorar las técnicas, y lo escribo todo. Tengo 3 cuadernos llenos con dibujos y todas las cometas del mundo colgadas del techo de mi cuarto.
Debo confesar que en el estudio he recibido ayuda extra de mi cerebro, porque parte de la técnica que estoy probando la he visto en sueños, lo que hace que además del cuaderno de estudio de vuelo tenga un diario de sueños, en donde registro las posiciones y diagramas que veo en los sueños y de esta manera he logrado progresar un poco. Al principio no les di importancia a los sueños, pero al ver que coincidían con las observaciones que tomaba sobre los pájaros y demás objetos voladores, comencé a tomar en serio lo que veía en ellos.
Después de muchos intentos fallidos, llegué a la conclusión de que era un problema físico, era demasiado grande para el poco espacio que disponía y era muy pesada.
Cuando por fin llegué a una técnica con posibilidad de éxito, comenzaron las pruebas de campo. Al no tener un espacio con mejores condiciones y también por temor al ridículo, comencé a practicar en el patio de la casa, en donde puedo tomar un impulso de cuatro metros quitando todas las macetas de mi abuela; sin embargo, esto no es suficiente y no puedo elevarme ni un centímetro.
El sueño vino nuevamente al rescate, y encontré que si probaba con cierta altura era posible hacerlo sin necesidad de más espacio en la pista improvisada que ya había comenzado a construir con algo de disimulo con las estibas que traía mi abuelo, disfrazándola de plataforma para un cultivo hidropónico a gran escala para la feria de ciencias del colegio.
Después de muchos intentos fallidos, llegué a la conclusión de que era un problema físico, era demasiado grande para el poco espacio que disponía y era muy pesada, lo había comprobado en la báscula del baño, ¡ya peso 25 kilos!, casi lo mismo que mi papá.
Dejé de comer, me descuidé en los estudios, y también en el orden estricto que me imponía desde hacía algún tiempo. Por eso quizás Mauro lo encontró, supongo que lo habrá ojeado un poco antes de traérmelo, para preguntarme de qué se trataba.
Sentí rabia al ver mi cuaderno de vuelo en sus manos, pero lucía interesado, y al final hablamos del tema, como pocas veces lo habíamos hecho. Al ser tan pequeño, yo a veces lo ignoro cuando me sigue por la casa; sin embargo, Mauro se mostró dispuesto, y hasta tuvo apuntes interesantes.
Le hablé de todo lo que había estudiado sobre el vuelo, y le dije que si los que habían inventado el avión eran hermanos, nosotros podíamos ser los que inventaran la técnica de vuelo. Le advertí que primero tocaba visitar a las patentes para que no dejaran que nadie usara nuestra técnica sin permiso, así que nos pusimos de acuerdo, estudiamos el vuelo juntos, y planeamos el viaje a las patentes en Nueva York.
Tengo que itir que la idea inicial fue de él, pero supongo que yo hubiera llegado sola a la misma conclusión, porque revisado el tema del peso y la estatura, Mauro era apropiado para las prácticas, era muy ligero, tanto que yo podía levantarlo de los hombros sin mucho esfuerzo, también fue idea suya lo de la capa, cosa que, a pesar de no considerar necesaria, pensé que tampoco iba a estorbar, y acepté.
Esperamos el mes de más brisas y decidimos hacer una pequeña plataforma con las tablas de la cama de la abuela, para darnos más espacio de maniobra. El lugar elegido fue la ventana de la habitación de mi tía, que daba a la calle.
Pusimos música, que era la misma que la tía Rosa usaba para hacer los ejercicios en la mañana. La canción era de una película que nos gustaba mucho a Mauro y a mí, era un boxeador al que le daban una tunda gigante, y al final gritaba “Adrián, ¡¡¡Adrián!!!”, no entendíamos bien la letra, pero nos emocionaba siempre que la escuchábamos, porque en esa parte el boxeador subía corriendo una escalera grande, y al final alzaba los brazos.
A las cuatro en punto de la tarde del 2 de agosto de 1986 Mauro se subió a la ventana de mi tía Rosa, yo le puse la música, la capa, y le dije: “Tranquilo, solo es cuestión de técnica”.
Solo necesitó un pequeño empujoncito. A las cuatro y un minuto, Mauro cayó en el jardín de flores que mi abuela tenía en la terraza, no voló ni un segundo, y la capa al final si estorbó. No se hizo mayor daño, pero falló en la técnica.
En la casa se dieron cuenta porque para volver a intentar el vuelo tenía que entrar de nuevo, para lo que era necesario que le abrieran la puerta principal, y yo a pesar de ser la mayor, todavía no llegaba al cerrojo de arriba, así que me tocó pedirle el favor a Ruby, que era la muchacha que nos ayudaba en la cocina.
"Ya lo descubrí, era problema de técnica, la próxima vez probamos desde el techo, creo que ya sé cómo subir".
Ella cuando vio a Mauro cubierto de tierra, hierba, flores, con la capa, el casco, y afuera de la casa, avisó a mis papás, quienes insistieron en llevarlo al hospital para revisar si no había ninguna fractura.
Al final me castigaron hasta mi cumpleaños, pero yo seguí teniendo sueños, y a estas alturas ya sé en qué nos equivocamos, así que cuando soplé las diez velas de mi pastel, le puse a Mauro crema en la nariz, y le susurré al oído:
–Ya lo descubrí, era problema de técnica, la próxima vez probamos desde el techo, creo que ya sé cómo subir.
*Abogada. Fue incluida en la "Antología de ciencia ficción colombiana"