El sexo y sus aledaños, a través de la historia, han estado plagados de curiosidades, leyendas, mitos e interpretaciones acomodadas a conveniencia. Sin embargo, llama la atención que algunos los siguen dando por válidos o, incluso, hasta los reemplazan por otros más absurdos.
Empiezo por la creencia que divulgó san Alberto Magno en el sentido de que las mujeres, durante la menstruación, exhalaban por los ojos un vapor que podía ocasionar la muerte; tanto que los hombres le huían ha dicho estado, algo que en tiempos de hoy siguen practicando, tontamente, algunos señores.
Y si de virilidad se trata, dicen que para los griegos, la palabra ‘joven’ representaba a un hombre capaz de despacharse tres polvos consecutivos. Una medida que hoy cuantificaría a muy pocos jóvenes.
Pero, como siempre han existido moralistas, algunos –también antiguos– proponían imitar al elefante, que puede mantenerse sin aquello hasta durante tres años. Una condición que contrastaría con la supuesta fogosidad del rey árabe Ibn Saud, que, según sus allegados, se inició en la cama a los 11 años, y a esta llevó tres mujeres distintas cada noche hasta que murió a los 72 años, en 1953.
Y si se trata de prolíficos, el líder de los mormones, Brigham Young: tuvo 46 hijos, y su séptima esposa se divorció, al parecer, por las furias que manifestaba el líder religioso cuando ella se negaba a complacerlo.
Y por el lado de los fetiches, China se lleva las palmas al desarrollar la costumbre de vendarles los pies a las mujeres para impedir que les crezcan, bajo la premisa de que un pie pequeño es un símbolo sexual.
También se sabe que el gusto no respeta monasterios, al conocerse que la principal fábrica sa de consoladores, por allá en el siglo XVIII, tenía como clientes a varios conventos.
El listado puede ser interminable. Y, como son datos y hay que darlos, vale la pena contar que Catalina la Grande de Rusia, al parecer tenía 21 amantes; que el poeta Lord Byron comenzó su vida sexual a los 9 años con una institutriz; que hasta 1884, una mujer en Inglaterra podía ser encarcelada por negarle sexo a su marido. Y para que algunos se reconforten, les cuento que en la Grecia antigua, los penes pequeños y firmes eran más aceptados que los grandes por carecer de estética, y no sobra contarles que la biblioteca más grande sobre sexo se encuentra en el Vaticano. Hasta luego.
ESTHER BALAC
Especial para EL TIEMPO