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La pandemia de matoneo que ha desatado el coronavirus

 ‘Exagerados’ y ‘paranoicos’ son algunos de los calificativos que reciben quienes quieren cuidarse.

La mejor 
defensa para las personas que son atacadas porque se cuidan y actúan de forma responsable es fortalecer en su mente, con datos y argumentos racionales, la idea de que están actuando de la manera correcta.

La mejor defensa para las personas que son atacadas porque se cuidan y actúan de forma responsable es fortalecer en su mente, con datos y argumentos racionales, la idea de que están actuando de la manera correcta. Foto: iStock

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A Diego Monroy, ingeniero agrícola, sus clientes le dicen que parece un astronauta por usar una careta plástica y se burlan de él constantemente. A Susana V., un señor en la fila de un supermercado le dijo que se iba a morir primero que todos por paranoica, luego de que ella le pidiera que guardara la distancia. Andrés Saray, taxista, dice que todos los días pierde plata porque muchos s se ponen bravos cuando él les pide que usen bien el tapabocas antes de iniciar el viaje. A Santiago R. (*) su familia lo calificó de histérico por no haber querido asistir a un almuerzo familiar en el que se festejaría un cumpleaños.
Los anteriores son solo algunos ejemplos de los ataques que están recibiendo a diario personas que se preocupan por cumplir las recomendaciones sanitarias para no contraer ni propagar el covid-19, o que les piden a los demás que respeten los protocolos de seguridad establecidos para contener la pandemia.
Esta situación está provocando tensiones, distanciamientos y hasta peleas muy serias en todos los niveles: en las familias, los amigos, las parejas, los espacios públicos y hasta en los ambientes laborales. Las personas más ‘juiciosas’ son tachadas de ‘exageradas’, ‘paranoicas’, ‘faltas de criterio’, ‘débiles’, ‘asustadizas’ o, incluso, ‘locas’.
Hablamos de una problemática muy palpable. De hecho, casi 300 personas de distintos lugares del país compartieron con este diario sus experiencias en este sentido vía Twitter, luego de que se lanzara la pregunta en esta red de si alguien había sido víctima de bullying por querer cuidarse en estos tiempos de coronavirus.
Simona Sánchez, una reconocida locutora de radio, contó que se le vino ‘el mundo encima’ tras poner en Instagram (donde tiene 65.000 seguidores) un par de imágenes con las que cuestionaba la falta de medidas de prevención por parte de muchos. Fue tal el matoneo que recibió, que tuvo que pedir públicamente que dejaran de molestarla por haber expresado esta preocupación.
Pasé a saludar y me dijeron, entre burlones y lastimeros: ‘Ella tan tierna, con tapabocas y gafas... Venga, júntese, que en un ratico termina quitándose todo eso’.
Pero la intolerancia no se limita al escenario virtual. Prueba de ello es lo que le sucedió a Jesús Andrés Campos, de Ibagué. “Cuando voy a hacer compras, siempre llevo un spray con alcohol para desinfectar lo que toco. Hace unas semanas, fui al supermercado de mi barrio, y cuando una señora me vio usando el alcohol comenzó a mirarme raro y a soltar comentarios como: ‘El encierro los volvió maricas’, ‘el virus acabó con los hombres de este barrio’. La ignoré y luego, tras pagar, cuando estaba desinfectando las bolsas en las que iba a guardar el mercado, la señora llegó por detrás y me rapó la botella de alcohol y la tiró a la calle. ‘Deje la bobada’, me dijo. Intenté protestar, pero me respondió con toda clase de groserías y preferí irme para mi casa”.
A Beatriz L. (*), la incomprensión con quienes optan por cuidarse le costó su relación de pareja. “Todo el tiempo tenía que justificar mi posición de no querer salir. En muchas conversaciones me sentí muy juzgada, él me hacía sentir mal. Me cansé y ambos decidimos que lo mejor era terminar”.
Paralelamente, muchas personas se han peleado con sus amigos, o han sido matoneadas o marginadas en sus grupos sociales, por no querer ir a fiestas, asados, cenas o paseos, tras expresar su legítimo temor a un contagio.
El tema también está presente en el ámbito laboral. Una publicista de Bogotá que trabaja en mercadeo, y que pidió que no se mencionara su nombre por obvias razones, contó lo siguiente: “Odié el día en que llegué al trabajo y había un grupo de gente reunida, sin tapabocas, en una sala de juntas... Pasé a saludar y me dijeron, entre burlones y lastimeros: ‘Ella tan tierna, con tapabocas y gafas... Venga, júntese, que en un ratico termina quitándose todo eso’”. Y calificó de “preocupante” que este tipo de cosas “pasen entre gente con educación y pleno a la información”.
Peor aún, hay casos en los que los jefes, desde su posición de poder, imponen sus visiones sobre la pandemia y ponen en riesgo a sus empleados. Andrea V. (*), que trabaja en una caja de compensación, cuenta: “Mi jefe no cree en el virus. Dice que todo es una ‘conspiración para establecer un nuevo orden mundial’. Se la pasa en la oficina sin tapabocas y se burla de quienes manifestamos nuestro temor a contagiarnos”. Y agrega: “en mi oficina ya hemos tenido varios casos de covid-19, pero mi jefe insiste en que son ‘falsos positivos’, porque las pruebas no son confiables”.

