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‘Fórmula de erradicación forzada de Gobierno, destinada al fracaso’
Rafael Pardo habla de los triunfos y derrotas de la batalla contra las drogas.
Rafael Pardo, ex alto consejero para el Posconflicto Foto: Nelson Cárdenas
A propósito de la publicación de su nuevo libro 'La guerra sin fin', Rafael Pardo Rueda, exministro de Defensa y excandidato presidencial, habla con EL TIEMPO de los triunfos y derrotas de la batalla contra las drogas.
Tras la lectura de su nuevo libro, La guerra sin fin, queda la sensación de que los narcos van ganando la batalla. ¿Es así?
La batalla de las drogas no la están ganando los narcos nada más. Puede estar convencido de que una guerra que dura más de medio siglo no ha sido el triunfo de unos pocos y la derrota de muchos.
¿Entonces? ¿Quiénes?
La guerra contra las drogas la ha ganado la mala política. Esa que ha durado años apostándole al prohibicionismo como fórmula mágica mientras los cultivos crecen.
¿Hay otros triunfadores?
Esta guerra también la han ganado el consumo y los consumidores que por recreación o adicción acuñaron en los setenta la famosa frase “sex, drugs and rock ’n’ roll (sexo, drogas y rock and roll)”. Hoy, como la canción de Wiz Khalifa, son “young, wild and free (jóvenes, salvajes y libres)”. Esta guerra la están ganando todos los actores de la cadena de producción y comercialización que ven crecer sus saldos bancarios mientras el consumo y la adicción aumentan.
Muy desalentadora su conclusión...
Lo que quiero dejar en claro es que quienes ganaron la guerra contra las drogas fueron todos quienes dijeron que no estaba prohibido prohibir. Hay otros que están empezando a coger ventaja. En Arauca (Arauca) o Montelíbano (Córdoba), por citar solo dos ejemplos, están algunos de los cien mil colombianos que le han apostado a la sustitución. Ellos quieren que las cosas cambien.
A partir de la firma del acuerdo de paz, Colombia ha ensayado la fórmula más exitosa de su historia: la sustitución
Las victorias en este proceso, entonces, se cuentan con los dedos de la mano. ¿Cuáles son?
Nuestra mayor victoria fue ganarle la batalla al narcoterrorismo. Logramos someter a la justicia a los narcos, y no que los narcos sometieran la democracia. La extradición y la estrecha cooperación con Estados Unidos permitieron abatir capos, desmantelar carteles y desvertebrar una de las más grandes amenazas a la estabilidad de las instituciones del Estado.
En aquella época, ¿el país estuvo a punto de caer?
Centenares de políticos, magistrados, policías y colombianos inocentes ofrendaron su vida para decirles a la impunidad y la ilegalidad que no tenían cabida en nuestra sociedad. Haber superado el narcoterrorismo supuso que Colombia no oscilara entre ser un Estado fallido o un narco-Estado.
En la historia del narcotráfico en México está claro que este creció debido al apoyo de sectores de las Fuerzas Armadas. ¿En Colombia pasó lo mismo?
México y Colombia han tenido trayectorias simultáneas lidiando con el fenómeno de la droga. En Colombia, durante los años ochenta, vimos cómo algunos sectores de las Fuerzas Armadas y de Policía fueron una extensión de los sistemas privados de justicia de los narcos. Sin embargo, otros sectores de esas mismas Fuerzas asumieron la tarea de abatir el narcotráfico con las consecuencias que todos conocemos. Sin embargo, creo que jamás Colombia llegó a un nivel de infiltración del narcotráfico tal como el de México.
¿Han sido historias distintas, pero con resultados similares?
Fíjese que en 1977, México lanzaba la operación Cóndor para destruir en seis meses los cultivos ilícitos, y por la misma época, Colombia era el primer productor y exportador de marihuana. Cuatro décadas han pasado y ninguno de los dos países ha ganado la batalla, independientemente de la influencia del narcotráfico en las Fuerzas Armadas.
Pero la penetración de los narcos en las Fuerzas Armadas en ambos casos ha sido decisiva…
Resulta cierto decir que en Colombia las Fuerzas Armadas no han incrementado tanto la violencia como en México, tampoco nuestras Fuerzas tienen un saldo en rojo tan extenso en materia de violaciones de derechos humanos como en el país azteca, pero en ambos países la corrupción en las Fuerzas Armadas ha sido una de las más longevas facturas del narcotráfico, minando su eficiencia y confianza ciudadana.
Usted fue el primer civil en ser nombrado ministro de Defensa. ¿Cuál fue la situación más crítica en su cargo durante la guerra con Pablo Escobar?
Veníamos de 1989, el annus horribilis, donde ser decente se convirtió en pecado. Hubo situaciones tristes. Una de ellas fue ver a centenares de colombianos marchar hacia la plaza de Bolívar no para hablar del futuro o exigir derechos, sino para lamentar la muerte de cientos de compatriotas inocentes. Hubo otras muy difíciles y de gran presión, como poner en marcha el Bloque de Búsqueda que dio de baja a Escobar.
Eran tiempos aciagos…
Sí. Tal vez la situación más estremecedora fue entender que el país empezaba a transitar hacia una cultura del ‘todo vale’. Comprender que en Colombia la legalidad y la ilegalidad parecían pertenecer a un mismo maridaje. Evidenciar cómo hablar de cambio requería del salvoconducto de la criminalidad y que la justicia a ‘mano propia’ sustituía lentamente nuestro centenario sistema judicial. Siendo ministro de Defensa concluí que las batallas en el terreno las podíamos ganar, pero había otras a las que habíamos llegado tarde. En esas íbamos a fracasar. Hoy estamos viviendo algunas de las consecuencias.
