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El cielo que nos inspira

LA NOCHE EN LA QUE TUMACO CONOCIÓ LAS ESTRELLAS

NICOLÁS BUSTAMANTE HERNÁNDEZ

Redactor de ciencia EL TIEMPO

Enclavado en el corazón de la selva tropical, son pocas las noches despejadas que este pueblo puede ver el firmamento. Un planetario de playa fue su ventana para conocer el universo.

Como un Atlas de ébano, Emilio Sánchez carga la luna grande y brillante sobre su hombro derecho. Sus dos pies lo sostienen con equilibrio firme sobre la canoa; sus manos, ásperas y fuertes, agarran el canalete que arrastra con parsimonia entre el agua calma para poder moverse.

No es literal que, como el dios griego que llevaba la Tierra a cuestas, Sánchez esté sosteniendo el único satélite natural terrestre. Pero así se ve desde el otro extremo de la canoa donde me encuentro cuando empezamos a conversar. Son pasadas las 8 de la noche del 9 de febrero, noche de la primera superluna de 2020, un momento al que, en términos científicos, se lo conoce como perigeo, es decir, el punto más cercano de la órbita de la Luna en relación con la Tierra y por lo cual el satélite natural se ve más grande de lo habitual. La superluna es una luna llena que coincide con el perigeo.

“Uno se despierta a las tres de la mañana y según como agarre uno se queda dos o tres días en el mar. Según el mes se pesca, estos meses son duros y la gente se embarca unas cuatro o cinco veces”, empieza su narración Sánchez, mientras el reflejo selénico se mueve con suaves vibraciones sobre la superficie del océano Pacífico. Sánchez nació en Tumaco hace 38 años. Como la mayoría de los habitantes de este municipio en el departamento de Nariño, ha pasado buena parte de su vida navegando en este mar impetuoso e impredecible buscando toda clase de peces que luego venderá en los mercados para sostener a su familia. El hombre cuenta que el oficio, que constituye el principal sustento económico de la mayoría de tumaqueños, lo aprendió de su padre, quien a su vez lo aprendió del suyo. “Esto no se estudia en los libros”, dice.

En efecto, se trata de una habilidad que se ha transmitido entre generaciones y se ha construido a partir de la experiencia, la observación y el ensayo y el error, los pilares del conocimiento. Y en esa experiencia el cielo ha jugado un papel fundamental. En especial la Luna, de la que, dicen, depende el éxito de cada faena.

Históricamente, antes de la aparición de los dispositivos electrónicos de navegación actuales, como los GPS, e incluso de la invención de la brújula, hace 1.200 años en China, los marineros han utilizado el cielo como su principal carta de navegación, con las estrellas como principales puntos de referencia.

Pero en Tumaco, los marineros no cuentan con esa suerte de poder ver el firmamento para ubicarse, pues, al estar enclavado en el corazón del bosque húmedo, el municipio solo cuenta con unas noches despejadas y libres de nubes al año. Según cálculos del estudio ‘Identificación de potenciales sitios para las observaciones astronómicas en Norte y Suramérica’, publicado por The Astronomical Society of the Pacific, tan solo unas 60 noches al año son despejadas en la región.

Condicionados por esta situación, los tumaqueños han perfeccionado el arte de la observación de la Luna, reconociendo una relación causal entre un fenómeno astronómico y otro terrestre. A las noches de luna llena y marea alta, ellos las llaman popularmente puja y es cuando son mejores las faenas de pesca. En cambio, a las noches sin luna y de marea baja las llaman quiebra y es cuando menos vale la pena aventurarse en el mar.

“Ahora que hay puja, la marea está más alta: uno cuando está allá en el mar siente el frío, porque cuando hay luna hace más frío. Pero salen más pescados: se agarra picuda, sierra, boyada. En un solo lance o dos, ellos vienen. También pescamos burique, pargo, pelada, manteco, lisa, ojón. Estos lo vendemos por kilo”, cuenta Sánchez, y reconoce que para su oficio no ha tenido que estudiar: “El estudio es muy poco en el pescador. Uno sabe lo de aquí, no más”, agrega. El hombre interrumpe nuestra conversación con una advertencia: “Hablamos un ratico más y nos entramos porque ya va a quedar seco. Tenemos que irnos porque la marea está bajando y podemos quedarnos enterrados. Empiezan a aparecer los peces sapo y esos sí son bravos”, alertaba al tiempo que dirigía su canoa hacia el muelle.