Lo que dicen los expertos

Pero ¿qué hay detrás de este tipo de conductas? Para Rodrigo Córdoba, médico psiquiatra de la Universidad del Rosario, hay cuatro razones principales por las que algunas personas pueden reaccionar de esta manera, es decir agrediendo a los que se protegen como corresponde al momento que vivimos: negación; sentimiento de superioridad o invulnerabilidad; incapacidad de entender la dimensión del asunto y, finalmente, vacíos afectivos y emocionales.
Respecto a la negación, el doctor explica que “es una actitud muy humana. Hay mucha gente que opta por ella ante las amenazas. Es un mecanismo para protegerse, pues no es fácil aceptar que hay una realidad que puede dañarnos seriamente, o incluso, quitarnos la vida. Para muchos es más cómodo evadir o relativizar la realidad que asumirla y enfrentarla. De hecho, es bien sabido que la negación es el primer paso del duelo”, afirma.
¿Y por qué el matoneo? Porque la persona que se cuida les recuerda, en la cara, la seriedad del momento, entonces la agreden.
Luego están, dice el doctor Córdoba, los que se sienten invulnerables. “Aquí hay de por medio cuestiones de ego, pues hay quienes no sienten que el virus les vaya a afectar, se sienten inmunes. Consideran que son más fuertes que el virus, lo que va contra toda la evidencia científica. Son personas que se creen valientes y sienten la necesidad de restregárselo a los demás para reafirmarse a sí mismos”, con lo cual es claro que lo que hay detrás es una gran inseguridad.
Un proceso de aprendizaje colectivo más o menos natural contra el que hay que luchar, porque que muchos hagan algo no significa, desde luego, que tengan la razón.
La tercera posible explicación, para Córdoba, es la “incapacidad cognitiva”. Y explica: “Hay quienes, simplemente, son incapaces de entender la dimensión de la situación. Esto puede pasar porque hay un bajo nivel cognitivo o porque no hay suficiente a buena información. Hablamos de personas que simplemente no alcanzan a abarcar todo el problema” y por eso ven como ‘raros’ o ‘exagerados’ a quienes sí se cuidan.
Por último, señala el psiquiatra, está el tema de los vacíos afectivos, que no es menor. “Algunas personas –y especialmente en sociedades como la nuestra–, se quedan cortas en materia de fortaleza emocional para enfrentar la soledad o el aislamiento social. Y aquí se entra en los terrenos de la salud mental, porque hay quienes se pueden sentir solos incluso si están acompañados”. Entonces, los que defienden el distanciamiento como mecanismo de protección son vistos como agresores por ellos.
El tema es complejo, porque muchos de ellos usan el argumento de que se han cuidado por meses y no entienden por qué los otros, gente a la que quieren o necesitan afectivamente, no quieren verlos.
María Alejandra Zorro, psicóloga de la U. Javeriana y profesora de la U. Pedagógica, ve una quinta vía para explicar este fenómeno. “Hay un tema de ‘aprendizaje colectivo’, que es un proceso psicológico a través del cual las personas actúan en consecuencia de lo que ven que pasa en su entorno más próximo. Y ahora, con el relajamiento de las medidas, hay una confusión entre los términos ‘pandemia’ y ‘cuarentena’: algunos creen que la pandemia también se acabo, y no hay tal. Y ver que los demás están saliendo con normalidad, les hace pensar que los raros son los que se siguen cuidando, los que siguen manteniendo las distancias, saliendo lo menos posible y usando tapabocas y caretas”.
Zorro subraya que se trata de “un proceso de aprendizaje colectivo más o menos natural contra el que hay que luchar, porque que muchos hagan algo no significa, desde luego, que tengan la razón”.
Y es que, para no ir más lejos, según el observatorio de la Universidad de Johns Hopkins, Colombia está hoy (datos al viernes) en el sexto lugar entre los países con más contagios en todo el mundo.
Por último, Ricardo Mauricio Tamayo, doctor en psicología experimental de la Universidad Humboldt de Berlín, anota que en estas actitudes de matoneo hay además una tendencia a aplicar el viejo refrán de que “la mejor defensa es el ataque”. “Quien no esté usando tapabocas o tenga otros comportamientos peligrosos, sabe que en cualquier momento le pueden hacer un reclamo. Entonces su defensa es intentar anticiparse a ese reclamo y atacar primero, apoyándose en la idea de que el otro es demasiado débil o paranoico”, anota.

