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Opinión

La negación de la diversidad / Columna Sexo con Esther

El mundo no puede seguir construyéndose bajo la falsa premisa de que aceptar la diversidad es una amenaza.

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. Foto: iStock

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Reducir la humanidad exclusivamente a las categorías de hombre y mujer es un error que simplifica y niega la complejidad de la experiencia humana. La diversidad, en todas sus formas, no es una anomalía, es el reflejo más puro de la riqueza de la vida. La ciencia, la historia y la experiencia nos han demostrado que las categorías binarias son insuficientes para explicar la realidad de millones de personas cuya existencia no se ajusta a estas divisiones rígidas.
La biología reconoce, por ejemplo, la existencia de personas intersexuales, cuya anatomía no encaja en las definiciones tradicionales de masculino o femenino. Estas personas no son errores de la naturaleza, sino una muestra de su diversidad intrínseca. De manera similar, investigaciones en psicología y sociología han documentado que las nociones de género van más allá de lo biológico, siendo influenciadas por la cultura, la historia y la experiencia individual. Negar estas evidencias no solo es ignorar la realidad, sino perpetuar una visión reduccionista que excluye y margina.
Sin embargo, este problema no se limita al ámbito conceptual o científico; es profundamente político. Definir al mundo exclusivamente desde el binarismo hombre-mujer no es solo una simplificación, sino un mecanismo de exclusión que refuerza desigualdades y discrimina a quienes desafían esta narrativa. Las personas trans, no binarias y de otras identidades de género han sido históricamente marginadas, no por la complejidad de su existencia, sino porque desafían un sistema que encuentra seguridad en la uniformidad y temor en lo diverso.
Este rechazo a la diversidad no solo es injusto, sino profundamente equivocado. La diversidad no debilita a una sociedad, la fortalece. Nos obliga a cuestionar estructuras anquilosadas, a replantear nuestras relaciones y a construir un sistema que celebre las diferencias en lugar de temerlas. Reconocer la diversidad no implica desdibujar lo masculino o lo femenino, sino aceptar que estas categorías son solo una parte de un espectro más amplio. No se trata de borrar, sino de sumar. No se trata de imponer, sino de dar espacio.
El problema radica en la resistencia a este cambio. Persistir en una visión binaria del mundo es negar la evolución misma de nuestra humanidad. Es aferrarse a un espejismo de simplicidad en un mundo que, por naturaleza, es complejo.
Reconocer la diversidad es un acto de justicia, un deber ético y una oportunidad para construir una sociedad más inclusiva. Este desafío no se trata de ideologías, sino de personas reales, con vidas reales, que merecen respeto, dignidad y los mismos derechos que cualquier otro ser humano.
El mundo no puede seguir construyéndose bajo la falsa premisa de que aceptar la diversidad es una amenaza. Al contrario, el verdadero peligro radica en negarla. Porque, en última instancia, no hay mayor error que ignorar la riqueza de lo que nos hace humanos: nuestra capacidad de coexistir en las diferencias y de construir, juntos, un mundo más justo y humano. Hasta luego.

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