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Las lecciones de una pionera de la astronomía en América Latina

María Cristina Pineda fue la directora del Observatorio Astronómico de Suyapa durante trece años.

María Cristina Pineda, astrónoma hondureña.

María Cristina Pineda, astrónoma hondureña. Foto: Archivo particular

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La astronomía no ha sido ajena a la discriminación de las mujeres. Son pocos los nombres de ellas que sobresalen entre la muchedumbre de hombres que han dictado la historia de la ciencia dedicada a la observación de los cielos.
Ni qué decir cuando se habla de las astrónomas de los países en desarrollo, que siguen como pueden los pasos de las grandes potencias.
Entre los nombres de mujeres latinoamericanas que han hecho un trabajo sobresaliente pero que quizás no han gozado del reconocimiento merecido está el de María Cristina Pineda de Carías, la primera directora de un observatorio astronómico en América Latina, cargo que ocupó durante 13 años.
Pineda nació en La Venta, un pueblo cercano a Tegucigalpa, la capital de Honduras. Hija de una maestra de ciencias naturales que le inculcó la curiosidad por el cielo, después de graduarse del colegio entró a estudiar ingeniería civil en la Universidad Nacional y Autónoma de Honduras (Unah).
Becada, hizo una maestría en Física en la Universidad Estatal de Nueva York y una especialización en la en la Universidad Complutense de Madrid.
Mientras estaba en la capital española empezó a gestar la idea de crear un observatorio en la Unah que sirviera para todos los países de la región, en donde, hasta el momento, no existían centros de enseñanza profesional, mucho menos de posgrado, en astronomía o astrofísica.
En 1997, durante el VII Taller de las Naciones Unidas y la Agencia Espacial Europea sobre Ciencia Espacial Básica, ayudó a fundar el Observatorio Astronómico Centroamericano de Suyapa, y Pineda asumió como su directora.
Este centro, que dirigió hasta el 2010, sirvió como semilla para la creación de la Facultad de Ciencias Espaciales de la Unah, de la cual Pineda fue decana entre 2013 y 2017, y donde se imparten cursos de pregrado y posgrado en Astronomía y Astrofísica, Ciencia y Tecnología de la Información Geográfica, Arqueoastronomía y Astronomía Cultural, y Ciencias Aeronáuticas.
Pineda fue además la primera centroamericana miembro de la Unión Astronómica Internacional (IAU). En 2018, y tras 44 años de trabajo, Pineda se jubiló. Desde entonces se dedica a investigar sobre una de sus grandes pasiones, la arqueoastronomía maya.

¿Cómo se enamoró de la astronomía?

Principalmente, gracias a mi mamá. Yo me considero una mujer de ciencia, y desde mis orígenes me inculcaron esa vocación. Por eso me moví de la ingeniería a la física y de la física, a la astrofísica. Gracias a la investigación pude empezar a buscar respuestas a las preguntas de siempre. Y fue gracias a mi trabajo como logré abrirme un espacio en la comunidad internacional.

La principal herramienta de un observatorio es su telescopio. ¿Cómo es la historia del de ustedes?

La universidad nos dio el apoyo básico para la compra del telescopio y, en un taller internacional, conocí a la científica colombiana Adriana Ocampo, quien trabajaba en el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la Nasa. Ella me dijo que me iban a ayudar a conseguir el telescopio, que para empezar debía ser uno mediano, ni muy grande, ni muy pequeño. Fue así como compramos un telescopio Meade de 42 cm. Yo tenía la romántica idea de armar el observatorio desde ceros, así que me puse a construir la cúpula desde el principio. Pero cuando estábamos armándola, una ráfaga de viento la destrozó, así que no la pudimos automatizar. En adelante, para abrir la cúpula nos tocaba con una cuerda.

¿Cómo fueron sus primeras observaciones?

En 1994, luego de que compramos el telescopio en California, lo instalamos con la intención de observar, ese mismo año, los fragmentos del cometa Shoemaker-Levy impactando a Júpiter y desintegrándose como un collar de perlas a medida que el planeta rotaba. Y lo logramos. El telescopio quedó casi en la entrada peatonal de la universidad, y lo dejamos a la orden de la comunidad científica internacional, de las demás universidades y de los colegios.

¿Cuál ha sido el principal aporte del observatorio?

No lo podría concentrar en un solo aspecto. Nuestros estudiantes se han orientado a temas como los sistemas planetarios, estrellas, galaxias y la enseñanza de la astronomía. Hemos observado eventos puntuales, como eclipses e impactos de meteoritos, como el ocurrido en 1996 en el departamento de Santa Bárbara (noroccidente de Honduras) y el de 2012, que cayó al lado de la cama de un señor que estaba durmiendo en el departamento de Comayagua. Ese meteorito lo recogimos y también lo hemos estudiado. El observatorio ha sido un lugar para la construcción de conocimiento.