El miedo no es malo

Tamayo, que ha investigado sobre la toma de decisiones en los humanos explica que “las personas nos diferenciamos mucho en la forma en la que asumimos el miedo y los riesgos, sobre todo cuando se trata de una amenaza abstracta, como el cambio climático o, de alguna forma, el coronavirus”.
Pero el experto explica que, en un caso como el actual, el miedo y la ‘paranoia’ no son negativos en absoluto, pues ayudan a que las personas se protejan y protejan a los demás. Es decir que es mejor ser exagerado y sobrepasarse en cuidados, que no hacerlo y poner en riesgo la salud propia y la de otros. “Quienes racionalizan más el riesgo tienden a cuidarse con más rigor”, afirma.
Pero, ¿cómo defenderse correctamente de estos ataques? Precisamente, reforzando la parte racional. Según todos los expertos consultados, lo primero para quienes se cuidan y actúan responsablemente es fortalecer la idea de que se está actuando correctamente, por el bien propio y de los demás, y no ceder ante las presiones y las manipulaciones emocionales. “La vida está primero”, dice Tamayo.
Tratar de razonar con estos agresores no suele ser fácil, pero no es imposible. José Ricardo Bateman, psicólogo clínico y autor del libro ¡Maneje sus emociones!, recomienda: “Si alguien lo ataca por querer cuidarse, intente explicarle, con calma, que usted toma esas medidas que al otro le pueden parecer ‘exageradas’ para cuidarlo a él también. Esa reflexión, quizás, lo ayude a desarmar la agresión. Se trata de asertividad: el equilibrio entre la agresión y la sumisión”.
Y en el caso de los reclamos afectivos de familiares y amigos, se sugiere ser firme mentalmente y recordar que esto se puede ‘desactivar’ bastante con comunicación, con estar un poco más cerca de las personas que queremos. Una simple charla larga por teléfono puede ayudar muchísimo.
“Pero la idea principal –continúa el experto– es dotarse de argumentos para continuar siendo firmes con los cuidados y no dejarse afectar por lo que digan los demás. Y para eso está toda la evidencia científica y las cifras que todos conocemos. No es un invento y no es una cuestión de opinión: el riesgo es un hecho y el peligro innegable”, concluye Bateman.
(*) Nombres cambiados a petición
de las fuentes.
MATEO ARIAS ORITZ
Redacción Domingo
EL TIEMPO

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