De 1880 a 2012, la temperatura mundial aumentó 0,85 °C, los océanos se han calentado, las cantidades de nieve y hielo han disminuido, y el nivel del mar ha subido aproximadamente 19 cm durante los últimos cien años.
Aunque esta información es alarmante, los datos recogidos por Sofía Basto, docente de la facultad de Ciencias de la Pontificia Universidad Javeriana, exponen una realidad insospechada sobre un componente de los ecosistemas que pasa inadvertidos para muchos y, por lo mismo, se encuentra menos estudiado: las semillas.
Esta bióloga, dedicada al estudio del banco de semillas –aquellas viables que no han germinado y se acumulan sobre el suelo, debajo de la capa de hojas que lo recubre o de su superficie– y su comportamiento, logró identificar los efectos del cambio climático en el número de semillas y de especies bajo la tierra y sus implicaciones en la capacidad de recuperación de los ecosistemas.
Basto, doctora en Ciencia Animal y Vegetal en la Universidad de Sheffield (Inglaterra), evidenció los graves efectos que tienen diferentes disturbios generados por los humanos en los bancos de semillas. Una de sus investigaciones se llevó a cabo a través de experimentos para evaluar los efectos del cambio climático en la cantidad de lluvias, hallazgo publicado en una de las revistas del grupo Nature, con el fin de llamar la atención ante este inminente problema global. Su investigación más reciente, ‘Severe effects of long-term drought on calcareous grassland seed banks’, se publicó el pasado mes de febrero en la revista ‘npj Climate and Atmospheric Science’.
La investigadora encontró que la sequía, ocasionada por el cambio climático, reduce el número de semillas y de especies presentes en el suelo. Esto significa que, en caso de sufrir eventos climáticos devastadores, las semillas no restituirán la vegetación adulta, lo cual es alarmante porque “estos bancos son reservorios de biodiversidad que mantienen el equilibrio en los ecosistemas”, según dijo Basto.
Analizando los resultados de una investigación llevada a cabo por el ecólogo y experto en cambio del clima Philip Grime, quien le comentó a Basto sobre un hallazgo en las especies de pastos que analizaba. Según sus resultados, “algunas especies se movían de las áreas más profundas del suelo a las más superficiales y viceversa”, recuerda Basto, lo que significaba que las condiciones del cambio climático afectaban de alguna u otra forma a la vegetación.
Con esta información, la colombiana consideró que algo similar podría estar ocurriendo con las semillas y que probablemente los estudios a gran escala y a corto plazo habrían estado sesgados debido al poco tiempo de análisis que tenía cada uno. Por eso retomó el proyecto preliminar que uno de sus colegas había hecho en 1998 sobre el estudio de las semillas en las parcelas del experimento de Grime, el cual no evidenció efectos adversos ocasionados por las alteraciones del clima en condiciones de sequía y humedad. Dicho experimento fue instalado en 1994 en parcelas en las que se estudia el efecto de la sequía, del incremento de las precipitaciones en verano y del aumento de la temperatura en la vegetación, en comparación con parcelas que no han recibido manipulación del cambio climático.
Para 2008, cuando Basto inició esta indagación, las parcelas de un pastizal calcáreo cerca de la ciudad de Buxton (Inglaterra) ya llevaban 14 años desde su montaje; al tratarse de una evaluación a largo plazo, los resultados obtenidos fueron mucho más robustos y las conclusiones se basaron en mejores evidencias. “Fui muy afortunada al encontrar un proyecto en el que se ha simulado el cambio climático por más de una década. Precisamente, por esta razón logré evidenciar que las respuestas de las semillas ocurren a un ritmo más lento del que los estudios a corto plazo permiten identificar”, explica Basto.
“Establecí subparcelas en las áreas experimentales y, al azar, tomé 10 muestras de suelo en cada una de ellas; luego las dividí en intervalos de 2 cm y medí la profundidad del suelo en cada punto de muestreo para así analizar el posible efecto de su variación en la respuesta del banco de semillas frente a las alteraciones en las precipitaciones; en otras palabras, para identificar la profundidad en la que se encontraban las especies y cuáles se estaban moviendo en respuesta al cambio climático”, añade.
Que llueva más en el verano no
va a generar un cambio; pero si se presenta la sequía, los efectos son más severos en el banco que en la vegetación
Basto analizó las muestras a partir de una comparación entre las especies de semillas y su abundancia en las parcelas sometidas a sequía y exceso de lluvia, con las que se encontraban bajo condición ambiental natural. Con esta información fue posible notar que el número de especies y semillas en suelos secos, ocasionados por el cambio climático, sufrió una reducción significativa respecto a las semillas presentes en suelos bajo condición ambiental natural. Por otro lado, la presencia de semillas en suelos sometidos a un exceso de lluvias no fue afectada. Es decir: “Que llueva más durante el verano no va a generar un cambio ni en la vegetación ni en el banco de semillas, pero, por el contrario, si se presenta la sequía, los efectos son más severos en el banco que en la vegetación”, dice Basto.
Esta investigación duró casi dos años y, a pesar de se hizo en territorio europeo y las condiciones del suelo difieren del colombiano, la docente considera que los hallazgos permiten formular nuevas preguntas de investigación con las cuales será posible ahondar en los efectos de cambio climático en las semillas. Según ella, es necesario entender las causas del problema hallado, es decir, si la sequía está afectando la producción de semillas, su germinación y sus mecanismos de reparación o si está dañando sus estructuras. Además, señala que este proyecto es importante, ya que presenta resultados de investigación a partir de experimentos de largo plazo, lo cual debe, según ella, servir de referente para la implementación y financiación de actividades de investigación de largo aliento que arrojarán resultados mucho más sólidos, para que, en el caso específico de las semillas, “se logre incorporar los resultados de las investigaciones en los modelos que predicen la frecuencia e intensidad de la sequía en el escenario del cambio climático y mejorar su capacidad de predecir sus consecuencias”, reconoce.
MARÍA DANIELA VARGAS NIETO*
PARA EL TIEMPO
* Pesquisa Javeriana