Casi dos años después del inicio de la pandemia de covid-19 se han logrado grandes avances para contener esta enfermedad, en especial con las vacunas y los nuevos fármacos en contra de este virus que ha dejado millones de muertos en todo el mundo.
Eso, sumado a simples acciones como el extendido uso de las mascarillas, el distanciamiento social, la ventilación y el lavado de manos, han logrado que poco a poco el mundo vuelva a la normalidad.
Sin embargo, en otros tiempos la humanidad no buscaba solucionar las pandemias echando mano de la ciencia, sino con agüeros, amuletos o incluso elementos que los médicos de la época creían que eran eficaces al desconocer el verdadero origen y los mecanismos de las enfermedades.
De ahí los conocidos trajes que usaban los médicos durante la peste negra, los cuales eran de piel gruesa y cubrían todo el cuerpo; estos eran engrasados para que los fluidos corporales de los enfermos resbalaran.
Se creía que la peste se provocaba por el aire envenenado que alteraba los humores, los cuatro fluidos corporales que predominaron en la visión médica antes de la teoría microbiana.
A eso se sumaba una máscara puntiaguda, que en estos tiempos parece aterradora, que se llenaba de paja y hierbas aromáticas. Y es que se creía que la peste se provocaba por el aire envenenado que alteraba los humores (los cuatro fluidos corporales que predominaron en la visión médica antes de la teoría microbiana).
Se creía que purificar el aire con hierbas y perfumes dulces protegía de la enfermedad. Y también que se debía velar por el equilibrio de los humores del paciente, para lo cual había que cuidar la pérdida o exceso de estos fluidos: sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla.
Esto se hacía, por ejemplo, poniendo sapos y sanguijuelas a los pacientes.
De ahí también que se recetaran brebajes con ingredientes tan exóticos como carne de víbora en polvo, mirra y miel.
Otra solución fueron las plegarias. Y es que aunque la fe siempre ha sido una esperanza ante situaciones adversas como la enfermedad, durante las antiguas pandemias se generaban tales aglomeraciones en procesiones o eventos religiosos pidiendo por la sanidad, que estos se convertían en focos de contagio.
Otros, en cambio, optaban por actos como la autoflagelación o llevar consigo amuletos de todo tipo para protegerse. Estos incluían no solo artículos religiosos sino también, en el caso de los más acaudalados, de ciertos materiales que se creían curativos y con propiedades alquímicas.
De esta forma, era común que se recetaran elementos ricos en plomo o mercurio, que se creían curativos pero que hoy sabemos que, por el contrario, son altamente perjudiciales para la salud.
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