¿Tuvo que enfrentar obstáculos en el desarrollo de su trabajo solo por el hecho de ser mujer?

Uno siempre tendrá obstáculos en todo, pero siempre hay que tener claro el objetivo al que se quiere llegar. Yo tuve la suerte de que siempre hubo confianza en mi trabajo por parte de la comunidad científica internacional. Los científicos siempre nos apoyamos entre nosotros, porque nos vemos como hermanos. Quizás el principal problema al que nos enfrentamos sea visibilizar la importancia de nuestro trabajo dentro de las instituciones académicas en las que trabajamos. Pero al final, todo el mundo termina reconociendo la importancia de la ciencia, como lo estamos haciendo ahora en medio de esta pandemia. Lo que más me motiva es la juventud, con sus ganas de salir adelante.

¿Cuál es su consejo para las mujeres que quieren ser astrónomas?

En astronomía y en las ciencias en general, lo primero es tener claro que se está haciendo lo que a uno le gusta. Como estos son campos tan apasionantes para todo el mundo, es posible confundirlos con hobbies, pero la verdad es que se requiere mucha rigurosidad: a uno tienen que gustarle las matemáticas, la física... Hay que ser sistemáticos, pacientes, autodisciplinados, porque los resultados no se tienen de la noche a la mañana.

¿Y para las astrónomas profesionales que obtienen menos notoriedad por culpa del machismo?

Lo más importante es uno concentrarse en su proyecto, en su línea de investigación. En la medida que tu trabajo va siendo más original, este se irá imponiendo por sí mismo. Ahora hay más gente y más centros científicos, y la competencia es muy dura. A veces, aunque parece mentira, la oposición viene más de las mujeres que de los hombres. Uno debe aprender a ser uno mismo y a tener mucha confianza y seguridad en que lo que está haciendo es en pro de la humanidad y no buscando un beneficio propio.

Colombia y Honduras son países con niveles de desarrollo similares, ¿cuáles cree que deben ser nuestras prioridades científicas?

Nosotros en la Unah hemos trabajado en áreas como la ciencia y la tecnología de la información geográfica, que nos sirve para conocer nuestro territorio. Ciencias como la aeronáutica, la astronomía, la astrofísica y la arqueoastronomía son importantes, pues en ambos territorios hemos tenido pueblos precolombinos, y son experiencia comunes que debemos aprovechar los países latinoamericanos. Nos tenemos que ir aproximando para fortalecer el desarrollo de la ciencia, y que esta sirva de cimiento para la toma de decisiones y mejorar nuestra calidad de vida.

Su trabajo ahora está enfocado en la arqueoastronomía. ¿Qué significa esto?

Esta disciplina reúne la arqueología y la astronomía, y consiste en estudiar los mensajes que nos dejaron las culturas originarias de América sobre su entendimiento del universo en diferentes manifestaciones. Yo estudio las estelas mayas, que son registros de monolitos ubicados en parques arqueológicos, como el de Copán, y que tienen unos tres metros de alto. En ellas, los mayas tallaron las figuras de sus gobernantes y registraron el tiempo a partir de un calendario que sigue el Sol, la Luna y Venus, siendo el del Sol el que determinaba el ciclo sagrado de 260 días. Es una cuenta larga que empieza en el año 3114 a. C. e iba hasta el 22 de diciembre de 2012.

¿Qué podemos aprender de la astronomía precolombina?

El mensaje que doy a mis estudiantes es sobre esa necesidad de observación continua, porque a medida que recoges datos puedes predecir lo que va a pasar. Los mayas transmitían el conocimiento de generación en generación, y eso debemos aprenderlo. Y no solo eso, sino que a medida que se sucedían las generaciones, los gobernantes no cambiaban el conocimiento, así que había respeto por este. Yo creo que esta fue una fortaleza que debemos aprender y replicar en la actualidad.
Hay quienes critican que los mayas eran una sociedad muy cerrada, y que por eso sus conocimientos no se popularizaron. Pero las estelas son una manifestación de su interés por comunicar el conocimiento dentro de su misma comunidad, al igual que ocurre hoy en día cuando hacemos las publicaciones científicas.

¿Cómo ve el futuro de la astronomía en la región?

El conocimiento cada día es más grande y ahora la exploración nos lleva no solo al vecindario cercano, es decir, alrededor de la Tierra y la Luna, sino que tratamos de llegar a Marte y más allá. Esa necesidad de explorar y tener instrumentos poderosos van a empujar el desarrollo, lo cual va a necesitar de muchas personas de diferentes disciplinas que trabajarán de la mano, y creo que nuestros países van a jugar un papel fundamental en este progreso.
Nicolás Bustamante Hernández
Redactor de Ciencia

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