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La salvación que llegó de brazo en brazo
El contagio de viruela en Bogotá en 1802 desencadenó la primera campaña mundial de vacunación.
Representa a Edward Jenner, médico inglés descubridor de la vacuna contra la viruela, haciendo la primera inoculación a un niño en 1796. El mismo proceso fue replicado 7 años después por la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna en América. Foto: Academia Nacional de Medicina, París
Para estos días, hace 220 años comenzó uno de los viajes más extraños de la historia. Un descomunal aparataje fue dispuesto para transportar desde España a las colonias españolas en América una carga cuyo peso y tamaño resultaban inversamente proporcionales a su importancia. El cargamento era un pus claro, transparente y viscoso al que se le había dado un nombre que hoy nos resulta bastante familiar: vacuna. En este caso, la vacuna contra la viruela, la primera de todas.
Aún faltaban años para la invención de los refrigeradores y las cadenas de frío, así que el medio de transporte fueron 22 niños escogidos en orfanatos españoles. Para que la vacuna no se echara a perder, era introducida, por medio de pequeñas incisiones, bajo la piel de los brazos. Al cabo de diez días se pinchaban las pústulas que se formaban, y el fluido se pasaba a otro niño.
De ese modo, la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, la gran empresa emprendida en 1803 por el rey Carlos IV de España, logró convertirse en la primera campaña mundial de inmunización. Y, quizás para sorpresa de muchos, la chispa que encendió la llama fue una disputa parroquial en la remota Santafé de Bogotá, la capital del Nuevo Reino de Granada, hoy Colombia.
Los pormenores de la historia, desde la epidemia bogotana que detonó la iniciativa monárquica hasta el trágico destino de los expedicionarios en Suramérica, son relatados en un nuevo libro del periodista Carlos Dáguer, especializado en temas de historia de la salud pública.
'El pus de los milagros'
Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina Foto:Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina
Titulado 'El pus de los milagros', el libro es una crónica cuya elaboración implicó la recolección de unos 3.000 folios de manuscritos en archivos históricos de España, Colombia y Ecuador, muchos de ellos hasta ahora desconocidos en el país, como reconoce en el prólogo Hugo Sotomayor, presidente de la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina, organización que dio su aval académico a la investigación.
El ambicioso proyecto, que contó con el apoyo de las compañías SIES Salud, Sinovac y Annar y demandó casi tres años de investigación y escritura, no se agotó en la crónica. Su segundo componente es un libro electrónico que contiene la transcripción de los manuscritos consultados, preparado por el propio Dáguer con la colaboración del historiador Cristhian Bejarano Rodríguez y un grupo de paleógrafos y estudiantes de paleografía de la Universidad de Antioquia.
Las primeras noticias
El relato inicia con la epidemia de viruela ocurrida en Popayán en 1800, que fue avanzando hacia el norte hasta rodear Bogotá. El temor para los capitalinos fue enorme, pues veinte años atrás habían sufrido una epidemia que, según fuentes de la época, había matado a entre 3.000 y 7.000 personas en una ciudad de apenas 17.000 habitantes.
Con una asombrosa semejanza a lo observado en el manejo del covid-19, las autoridades tuvieron discrepancias sobre cómo abordar el problema: el virrey Pedro Mendinueta creía que era posible evitar la llegada de la enfermedad a la capital si oportunamente eran aislados los enfermos en las afueras, mientras que el Cabildo de la ciudad, que consideraba que la epidemia era inevitable, se inclinaba por crear hospitales para atender a los enfermos.
En medio de esas discusiones ocurrieron hechos absolutamente inéditos en la historia de la salud pública colombiana. Uno fue la llegada de un ejemplar del Papel Periódico de La Habana, donde se relataba la existencia de la vacuna, un tema completamente desconocido hasta entonces en el virreinato neogranadino.
Otro hecho novedoso fue la aplicación de un método predictivo, a partir de un censo de los ciudadanos que no habrían sufrido la viruela, para determinar cuántas personas podían enfermar y cuántos recursos sería necesario invertir. Prepararse para una epidemia y destinar recursos para los pobres eran medidas que ponían de manifiesto los radicales cambios que estaban ocurriendo en la sociedad.
