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El riesgoso ‘boom’ del yagé que amenaza la ancestralidad

El creciente interés de 'los blancos' por este rito indígena abrió la puerta a un peligroso turismo.

Preparación del ritual de la toma del yagé, guiada por un taita, cerca a Mocoa, departamento de Putumayo.

Preparación del ritual de la toma del yagé, guiada por un taita, cerca a Mocoa, departamento de Putumayo. Foto: Luis Lizarazo García. EL TIEMPO

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En zonas rurales de pueblos cercanos a Bogotá es cada vez más notoria la llegada de grupos de personas, entre colombianos y extranjeros, para vivir una experiencia religiosa. Pero esta no tiene nada que ver con peregrinaciones a lugares sagrados –como se concebía el turismo a estos lugares hace algunos años–, sino con la búsqueda de conexión espiritual a través de las alucinaciones del yagé. Un ritual ancestral que se ha extrapolado del corazón de las comunidades amazónicas y traído a la “civilización” para atender la demanda creciente de personas no indígenas, generando, en paralelo, un peligroso negocio alterno.
(También le puede interesar: Así se vive una ceremonia ritual de yagé)
Lo que se vive en las fincas de Guasca y Villapinzón, por ejemplo, es una ceremonia, guiada por un taita –autoridad indígena–, en la que se reúnen entre 10 y 30 personas para tomar la infusión de una mezcla de plantas, cuyo principal componente es el extracto del bejuco. Cada una paga aproximadamente 100.000 pesos colombianos. “El taita se encarga desde istrar la cantidad exacta para cada paciente, como ellos nos llaman, hasta acompañar el viaje con cánticos, reflexiones o con el ritmo de un tambor, y traernos de vuelta. Prácticamente sobre ellos recae la responsabilidad de que vivamos un momento místico, de introspección, o que sea nuestra peor pesadilla”, narra uno de los asistentes a estos encuentros.
El interés de “los blancos” por el trance que produce el yagé no es nuevo. De hecho, se deriva de los movimientos hippies de los años 60 y su deseo de encontrar, a través de los estados alterados de conciencia, un vínculo metafísico con la naturaleza, con el universo. Mientras tanto, en los pueblos de la Amazonia la “medicina ancestral” –como le llaman a este bebedizo– sí es una práctica milenaria a la que le atribuyen propiedades curativas. De ahí su furor en el primer mundo.
Desde que se dio a conocer el rito, no han sido pocos los extranjeros que han venido al país, especialmente a los departamentos del Putumayo y Amazonas, a vivir la experiencia. Sin embargo, tal como lo cuentan los nativos, simultáneo al aumento de la cantidad de turistas –también colombianos–, el propósito inicial se ha desdibujado de lado y lado, y ahora hay un gran número que lo hace más a modo recreativo, y algunos “chamanes” que priorizan el provecho económico.
Una mala preparación del yagé puede poner en riesgo a la persona que lo consume.

Una mala preparación del yagé puede poner en riesgo a la persona que lo consume. Foto:Juan Carlos Escobar

