
El cementerio fósil del gran perezoso
El objetivo de la última expedición de Colombia Subterránea –el especial periodístico de EL TIEMPO que durante los últimos meses recorrió algunas de las cuevas más sorprendentes del país– fue recoger los pasos de aquellos expedicionarios para evidenciar cómo, pese a la importancia de su hallazgo, después de todo este tiempo no se han tomado las medidas necesarias para estudiarlo en detalle. Se trata de los huesos fosilizados de lo que, según indica información preliminar, sería un perezoso extinto de gran tamaño, mamíferos que se extinguieron hace aproximadamente 8 mil años.
La expedición comienza muy temprano, en la cabecera municipal de El Peñón. La mañana está fría y húmeda, pues llovió durante toda la noche. Desde allí nos desplazamos en carro hasta la finca de un campesino, quien, junto con algunos compañeros, nos ayudará a cargar nuestros equipos hasta la caverna, localizada a una hora y media de caminata.
Nuestras piernas se hunden casi hasta la rodilla con cada paso que damos entre la vegetación que, por cuenta de las fuertes lluvias de las últimas semanas, se ha convertido en un terreno fangoso. El sol está casi en su cénit cuando llegamos a la boca de la caverna, cubierta por un denso matorral. Atravesamos la espesa red de chamizos y vemos, por primera vez, la entrada a la caverna La Tronera.
El orificio es una de las estructuras naturales más impresionantes que he visto. La mejor manera de describirlo es haciendo un símil con un gigantesco embudo de roca escarpada, en el que el cono superior mide por lo menos 60 metros de diámetro y la parte más angosta se interna, empinada, en las entrañas de la Tierra. Justo en el punto medio, en una zona resguardada de la lluvia y alejada de la humedad de la cueva, ubicaremos nuestro campamento antes de ir en busca del antiguo perezoso.
El corazón del mundo
Mientras, el español Jorge Esteve, profesor del departamento de geociencias de la Universidad de los Andes, doctor en paleontología y nuestro respaldo científico, y yo, haremos la inmersión a pie, iniciando desde la boca de la caverna. La galería que contiene los fósiles se encuentra a 750 metros en el interior de la Tierra, según la cartografía de la Tronera elaborada por Higuera, quien incluyó a esta gruta en su libro 'Cavernas de Colombia', de Villegas Editores.
La operación de Higuera y Alzate, que debía tardar una hora, se toma casi cinco, pues para poder hacer su descenso con total seguridad, el espeleólogo tuvo que despejar todos los obstáculos que pudieran enredarse en su cuerda. Finalmente y en medio de un rayo de luz hizo su descenso. Lejos, como una diminuta araña que se desliza por su red, se le ve bajando hasta nuestro encuentro. Cuando por fin volvemos a estar reunidos todos los de la expedición, consumimos algunas provisiones antes de continuar hacia nuestro destino. Ha caído la noche y los últimos rayos de luz que bajaban por el Corazón del Mundo se han ido. Ahora, solo nos quedan nuestras linternas y la limitada iluminación que nos podrán proporcionar mientras duren sus baterías. Sin percatarnos son las casi las 10 de la noche.
El trayecto al interior de la caverna es especialmente difícil y está conformado por piedras lisas y afiladas, sobre las que resulta peligroso apoyarnos. De súbito escuchamos el ruido impetuoso del agua. La corriente pasa después de un pequeño pasadizo en el suelo frente a nosotros. Lo que vemos nos roba el aliento: un brioso río, cuyas aguas de color ocre corren en medio de las tinieblas hacia lo desconocido: “no entraremos ahí”, pensamos Esteve y yo, presas del miedo. Higuera, quien conoce perfectamente el camino, nos tranquiliza: “confíen en mí”.
El cementerio fósil
Tras recorrer unos 250 metros, llegamos a una ‘playa’ con una pared en el fondo. Higuera es el primero en subir; pone unas chapas en el muro y nos lanza una cuerda. Escalamos. En medio de la tierra blanda y gredosa sobresalen decenas de huesos fosilizados, algunos de color blanco y los otros más amarillos. Los hay de todos los tamaños y formas, incluidas algunas piezas dentales. El paleontólogo Esteve afirma que estamos ante un auténtico cementerio fósil.
“El estudio que se encarga de responder esta pregunta es la tafonomía, que analizaría cómo los fósiles se enterraron y cómo fue su proceso de fosilización; los restos en cavernas muchas veces fueron llevados hasta ahí por depredadores, los cuales utilizan estos lugares, conocidos como cubiles, para alimentarse. Sin embargo, yo no creo que este sea el caso, pues como vimos, la galería está en el fondo de una sima (cavidad) bastante vertical, por lo que es posible que estos animales estuvieran caminando por la superficie, se despeñaran y murieran al caer por esta trampa natural. Luego, la erosión y el transporte del agua los ha ido moviendo, que es la razón por la cual los huesos estarían desperdigados”, señala.
Esteve nos cuenta algunos datos sobre los antiguos perezosos: “se trata de animales bastante enigmáticos. Podían medir hasta cinco metros de altura y eran capaces de ponerse en dos patas. Vivieron en América del Sur hasta hace unos ocho mil años, cuando se extinguieron, por dos posibles causas: el cambio climático o la acción del hombre, que por esas épocas ya era muy activo. Aparte de esto, no se sabe con certeza si eran meramente herbívoros, si cazaban presas pequeñas o eran carroñeros, como algunos osos actuales”, dice el experto. El científico agrega que gracias a estos animales de gran tamaño es que tenemos frutas exquisitas como los aguacates, que tienen semillas grandes que solo podían ser dispersadas por ellos, quienes las comían y luego las depositaban en sus heces en lugares lejanos.
“Habría que hacer esfuerzos desde distintas instituciones públicas y privadas para estudiar y conservar esta caverna y todas las que hay por esta zona. Aunque es un lugar con un muy difícil, no sería la primera vez que se hace una excavación en una caverna. Es cuestión de esfuerzo y compromiso. Pese a que el lugar es muy húmedo, los restos están bien conservados, así que creo que pueden se sacados. Si esto no ocurre en un corto plazo, la madre naturaleza no se detendrá, el agua seguirá fluyendo y es posible que estos fósiles desaparezcan y se destruyan”, apunta Esteve.
NICOLÁS BUSTAMANTE HERNÁNDEZ
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