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Imagen de un guácharo volando al interior de la caverna.

Los guácharos y su lamento desde las tinieblas

Los Guácharos y su lamento desde las tinieblas

Los Guácharos vuelan en la oscuridad gracias a un sistema de ecolocalización.

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Nueve kilómetros separan la entrada del Parque Nacional Natural Cueva de los Guácharos de la caverna que le dio el nombre, porque justo allí habitan estas sorprendentes aves que, aunque son muy primitivas, cuentan con una adaptación que les permite volar y sobrevivir en medio de la oscuridad: la ecolocalización.

Más que una distancia, esos 9 kilómetros son un desafío que deben superar a pie quienes buscan como última recompensa encontrarse con estos animales y estremecerse con su canto, una melodía similar a un gemido o un lamento que proviene de lo profundo de la Tierra.

La caminata empieza en la sede de Corpoandakíes, uno de los operadores turísticos con los que cuenta el parque. Arropados por el fresco clima del bosque altoandino, iniciamos con paso firme el recorrido.

Luego de andar unos cientos de metros, estamos sumergidos en un espeso verde pintado por la luz del sol que se cuela entre hojas y ramas. Nos maravillamos con las más de 240 especies de árboles que hay en el parque, entre laureles, robles negros y blancos y cedros negros y rosados.

Echamos mano de nuestros bastones de senderismo y, poco a poco, aceleramos el paso. Los kilómetros transcurren con tranquilidad hasta que de un momento a otro, los de la expedición de ‘Colombia subterránea’ escuchamos un zumbido. Parecieran abejas o moscas, y no prestamos mucha atención. Pero el sonido se hace cada vez más intenso e incómodo. Nos detenemos para ver de qué se trata. Tras sentir las primeras picaduras y observarlos detalladamente, notamos que son tábanos.

Súbitamente nos vemos rodeados de estos insectos parecidos a moscas superdesarrolladas. Decenas nos persiguen y zumban en nuestros oídos con fuerza. No nos queda más alternativa que correr. La calma del viaje se ve transformada en angustia. Los últimos 3 kilómetros del trayecto los recorrimos a la mayor velocidad que pudimos, sin que esto fuera suficiente para repeler el ataque de los tábanos.

Finalmente, y presas por completo del desespero, llegamos al sector Cedros, donde se encuentran las cabañas del parque. Ahí nos esperaba un grupo de sus funcionarios. No era sino encontrarnos con ellos para que nuestros acosadores volaran lejos.

En el grupo está Carlos Cortés, quien nos explica que las víctimas predilectas de los tábanos son las mulas y el ganado, pero esta vez nos perseguían porque se sentían atraídos hacia los colores oscuros de la ropa, por el calor corporal y los químicos que expele el sudor.

Superada la angustia, nos retiramos a las cabañas operadas por la Fundación Cerca Viva a fin de descansar y prepararnos para la salida de la mañana siguiente a la cueva de los Guácharos.

Un concierto perturbador

El amanecer lo anuncia el canto del gallito de roca, de cuerpo negro y cabeza y penacho rojos. Esta especie es parte del inventario de más de 296 tipos de aves del parque, declarado bajo protección en 1960. Es el más antiguo del país. En aquel entonces, el área protegida era de 700 hectáreas. Hoy son 7.300, compartidas por los departamentos de Huila, Caquetá y Cauca.
La entrada de la cueva está a solo 700 metros de nuestro refugio. El encuentro con ella es súbito. Nos ubicamos en la parte alta de una pendiente que conduce a esa mancha negra que es el orificio de entrada. Cierro los ojos para creer lo que escucho: un concierto con todos los sonidos que provienen del interior de la tierra. Esa es nuestra ansiada recompensa.

Unas sombras aparecen y desaparecen en medio de la oscuridad. “Son los guácharos”, suelta el guía Carlos Cortes, de 55 años, oriundo del municipio de Palestina, Huila. A medida que nos internamos, los trinos de los guácharos cobran un volumen que se torna perturbador. Hay miles de estos animales. “Esta cantidad se debe a que están llegando hacia la cueva. Buscan lugares en los que pueden encontrar oscuridad y agua”, explica Cortés, una de las personas que han tenido más o con los guácharos en Colombia, gracias a sus 28 años de trabajo en este parque.