Ahora que hay puja la marea está más alta: uno cuando está allá en el mar siente el frío, porque cuando hay luna hace más frío. Pero salen más pescados

EMILIO SÁNCHEZ

Pescador tumaqueño

Hasta Tumaco llegamos, además de este periodista, el camarógrafo Mauricio Moreno y el astrofísico Santiago Vargas, profesor del Observatorio Astronómico Nacional. Los tres conformamos el equipo de ‘El cielo que nos inspira’, un proyecto multimedia de la sección de Ciencia de EL TIEMPO para rescatar los conocimientos tradicionales de diferentes comunidades de Colombia a las que, además, les llevaríamos experiencias de observación para acercarlas al cosmos. Sin embargo, con la llegada de la pandemia de covid-19, el proyecto tuvo que ser interrumpido luego del primer viaje, con la intención de continuar cuando la emergencia sanitaria haya finalizado.

El día anterior a nuestro encuentro con Sánchez estuvimos en Bocagrande, una isla de pescadores a una media hora en lancha de Tumaco. Allí pudimos ver de cerca el trabajo de otros pescadores. En este pueblo, que atrás dejó aquel episodio trágico del tsunami que lo desapareció en 1979, conversamos con Marino Zambrano, quien nos contó que toda su vida la ha dedicado a la pesca, unos años en Colombia y otros más en Ecuador, con el trasmallo como su principal herramienta.

Como Sánchez, Zambrano, quien nació en algún lugar en la ribera del río Mira, asegura que el principal factor para decidir cuándo se sale al mar y cuándo no es la marea: “A veces, la marea está alta en el día y a veces, por la noche. Pero siempre es cuando la luna está más llena”, dice Zambrano.

UN PLANETARIO DE PLAYA PARA CONOCER EL FIRMAMENTO

En el caso de Tumaco, la actividad astronómica consistió en un evento del que no encontramos registros en la prensa: construiríamos un inmenso planetario de playa en el que el fondo oscuro del firmamento sería reemplazado por la arena y las brillantes estrellas, por velas y faroles.

Esta idea única se le ocurrió al astrofísico Vargas en un viaje previo a esta ciudad como parte del programa ‘Espacios de reconocimiento para la paz’, de la Universidad Nacional de Colombia: al ver lo nublado del cielo, pensó que, como un espejo de la bóveda celeste, la arena podría servir como el lienzo sobre el cual pintar el reflejo de las constelaciones. El objetivo era que los estudiantes del colegio Instituto Técnico Popular de la Costa (ITPC) construyeran ellos mismos este planetario de playa, con la orientación de Vargas.

“Todas las culturas de la humanidad han mirado al cielo en busca de respuestas. Esta incansable búsqueda ha hecho que, tras generaciones y generaciones de seres humanos, hayamos logrado cosas que parecían increíbles y comprendamos fenómenos que suceden en el planeta Tierra, pero también a millones de millones de millones de kilómetros de nuestro hogar. El cielo es una ventana al conocimiento; así lo ha sido desde que los seres humanos, incluso antes de la historia escrita, lo observaron para poder registrar el tiempo, controlar sus cosechas y adentrarse a navegar el océano. Hoy, esa misma ventana nos permite avances tecnológicos de vanguardia, estar comunicados a través de satélites, mejorar nuestra calidad de vida y desarrollar tecnología que en el futuro nos llevará a habitar otros mundos. La idea hoy es que estos jóvenes tengan la posibilidad de alimentar su curiosidad astronómica”, asegura el científico.

MAPA DEL CIELO PARA LAS LATITUDES ECUATORIALES

En la imagen se aprecian las doce constelaciones por las que pasa la eclíptica junto con otras que integran la carta estelar.