“En cuanto a ingresos, nos hemos visto beneficiados de este auge, pero también nos genera una gran responsabilidad, porque de nosotros depende el buen manejo del remedio. Ya en la ciudad se escucha que hay nuevos taitas que desde el desconocimiento –porque yo, por ejemplo, llevo tomando el yagé más de 40 años– presiden ceremonias, poniendo en riesgo la experiencia de la gente”, señala con preocupación Hermógenes Piaguaje, taita indígena del Putumayo.
Cuando el taita asegura “poner en riesgo”, pueden incluso tener consecuencias fatales. En agosto del año pasado, una pareja de holandeses se encontró con la muerte luego de practicar este ritual, por un severo cuadro de intoxicación. Para las autoridades, un bebedizo con yagé, que aparentemente estaba mezclado con otras sustancias, fue la causa del fallecimiento de los turistas, quienes habrían estado en Minca, Magdalena, uno de los pueblos cercanos a la Sierra, consumiendo este mortal coctel.
Lo irónico es que el yagé no existe en la ritualidad de las comunidades indígenas de la Sierra; por lo que el brebaje que les vendieron a los extranjeros fue un injerto de la ritualidad amazónica, practicado al parecer por un chamán inexperto que se aprovechó del desconocimiento que existe sobre estas prácticas ancestrales.
Precisamente, lo poco o nada que se sabe de las culturas es uno de los factores que alimenta este negocio alterno, que se apalanca de la etnicidad para vender droga.
“En cuanto a ingresos, nos hemos visto beneficiados de este auge, pero también nos genera una gran responsabilidad, porque de nosotros depende el buen manejo del remedio”.
“En la cultura arhuaca los rituales son muy simbólicos. No usamos plantas alucinógenas ni bebedizos de ningún tipo, como sí lo hacen los hermanos amazónicos, para conectarnos espiritualmente. Cualquier ofrecimiento de marihuana, yagé u hongos por cuenta de un supuesto indígena de la Sierra es un engaño”, indica Gunna Chaparro, líder indígena arhuaca.
Y es que este fenómeno está tan desbordado que el ofrecimiento de alucinógenos y “ceremonias” chamánicas se hace hasta por las plataformas digitales. “Uno ve en redes sociales cómo algunas personas usan la vestimenta nativa, incluso se ponen pelucas, y ofrecen al turista un tipo de mezcla de diferentes sustancias en rituales que no son propios de nuestras costumbres. Sobre todo en los lugares turísticos como el Tayrona. Lo hemos venido denunciando, no solo por el peligro que representa para los visitantes, que normalmente no conocen qué hace parte y qué no de nuestra idiosincrasia, sino porque también profana nuestra identidad”, agrega la líder arhuaca.
¿Rito o droga?
Volviendo a la Amazonia, de donde el yagé es oriundo y se consume en un marco legal por la protección que ofrece la Constitución colombiana a la autonomía indígena, el turismo en torno a la ritualidad ancestral no deja de estar exento de problemas. No obstante, es importante aclarar que la seguridad aumenta en buena medida, al tratarse de un territorio nativo y donde los taitas cuentan con el conocimiento para guiar la experiencia.
Toma del yagé

Toma del yagé Foto:Archivo El TIEMPO

Una de las amenazas a la práctica es la “exportación” del yagé y la ceremonia de su toma. Indígenas denuncian que hay turistas, nacionales y extranjeros, que van a su territorio a participar del ritual, y luego de dos o tres tomas creen que pueden ser chamanes y llevarlo a sus ciudades o países. El peligro es que con haberlo vivido no basta, pues la ingesta es la fase final. Se debe conocer la planta, sus propiedades y sobre todo su tratamiento.
“Nosotros aprendemos sembrando la mata. Cómo se cultiva, cómo se arregla, en qué tiempo se cosecha, cuándo es el momento preciso para cortar el bejuco. Son tres años de crecimiento y a los cuatro ya se puede cortar para utilizarlo en el yagé. Toca saberlo cuidar, salvando la planta, porque esta camina por debajo de la tierra (con sus raíces), y si se pisa se maltrata. Según el manejo que se le dé desde su siembra, cuidado y cosecha, depende la experiencia de consumo”, explica el taita Hermógenes.
Boris Villanueva, botánico del Jardín Botánico José Celestino Mutis de Bogotá, desde su visión científica, asegura que, por los compuestos del yagé, que hace parte de la familia de los enteógenos, su toma debe ser protocolaria y sobre todo con un propósito. Igualmente alerta sobre sus riesgos, pues de hacerlo en las condiciones no adecuadas, puede ser invasivo para la estabilidad mental del “paciente”.
“Las personas que toman yagé en un contexto que no es el adecuado y sin conocimiento de la sustancia y de las personas que la proveen, se exponen a una experiencia traumática”.
“El yagé tiene varias sustancias que producen alucinaciones, pero a diferencia de las que son producidas por sintéticos, estas tienen un carácter espiritual. De hecho, el primer nombre que se le dio a uno de los componentes que aislaron fue telepatina, porque la persona que lo consumió pudo ver cosas que pasaban lejos de allí”, explica. “Quienes ofrecen esta práctica tienen una responsabilidad enorme, porque se meten en la cabeza de la gente. Es como programar un computador. Y si hay un exceso en la toma, pueden hacerlos pasar una situación muy difícil”, agrega.
Una intoxicación con plantas alucinógenas puede desencadenar consecuencias psicológicas complejas. La muerte, como en el caso de la pareja de holandeses, ocurre en el peor de los casos, cuando son mezcladas con otras sustancias; pero si se abusa de las cantidades o si están en mal estado, las secuelas negativas pueden ser perdurables.
“Las personas que toman yagé en un contexto que no es el adecuado y sin conocimiento previo del ritual, de la sustancia y de las personas que la proveen, se exponen a una experiencia desagradable, traumática, que puede llevarlas a brotes psicóticos con serios efectos en el mediano y largo plazo. Igualmente, si no cuentan con los os para que se haga en un entorno de confianza, también se arriesgan a situaciones de abuso o maltrato cuando están bajo sus efectos. Se han conocido casos de hurto y hasta acoso sexual”, manifiesta Julián Quintero, director de acción técnica social y creador de Échele Cabeza, una organización que vela por el consumo responsable.
Planta del yagé