Al tiempo que exploramos la cueva, Cortés nos cuenta las características que hacen de los guácharos unos seres tan particulares: “Su época de reproducción dura aproximadamente seis meses, desde noviembre. Ellos buscan los lugares oscuros, secos y alejados de los depredadores terrestres, como los roedores”.

Es tal el ruido que la voz de Cortés se diluye entre el alboroto de los guácharos. “Son animales fotosensibles y prefieren los sitios donde les quede fácil aterrizar para hacer sus nidos, los cuales no arman desde cero, sino que buscan otros que ya están en las cuevas y los reparan y precalientan durante algunas semanas. Luego, la hembra pone de dos a tres huevos, que se demoran alrededor de 40 días en eclosionar, casi el doble del tiempo que los de otros pájaros debido a las condiciones de humedad de la caverna, que puede llegar al 90 por ciento”.

De acuerdo con el funcionario, los polluelos, de ojos negros y rojo plumaje, nacen pesando unos 30 gramos y para alcanzar la madurez deben pesar casi 750. Los ejemplares adultos llegan a medir, con las alas estiradas, hasta 90 centímetros.

Los padres son los encargados de llevarles el alimento que consiguen principalmente de frutos y semillas de plantas aromáticas, lauráceas (de la misma familia del aguacate) y palmas, entre las que se destaca la palma de mil pesos, rica en aceites y sustancias oleaginosas.

Esta dieta alta en grasas es la responsable del nombre científico de los guácharos, asignado por Alexander von Humboldt, su descubridor: Steatornis caripensis, palabras que vienen de las raíces latinas steatos, grasa; ornis, pájaro, y de Caripe, la caverna venezolana donde los halló el científico alemán.

Volando en la oscuridad

Desde el corazón de la caverna noto distintos sonidos: el generado por el aleteo de miles de aves, similar al de la lluvia contra el pavimento, y los cantos de los guácharos, unos como graznidos, otros como chasquidos. Justo estos últimos son los responsables de la ecolocalización, técnica usada por varios animales, en especial mamíferos como murciélagos y delfines, para determinar la posición a partir del rebote de ondas sonoras emitidas por ellos mismos. Esta les permite moverse en completa oscuridad, identificando obstáculos y recolectando alimentos.

Orlando Acevedo Charry, ornitólogo investigador de la Colección de Sonidos Ambientales del Instituto Humboldt, explica que si bien es mejor conocida en los murciélagos o delfines, la ecolocalización ha sido identificada en dos grupos de aves: los vencejos de cavernas, en el sur de Asia, islas del Pacífico sur y noreste de Australia, y los guácharos.

“Las notas cortas usadas por el guácharo para ecolocalizar constan de unos dos a ocho pulsos como clics de 2 a 3 milisegundos de intervalo. El uso de esta técnica está regulado por la cantidad de luz en el ambiente, por ejemplo, reduciéndolos en noches de luna llena y aumentándolos en las noches sin luna”, afirma el experto. Y agrega que aparentemente “no hay una modificación evidente en el oído de los guácharos, pero es posible que incluyan pulsos de emisión y capacidad de recepción de ultrasonidos (más altos que el espectro audible, como los emitidos por los murciélagos), aunque falta estudiar esto en detalle”.

“De lo que sí podemos hablar con certeza es de la gran capacidad de vuelo de los guácharos y de su dieta exclusiva de frutas, lo que los convierte en uno de los principales actores para la preservación de los bosques neotropicales, pues son efectivos dispersores de semillas en largas distancias”, indica Acevedo.

Según el experto, en Colombia se han reportado movimientos de estas aves desde las colonias de la cueva de los Guácharos de hasta 150 kilómetros para buscar alimento; incluso, se podrían estimar desplazamientos de hasta 1.000 km de distancia, “¡el tamaño de la Amazonia colombiana!”, destaca.

“Recientes observaciones de guácharos en parques en ciudades como Bogotá o Medellín pueden corresponder a individuos que están moviéndose entre parches de bosque buscando alimento, y les coge el día pasando por estas urbes –dice Acevedo–, lo cual podría deberse a que su hábitat se ha visto afectado, potencialmente, por la deforestación. Pero esto aún no se ha comprobado con estudios. Por eso esperamos que, en el futuro, podamos implementar estrategias de investigación como poner más dispositivos de seguimiento tipo GPS a distintos tipos de animales en Colombia para aprender más de sus movimientos y sus hábitats”.
NICOLÁS BUSTAMANTE HERNÁNDEZ
@NicolásB23
[email protected]