La epidemia finalmente llegó en 1802 y desató fuertes discusiones entre el virrey y el Cabildo, al que el mandatario acusaba de negligencia. Al tiempo que aumentaban los fallecidos, bajo el liderazgo de José Celestino Mutis se inició la búsqueda de la vacuna en las ubres de las vacas del virreinato –la primera vacuna, descubierta en Inglaterra en 1796, se obtuvo de unas pústulas de estos animales– y se hicieron diversos intentos de traer el fluido de Europa, guardado entre vidrios. Incluso, Antonio Nariño experimentó una supuesta vacuna en su sobrino.
“La vacuna iba a llegar de una u otra manera a las colonias –dice Dáguer–. Lo curioso es que la chispa que encendió la expedición fueron las peleas por el manejo de la epidemia de Bogotá”. En efecto, la investigación muestra la carta llena de quejas que los concejales enviaron al rey Carlos IV, y cómo, a partir de esta, el monarca pidió un concepto al Consejo de Indias sobre la viabilidad de realizar una expedición que llevara el milagroso fluido a América. Como los intentos de transportarla en vidrios habían fracasado, se optó por “empacarla” en niños huérfanos.
Al mando del cirujano Francisco Javier Balmis, la expedición zarpó de La Coruña el 30 de noviembre de 1803 y pasó por las islas Canarias, Puerto Rico y Venezuela, donde se dividió. Cuatro facultativos y cuatro nuevos niños escogidos en Caracas quedaron a cargo de diseminar la vacuna por las colonias suramericanas. La otra rama fue a México y las Filipinas, y desde allí su director, dando la vuelta al mundo, se fue a la isla de Santa Elena (frente a África) y volvió a España.
“Para los historiadores españoles –dice Dáguer– siempre ha sido muy seductora la historia de la vuelta al mundo de Balmis, y por eso la expedición que vino a Suramérica, trágica y accidentada, ha sido menos descrita”. Ante la sensación de que todavía había mucho que contar, el nuevo libro decidió profundizar en el tortuoso viaje de los vacunadores por los virreinatos de Nueva Granada y Perú bajo el liderazgo del cirujano catalán José Salvany.
El viaje de la Ilustración
Fue un viaje lleno de accidentes y sorpresas. El bergantín que trajo a los expedicionarios naufragó en las bocas del Magdalena en mayo de 1804. Pero, además, la vacuna ya había llegado un mes antes, traída de Puerto Rico en un buque destartalado llamado El Cartagenero, que justamente regresaba de dejar en Cuba al ya exvirrey Pedro Mendinueta.
Otro interesante hallazgo es que Antonio Villavicencio –el futuro prócer– fue vacunado en Cartagena y produjo pus de muy buena calidad que sirvió a otras personas. De hecho, aunque no fue el primer vacunado, sí es el primero cuya identidad se conoce.
A veces unidos, a veces subdivididos, los expedicionarios recorrieron la cordillera Oriental y el río Magdalena hasta Bogotá. Pasaron por Cartago, Neiva, Cali, Popayán, Quito, Lima, La Paz y Santiago de Chile, entre otras ciudades. En muy buena medida, siguieron los pasos de Alexander von Humboldt, que había recorrido el Nuevo Reino de Granada y Perú a comienzos del siglo XIX. De hecho, como lo reveló la investigación, Salvany pretendía corregir algunas de las observaciones del naturalista berlinés.
Sin embargo, los achaques de salud se lo impidieron. El cirujano catalán era enfermizo, y su estado empeoró a lo largo del viaje. En Guaduas quedó casi ciego. En algún punto indeterminado de los Andes perdió la movilidad de una mano. En varias ciudades tuvo que detenerse porque vomitaba sangre. Aun así, siguió adelante hasta que su cuerpo no pudo más y murió en Cochabamba (hoy Bolivia) en julio de 1810. Por si fuera poco, otro vacunador, Manuel Julián Grajales, quiso regresar a España, pero quedó atrapado por la guerra de independencia de Chile.
Más allá de las aventuras, el libro se introduce en el significado de la expedición y su importancia para la historia de la salud pública en Colombia. No solo se trató de la primera campaña de vacunación en el país. Gracias a ella también se conformaron las primeras instituciones de salud pública, pues al paso de la expedición se crearon juntas de vacuna que inmediatamente se convirtieron en juntas de sanidad, y ese modelo se mantuvo, a pesar de los vaivenes políticos, hasta los tiempos republicanos.
Y algo más importante: la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna fue el escenario idóneo para poner en práctica las ideas de la Ilustración que venían llegando a las colonias. Significó la adopción de estrategias científicas para atender problemas sanitarios y fue la oportunidad para demostrar que, a diferencia de otras epidemias, en la nueva mentalidad era más importante salvar vidas que salvar almas.