Sin embargo, en las horas previas a la actividad, Carlos Ortiz, director del ITPC, nos decía que “los jóvenes de Tumaco no han tenido esa oportunidad tan importante de contemplar el cielo para hacer volar su imaginación. “Ellos están muy interesados por estos temas, pero muchas veces su mayor acercamiento a la ciencia es a través de la ciencia ficción, en las películas de superhéroes de moda. Pero más allá de eso no tienen más oportunidades”, aseguraba.

Minutos antes del esperado momento, Vargas les explicó a los jóvenes la actividad. Ellos no podían ocultar su emoción. No era para menos: desde el día anterior les habíamos anticipado que serían testigos de una oportunidad única para conocer al cielo, pero, en lugar de hacerlo observando hacia arriba, lo harían dirigiendo la mirada cerca de sus pies

Llegó el atardecer, y los estudiantes se reunieron en varios grupos, uno por cada constelación que, en ese preciso momento, se ubicaba sobre sus cabezas: estas eran Leo, Cáncer, Géminis, Tauro, Aries y Piscis. Vargas explicaba que, en total, son trece las constelaciones del Zodiaco, aquellas que cruza la eclíptica, la línea imaginaria por la que se mueve el Sol durante el año en su movimiento aparente en el cielo.

Otros grupos se encargaron de constelaciones muy representativas y vistosas, a lado y lado de la eclíptica, como Perseo, Andrómeda y Orión. Poco a poco, y a medida que la oscuridad lo cubría todo, la playa se fue llenando de pequeños y jóvenes ansiosos por conocer el cosmos.

La actividad del planetario de playa involucró niños y jóvenes de todas las edades. En la imagen, un pequeño se dispone a encender las velas que representarán a las estrellas de su constelación.

Foto: Mauricio Moreno

“Nunca había hecho algo así, es algo muy lindo que nos sirve para entender qué es lo que hay arriba de nosotros”, nos decía un joven de grado once mientras, con cuidado, encendía la vela correspondiente a Aldebarán, la estrella más brillante de la constelación de Tauro. El ojo del toro, como se suele denominar a Aldebarán, y el resto de estrellas más brillantes se construyeron con la unión de varias velas en esta representación del cielo sobre la arena.

A unos cuantos metros, una pequeña nos decía que le tocó la constelación de Aries: "yo siempre escuchaba que hablaban de las constelaciones y de los signos, pero nunca pensé que estas tenían algo que ver con las estrellas. Nos gustaría mucho que nos hicieran más actividades de estas”, decía. Otro par más, en la constelación de Leo, nos contaban que cuando supieron de la actividad invitaron a algunos de sus familiares para que también pudieran participar. De hecho, cuando nos percatamos, eran centenares de niños, jóvenes y adultos los que construían este cielo en la orilla del Pacífico. Hasta los profesores del colegio hicieron su parte.

Al final, una de las recompensas fue captar el memorable momento con una vista aérea desde nuestro dron, para ver la escena sideral en todo su esplendor. Cuando la noche cayó completamente, los profesores nos dieron el aviso de que debíamos irnos. “Con la oscuridad también llegan los peligros”, nos decían, haciendo referencia a grupos delincuenciales de la zona. Y fue así como, por unas cuantas horas, los tumaqueños caminaron entre las brillantes estrellas de su propio planetario de playa.

El objetivo de 'El cielo que nos inspira' es rescatar los conocimientos de diferentes comunidades sobre el cielo y, además, darles la oportunidad de participar en una actividad astronómica para viajar por el universo.

Fotografías: Mauricio Moreno

CRÉDITOS

PERIODISTA DE CIENCIA

Nicolás Bustamante Hernández

ASESOR CIENTÍFICO

Santiago Vargas

VIDEO Y FOTOGRAFÍA

Mauricio Moreno

DISEÑO DIGITAL

Claudia Cuadrado

MAQUETACIÓN

Carlos Bustos

JEFE DE DISEÑO

Sandra Rojas

EDITORA DE VIDA - CIENCIA

Adriana Garzón

EDITOR DE REPORTAJES MULTIMEDA

José Alberto Mojica

PERIODISTA DE REPORTAJES MULTIMEDA

Diana Ravelo

EDITOR GRÁFICO

Beiman Pinilla

AGRADECIMIENTOS

SATENA

FECHA DE PUBLICACIÓN

17 de diciembre de 2020