Rafael Pardo presentó su libro 'La guerra sin fin: una nueva visión sobre la lucha contra las drogas. Foto:Nelson Cárdenas
A propósito de Escobar, ¿qué pasó con su inmensa fortuna y también con la de los hermanos Rodríguez Orejuela del cartel de Cali?
Se diluyó.
En su libro consigna el sistemático asesinato de los policías por parte del cartel de Medellín. ¿Cómo interpretar las palabras de condolencias del general Zapateiro, comandante del Ejército, tras el fallecimiento de ‘Popeye’, uno de los asesinos de esos agentes?
Me cuesta trabajo interpretarlas. Sus palabras fueron un monumento a la indolencia y la indiferencia, una bofetada a las víctimas, a los líderes sociales y todos quienes han querido combatir el statu quo desde la legalidad. El país quedó esperando que el general Zapateiro celebrara la vida de nuestros líderes y no la muerte de sus asesinos.
Usted mira hoy lo que ocurre en Cauca, en Nariño, en el Catatumbo. ¿Cómo hacer para sacar a esas zonas del negocio del narcotráfico?
A partir de la firma del acuerdo de paz, Colombia ha ensayado la fórmula más exitosa de su historia: la sustitución. Más de cien mil colombianos se han inscrito voluntariamente, ha habido un cumplimiento del 94 % según Naciones Unidas y una tasa de resiembra de menos del 1 %. En Tumaco hay más de 9.000 uniformados. En el Cauca, el presidente Duque ha aumentado el número de efectivos. Si aumentamos y volvemos más eficientes las incautaciones con la presencia militar existente, fortalecemos la sustitución con recursos y trabajamos con las comunidades, estoy seguro de que podemos combatir el auge de la coca.
¿En cuánto estima el ingreso en millones de dólares del negocio del narcotráfico a la economía colombiana y qué efectos tiene?
Hay unos informes que han salido recientemente. Hay uno de Santiago Montenegro, otro de Andrés Felipe Arias. Me atengo a los cálculos de Montenegro, que estima el ingreso en menos de 2 % del PIB.
¿Cómo cree que sería hoy Colombia si no hubiera existido el narcotráfico?
La tasa de homicidios era la más baja de América Latina a principios de los ochenta y se disparó a mediados de los noventa a la tasa más elevada que haya tenido país alguno. Antes de los ochenta, teníamos una democracia liberal con visos de renovación política. Terminamos viendo caer a nuestros líderes y haciendo del narcotráfico una variable de la democracia.
Más de cien mil colombianos se han inscrito voluntariamente, ha habido un cumplimiento del 94 % según Naciones Unidas y una tasa de resiembra de menos del 1 %
Una verdadera tragedia...
Claro. Sin el narcotráfico, nuestra carta de presentación ante el mundo no habría sido la extradición, sino, más bien, tendríamos más Macondos. Creo que si el narcotráfico no hubiera existido, el dinero fácil no se habría convertido en el tobogán para la criminalidad. Lo más importante es que sin el narcotráfico habríamos podido soñar e imaginar más allá de la delirante historia de guerras inconclusas y lenguajes contradictorios.
Hace unos días, el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, dijo que en 2020 se iban a erradicar 130.000 hectáreas de cultivos ilícitos, si sumamos las 80.000 del 2019. ¿De aquí a diciembre se van a acabar los cultivos ilícitos en Colombia?
La fórmula de erradicación forzada del ministro Trujillo es una fórmula destinada al fracaso.
¿Por qué?
Según las Fuerzas Armadas, la tasa de resiembra en procesos no voluntarios es del 40 % al 70 %, mientras que en procesos voluntarios es de tan solo el 0,4 %. Por eso, el informe del Simci de Naciones Unidas del 2018 demostró que donde operó la sustitución durante el gobierno Santos, se redujeron los cultivos. Es probable que el informe de Naciones Unidas de este año muestre un aumento de los cultivos. ¿Le creerán al ministro Trujillo cuando salga a decir que el aumento en 2020 es por la “maldita herencia” del gobierno Santos?
Usted conoce muy bien este país, ha sido periodista, un estudioso del conflicto. ¿Por qué cree que en Colombia se venera aún a Pablo Escobar?
El transcurrir de la guerra y el frenesí de la violencia a veces no dejan ver los verdaderos intereses que sustentan un conflicto. Nos concentramos en reaccionar ante las amenazas terroristas mientras los círculos que alimentan la confrontación van echando raíces. Como resultado, terminamos con una sociedad silente o tolerante. En nuestro país, este fenómeno sucedió. Tuvimos contrabandistas a los que no les bastó ser ricos, sino que ahora querían poder. Pasaron a ser terroristas, a confrontar el Estado y a aplicar la máxima de Von Clausewitz de hacer la guerra para prolongar la política por otros medios. Terminamos con el narco no solo como clase social, sino con estatus político y económico. Ahí fue nuestro desangre.
Y esto no para. Ahora son los disidentes de las Farc que volvieron al monte para, al parecer, dedicarse a este negocio...
Son una minoría. Son más los antiguos guerrilleros de las Farc que le han apostado a la legalidad que el reducto de disidentes que quieren seguir en el narcotráfico.
El expresidente Samper está en la Comisión de la Verdad hablando del proceso 8.000. ¿Qué significó este caso para el país?
La más significativa intromisión del narcotráfico en la democracia: la compra de una elección de Presidente.
Finalmente, cinco décadas después de iniciar la lucha contra las drogas, ¿qué le ha quedado a la humanidad?
La necesidad de replantear la lucha contra las drogas para lograr algo definitivo. Necesitamos meterle más salud pública y más concertación a la discusión. Por eso escribí mi libro.