Aunque reconforta y alivia, el fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que declara a Colombia responsable por la violación de varios derechos de la periodista de esta casa editorial, Jineth Bedoya, tiene que ser un paso más hacia la verdad y la justicia antes que un punto de llegada.
Sin duda es histórica la decisión de la Corte, sobre todo a la luz del profundo dolor que los hechos del 25 de mayo de 2000 dejaron en el alma de Bedoya. Para ella, lo decidido por la Corte es un alivio porque “compensa en algo tanto dolor” y, sobre todo, porque “no es solo para mí”. “Miles de mujeres víctimas y sobrevivientes de violencia sexual, y mujeres periodistas violentadas y perseguidas (...) por fin son reconocidas y escuchadas, eso es justicia”. Respiro más que justo para quien, como lo dice el fallo, fue además revictimizada de varias formas, entre ellas al tener que asumir por cuenta propia –ante la inoperancia de las instituciones– la investigación de los hechos a un costo colosal para su estabilidad emocional y salud mental, tal y como lo expresó ayer. Camino cuyo tránsito le ha significado pérdidas irreparables, heridas que se resisten a sanar e inenarrables tormentos –entre ellos amenazas que llevaron a exilios temporales– y, en fin, agobios de toda índole que solo ella y quizás su también valerosa madre conocen.
En medio de todo, es reconfortante también tomar nota de la reacción del gobierno de Iván Duque, que sin ambages expresó su voluntad de cumplir con lo dispuesto en el fallo que incluye la creación del Centro de Memoria Histórica No es Hora de Callar.
Con coraje, entereza y generosidad Jineth ha logrado convertir poco a poco su dolor
en agente de sanación y transformación.
Pero hay que ser claros en advertir que no se puede caer en el error de creer que con este hito se puede bajar los brazos en una causa que, desde luego, es de nuestra compañera, pero que también toca a todas las mujeres, sobre todo a las víctimas del conflicto y a las que como ella ejercen con el mismo coraje el oficio.
Lo que dice la sentencia sobre el secuestro, tortura y violación de Bedoya, que tuvieron lugar a manos de paramilitares, en un marco de omisiones del Estado y, lo peor, con “indicios graves, precisos y concordantes” de participación directa de algunos agentes oficiales en los hechos, obliga a llegar a la verdad plena de lo ocurrido, esfuerzo que necesariamente incluye dar con los autores intelectuales. Búsqueda de verdad en la que la Justicia Especial para la Paz tiene ahora una oportunidad única de desempeñar un papel central. No hay duda, como lo planteó Bedoya, de que este es el momento indicado para dejar claro para la historia, con acciones más que con palabras, que la violencia sexual en Colombia sí importa.
Pero que quede claro que lo que se avance en memoria, verdad y justicia efectiva quedará incompleto si este fallo no logra marcar un antes y un después, tanto en la lucha contra todas las formas de violencia sexual y de género, desde las más atroces hasta las más cotidianas, como en garantizar que las mujeres periodistas no estarán más expuestas a estos mismos flagelos al ejercer su labor. De eso se trata el fallo y también la causa de Jineth que, con coraje, entereza y enorme generosidad ha logrado convertir poco a poco su dolor en agente de sanación y transformación.
EDITORIAL