Planta del yagé Foto:Boris Villanueva

Respetar la ancestralidad del yagé como rito es fundamental para mantener sus tomas en espacios seguros. Sacarlo de este contexto puede llevar incluso a que su comercio se torne ilegal por las propiedades alucinógenas del producto. “Hay gente que ya no toma el yagé por meditación, sino que además le mezcla sustancias químicas y lo consume de un modo recreativo. Lo más aberrante que he visto fue a un ciudadano checo que tenía yagé almacenado en tarros y se iba a ir a venderlos a Europa en una gira chamánica. Inclusive, en el corazón de las comunidades se habla de que la planta ha ido desapareciendo poco a poco, porque se está empezando a sacar de forma industrial”, advierte Villanueva.
Quintero también hace un llamado a los turistas, pero sobre todo a las comunidades, para que el afán de lucro no desvirtúe el propósito de la medicina ancestral y el turismo en torno a esta experiencia se convierta en una excusa para drogarse.
“Tomar yagé en contexto ritual es muy diferente a consumirlo en contexto recreativo. Es importante hacerlo seguro de lo que se está buscando con ello. Hay gente, por ejemplo, que lo hace por curiosidad, otra que busca respuestas espirituales o sanación. Fundamental también hacerlo en zonas rurales, y que el guía, taita o chamán cuente con las herramientas necesarias para gestionar alguna situación inesperada: una crisis psicológica o un mal viaje, para que las personas sean atendidas. Yo pido ética a las comunidades, tanto con el ritual como con la sustancia. Que por el afán de lucro no pasen por alto los detalles. Y sobre todo hacer un filtro para verificar, bajo sus saberes, qué persona está en condiciones de hacer la toma, y quién no”.
Tenemos que defender el yagé, porque el hambre de la plata está amenazando la experiencia espiritual de esta medicina. 
Para el taita Hermógenes, blindar los saberes indígenas y evitar su profanación es el gran reto de los pueblos ahora con el boom del turismo alrededor del chamanismo y sus prácticas. Pues, si bien ha traído un beneficio económico a los territorios, proteger la ancestralidad es la prioridad.
“Tenemos que defender el yagé, porque el hambre de la plata está amenazando la experiencia espiritual de esta medicina. Muchos extranjeros vienen con interés de aprender y llevar la planta y el conocimiento a la tierra de ellos. No lo podemos permitir. Debemos unirnos para ser más celosos con nuestras costumbres y no prostituir nuestra identidad”, concluye.
SARA VALENTINA QUEVEDO DELGADO
Redacción EL TIEMPO

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